La prueba del nueve
LO M?S preocupante del proceso que ha culminado con la eliminaci¨®n de Jos¨¦ Rodr¨ªguez de la Borbolla como candidato socialista a la presidencia de la Junta de Andaluc¨ªa es la incapacidad de quienes as¨ª lo han decidido para explicarlo p¨²blicamente. Quiz¨¢ existan razones internas, pero una argurrientaci¨®n que se averg¨¹enza de s¨ª misma y s¨®lo es utilizable intramuros no es tal argumentaci¨®n. Justamente la no necesidad de razones hacia afuera es la caracter¨ªstica principal del modelo de poder actualmente imperante en el seno del partido socialista: eso que ha dado en llamarse guerrismo y que si ha servido para garantizar la unidad del partido en a?os en que ello era un valor apreciable en s¨ª mismo, ha bloqueado, simult¨¢neamente, la posibilidad de renovaci¨®n interna mediante el surgimiento de alternativas pol¨ªticas con una base propia.La defenestraci¨®n, sin explicaciones hasta ahora, de Borbolla no es lo m¨¢s significativo que ha pasado estos a?os en el PSOE, pero s¨ª un ejemplo rotundo de algunos de los desastrosos efectos de ese dise?o incluso para los intereses de los socialistas. Las encuestas dan una considerable ventaja a Borbolla sobre Chaves. ?ste no da la sensaci¨®n de sentirse motivado para ir de candidato, y la oposici¨®n no puede dejar de utilizar electoralmente esa falta de entusiasmo. Ello agravar¨¢ las dificultades de los socialistas para mantener su mayor¨ªa absoluta en Andaluc¨ªa, en un momento en que tal objetivo es considerado vital para superar la crisis de credibilidad suscitada por el esc¨¢ndalo Juan Guerra. Y tras la desconcertante opci¨®n, dif¨ªcilmente se saldar¨¢ un retroceso electoral en esa comunidad sin grave quebranto interno.
Ex dirigente de UGT, Chaves ha sido, por otro lado, un elemento decisivo en la recomposici¨®n de las relaciones del Ejecutivo con los sindicatos, determinantes a su vez para la pol¨ªtica de consenso social que constituye el eje de la estrategia socialista de aqu¨ª a 1993. La salida de Chaves obliga a Gonz¨¢lez a recomponer el Gobierno en un momento por ¨¦l considerado inoportuno, y podr¨ªa comprometer el ¨¦xito de la segunda fase de la concertaci¨®n. Pues bien: ¨¦sas y otras razones de inter¨¦s para el PSOE y su proyecto pol¨ªtico han sido ignoradas en aras del mantenimiento de lo que, de ac¨²erdo con el modelo imperante, se considera "principio de autoridad".
Nadie sabe cu¨¢l fue el agravio original, aquel que motiv¨® la enemiga de Alfonso Guerra contra el presidente de la Junta. Pero nadie ignora que la pretensi¨®n de este ¨²ltimo de dotarse de una plataforma de poder no sometida a la influencia de aqu¨¦l fue el desencadenante del acoso que culmin¨® con el aislamiento de Borbolla en el IV Congreso del PSOE andaluz, en marzo de 1988. Desde entonces, el presidente lo era en precario. Por ello, argumentar a estas alturas que la sustituci¨®n de Borbolla era una exigencia del partido, en riesgo de desintegraci¨®n a causa del rechazo suscitado por su figura, constituye una falacia: es el modelo de organizaci¨®n elegido el que hace que cualquier cuestionamiento de la l¨ªnea de mando comprometa a la vez la coherencia del partido. Y, por otra parte, en un r¨¦gimen parlamentario consolidado -otra cosa fue en las primeras elecciones de la transici¨®n- los candidatos a cargos representativos de relieve no lo son ¨²nicamente del partido que los avala, sino del electorado.
La crisis del guerrismo se manifiesta en que sus principales portaestandartes han dejado de creer en ellos mismos, en su discurso. Ello se ha traducido en la acentuaci¨®n de sus rasgos autoritarios: a mayor descreimiento de la fantasmagor¨ªa de los descamisados -convertida en mueca de la realidad-, mayor necesidad de afirmaci¨®n de autoridad. Aun a riesgo de arramblar con lo que sea, incluido el inter¨¦s inmediato del partido que dirigen. De ah¨ª que, por las especiales circunstancias del caso, la decisi¨®n de liquidar por la v¨ªa r¨¢pida a Rodr¨ªguez de la Borbolla se haya convertido en la prueba del nueve del car¨¢cter anacr¨®nico del guerrismo.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.