Las banderillas
"La tragedia es el canto del macho cabr¨ªo al inicio de la primavera", escribe Pascual Quignard refiri¨¦ndose a Atenas, all¨¢ por los a?os trescientos antes de Cristo. Por estas tierras sevillanas y en estos tiempos ha tenido lugar la primera corrida de toros de la Primavera.El macho cabr¨ªo no canta en la ciudad pero el toro bravo s¨ª muge en los toriles a la espera de salir del encierro, aunque sea a la arena. Nuestro macho canta varias veces y con voz bronca en el ruedo, mientras escarba o parado, canta preguntando, y su cante suena distinto tras las primeras banderillas, en el inicio del toreo, resuena pastoso y cascado, no por el castigo fisico, que es leve, sino por el miedo, porque en ese momento advierte, la tragedia del enga?o.
A¨²n caliente el puyazo del picador, le ofrecen a lo lejos una atracci¨®n volandera y fr¨¢gil hacia la que se dirige con curiosidad y empe?o. El banderillero se luce paseando, despacio en la arena, la punta de la zapatilla hacia adentro, ce?ido entero salvo la cabeza que mantiene l¨²cida. Baila en el aire las armas que esgrimir¨¢ en su lance y el p¨²blico se recrea en su lento contoneo y espera tenso.
El banderillero cita al toro sin mayor empe?o, poco a poco se apremia y exige su atenci¨®n con urgencia, rompe a correr en redondo, le provoca el horizonte curvo con ¨¢giles pies, y en el momento del encuentro con los cuernos tensa el cuerpo y, ajustado en sincr¨¦tico entendimiento, preciso en el lugar y en el tiempo, frena en seco la intenci¨®n del toro con la picadura y la sorpresa. Es un toreo corto y matem¨¢tico, r¨¢pido e interrumpido de golpe al filo de la tragedia, en el ¨²ltimo momento.
Tras la indispensable severidad de la puya que aplac¨® la fiereza de la bestia, las banderillas no exhiben necesidad ni drama, el lenguaje del banderillero es el lenguaje del juego, prende enhiestos los palos vestidos de feria en la piel negra de su compa?ero y en ese momento se aparta veloz hacia los suyos mientras el toro protesta, extra?os entre s¨ª de nuevo, ligero y vertical el uno, el otro cargando su corpulencia horizontal sobre patas atrofiadas por el peso.
El toro muge en su desconcierto. Tom¨® el castigo del picador como un accidente pero en las banderillas encontr¨® el misterio. Con ellas se inicia el sutil arte del enga?o, y por ellas penetra el bruto en el drama -ya sabe que no sabe- y en el sue?o.
El banderillero le muestra el camino que le conducir¨¢ al torero. Si el toro es de casta y el torero es tambi¨¦n maestro aprovechar¨¢n la lecci¨®n del banderillero y conseguir¨¢n un entendimiento perfecto. Con un leve castigo de advertencia, quien manda, manda por encima.
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