?Estado espa?ol... o Espa?a?
D¨ªas pasados, y por feliz iniciativa de la Conselleria de Cultura de la Generalitat, nos reunimos en Barcelona un grupo de intelectuales -procedentes de Castilla, de Arag¨®n, de Galicia, de Catalu?a; no fue posible contar con un profesor vasco- para examinar la adecuaci¨®n de los textos oficiales de ense?anza media (Literatura, Geograf¨ªa, Historia) a la realidad cultural, hist¨®rica, institucional, encarnada en la Espa?a de las autonom¨ªas. Todos estuvimos de acuerdo en estimar como defectuoso el tratamiento de las distintas expresiones literarias peninsulares, resuelta en estos manuales -por lo general- de manera estrictamente castellanista: acudiendo a una simple acotaci¨®n epilogal rotulada "Otras literaturas", para acoger, sea cual sea su importancia en un momento determinado, las manifestaciones literarias espa?olas no castellanas. Igualmente, suele ser presentada la historia espa?ola -en los siglos medievales en que aparece afectada por los diversos reinos de la Reconquista- con atenci¨®n desproporcionada a favor del n¨²cleo occidental (el que inicia la afirmaci¨®n europe¨ªsta desde Asturias-Galicia, para desplegarse pronto en el complejo leon¨¦s-castellano), minimizando la importancia del bloque pirenaico oriental.Tocar estos temas nos obligaba, de inmediato, a llevarlos a un nivel mucho m¨¢s alto: ?cu¨¢l es el concepto de Espa?a que precisa y urge reflejar en los textos de nuestro bachillerato? Temo que este punto clave no qued¨® suficientemente aclarado en el coloquio de Barcelona, por lo dem¨¢s sumamente interesante. No hace mucho, en un ciclo de conferencias desarrollado en la Fundaci¨®n March, subrayaba yo dos hechos: en primer t¨¦rmino, la diversidad y la unidad, presentes siempre en la historia de nuestro pa¨ªs como una realidad definidora. En segundo lugar, la concepci¨®n de Hispania como un todo diferenciado, incluso bajo la superestructura del Imperio Romano, antes de que surgieran las Hispanias de la Reconquista (la "di¨®cesis hisp¨¢nica" de Diocleciano: convertida luego en un primer Estado a trav¨¦s de la Monarqu¨ªa visigoda). Que la invasi¨®n musulmana y la r¨¦plica cristiana rompieran esa unidad, dando configuraci¨®n a las diversas entidades nacionales reconocidas por la Constituci¨®n actual, es algo que no hizo nunca olvidar el pasado y la plataforma comunes, latentes en una vocaci¨®n integradora tanto en la Castilla y el Le¨®n del Imperium como en la Navarra de Sancho III o en el complejo aragon¨¦s-catal¨¢n de Pedro IV o de Juan II.
Unidad y diversidad requieren equilibrio y respeto entre unas y otras facetas de lo espa?ol. Nunca nos cansaremos de subrayar que la expresi¨®n literaria catalana o gallega no son sino manifestaciones de la cultura espa?ola en una u otra lengua -espa?olas todas- As¨ª, cuando se escribe una historia de la literatura espa?ola, la contrastaci¨®n s¨®lo debe obedecer a criterios valorativos, variables seg¨²n las ¨¦pocas: si en los siglos XVI y XVII es indudable que el primer plano lo ocupa, por m¨¦ritos propios, la literatura castellana, no puede decirse lo mismo en la segunda mitad del siglo XIX, en la cual se destacan vigorosamente los exponentes de la Renaixen?a catalana o los del Rexurdimento gallego, antes de que se inicie la llamada edad de plata bajo el signo del 98, con una generaci¨®n de escritores preferentemente castellano-parlantes, aunque de origen perif¨¦rico en su mayor¨ªa. De modo similar, los procesos pol¨ªtico-sociales en las revoluciones contempor¨¢neas (revoluci¨®n industrial, revoluci¨®n liberal, revoluci¨®n socialista) destacan a un primer t¨¦rmino, modulados o no por el centro estatal, el protagonismo de las diversas plataformas peninsulares -catalana, andaluza, vasca...- "Todos los hechos -pol¨ªticos, sociales, culturales- tendr¨ªan que quedar enmarcados en una visi¨®n simult¨¢nea, pues parece absurdo desglosar en temas distintos las Literaturas en la Edad Media, el Barroco o las revoluciones contempor¨¢neas", reza el comunicado final de la reuni¨®n de Barcelona.
No entenderlo as¨ª es como negarse a asumir una realidad obvia: que tan espa?ol es lo catal¨¢n (por supuesto, la lengua catalana) como lo castellano, lo vasco o lo gallego, lo valenciano o lo mallorqu¨ªn. Una vez m¨¢s quisiera traer a colaci¨®n la apasionada protesta de Camb¨® ante la actitud incomprensiva de los castellanos "separadores": "Lo que nosotros queremos, en definitiva, es que todo espa?ol se acostumbre a dejar de considerar lo catal¨¢n como hostil ... ; que ya de una vez para siempre se sepa y se acepte que la manera que tenemos nosotros de ser espa?oles es conserv¨¢ndonos muy catalanes; que la garant¨ªa de ser nosotros muy espa?oles consiste en ser muy catalanes".
Pero este planteamiento no se ajusta a un concepto de Espa?a reducido a simple y abstracta superestructura estatal. Ni creo yo que la idea de unas naciones vivas encuadradas por un Estado sin savia vital sea la que debe llevarse a los manuales de ense?anza media. Ser¨ªa m¨¢s adecuado hablar de naci¨®n de naciones, subrayando as¨ª dos realidades indesglosables, seg¨²n la historia y seg¨²n la geograf¨ªa. Porque detr¨¢s del fr¨ªo concepto de Estado palpita algo m¨¢s: palpita un hecho que sent¨ªan profundamente los aragoneses, los catalanes, los navarros o los gallegos de los remotos siglos en que a¨²n no se hab¨ªa acu?ado la idea moderna del Estado: su vinculaci¨®n radical a una plataforma com¨²n -Espa?a- que los comprend¨ªa a todos, como Europa comprende a los diversos Estados del Oeste, del Norte, del Sur y del Este de nuestro Viejo Mundo.
Pienso que el actual equilibrio entre unidad y diversidad seg¨²n la Constituci¨®n espa?ola vigente es una f¨®rmula casi perfecta por su fidelidad a la realidad hist¨®rica. La m¨¢s grave amenaza para su afianzamiento est¨¢ en la pertinaz tendencia de nuestras gentes a la insolidaridad. Cultivar morbosamente los agravios que desunen (los intentos de destrucci¨®n de las instituciones forjadas y desarrolladas en la Edad Media en nombre de un centralismo uniformista, impuesto seg¨²n el rasero castellano; o, a la rec¨ªproca, en el siglo XVII, la hostil negativa a ayudar a Castilla a soportar las agoblantes cargas que implicaba la necesidad de defender a todos) es absolutamente nocivo. Y evocar as¨ª el pasado no responde al papel del historiador -que debe rehuir una toma de posiciones para atenerse a una limpia toma de contacto con los hechos-.
Se trata, en conclusi¨®n, de ser leales a la historia, porque ¨¦sta, m¨¢s tarde o m¨¢s temprano, acaba por prevalecer. Dec¨ªa Ortega y Gasset: "Todo extremismo consiste en excluir, en negar, menos un punto, todo el resto de la realidad vital. Pero este resto, como no deja de ser real porque lo neguemos, vuelve, vuelve siempre, y se nos impone, queramos o no. La historia de todo extremismo es de una monoton¨ªa verdaderamente triste: consiste en tener que ir pactando con todo lo que hab¨ªa pretendido eliminar".
Afirmar un solo punto -la unidad a ultranza y sin matices-, durante 40 a?os de dictadura, se ha traducido en la multiplicac¨ª¨®n de los nacionalismos peninsulares, que todos hemos presenciado. Negar tajantemente la unidad b¨¢sica en nombre de la variedad que es su contrapartida, podr¨ªa abocarnos a un nuevo cielo de perturbaciones sin horizonte. Porque la historia es esa realidad que, seg¨²n la frase de Ortega, acabar¨¢ por imponerse, queramos o no.
es historiador.
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