Los samur¨¢is y el delf¨ªn
De los tres grandes congresos socialistas que han tenido lugar en Occidente de un a?o a esta parte, el del partido franc¨¦s ha sido el m¨¢s decepcionante. Los laboristas brit¨¢nicos y los socialdem¨®cratas alemanes no han renovado en profundidad la doctrina, pero han reforzado su imagen unitaria y entreabierto algunas pistas. Los documentos discutidos en Rennes ¨²nicamente han insistido en estos dos aspectos. Han ignorado casi por completo la formidable conmoci¨®n que agita a los Estados del Este. No se ha dicho nada sobre las consecuencias del desmoronamiento de los reg¨ªmenes comunistas para el socialismo democr¨¢tico.El vigor de los enfrentamientos ha hecho olvidar la grisalla del pensamiento. Todos los congresos se ven precedidos por batallas entre samur¨¢is, caracoleando cada uno de ellos a la cabeza de su moci¨®n. Pero estas batallas nunca hab¨ªan alcanzado tanta violencia como la desencadenada frente al extraordinario mecanismo empleado por el joven Laurent Fabius para conquistar el poder en el partido. Han llegado a un tal apogeo en los debates de Rennes que los delegados se han separado desconcertados, sin haber definido una plataforma mayoritaria, lo que nunca anteriormente se hab¨ªa visto. Mostradas por una televisi¨®n acogida con puertas abiertas, estas disputas del aparato han causado la peor de las impresiones. Pero todo ha cambiado algunos d¨ªas m¨¢s tarde mediante uno de esos golpes de efecto de los que Fran?ois Mitterrand tiene el secreto.
Se sab¨ªa que ¨¦ste impondr¨ªa un acuerdo general, tanto m¨¢s f¨¢cil cuanto que esas luchas tribales ten¨ªan como fundamento sobre todo las ambiciones personales para la sucesi¨®n del jefe del Estado. Pero nadie imaginaba que el presidente de la Rep¨²blica iba a cambiar de arriba abajo las estructuras del partido que domina la izquierda al designar claramente a Michel Rocard como el ¨²nico candidato susceptible de llegar al El¨ªseo en 1995, a condici¨®n de haber ganado primero las elecciones legislativas de 1993. La sorpresa fue tanto m¨¢s colosal cuanto que todo el mundo ten¨ªa con anterioridad como delf¨ªn preferido a Laurent Fabius, quien se hab¨ªa beneficiado del favor real en su voluntad de tomar las riendas del Partido Socialista.
?Han llevado a Fran?ois Mitterrand los patinazos de Rennes a sacar la conclusi¨®n obligada de las dos aventuras sucesivamente conducidas por el m¨¢s cercano de sus disc¨ªpulos? En la campa?a para las elecciones europeas, Fabius se hab¨ªa mostrado como un mediocre agrupador: su lista no obtuvo m¨¢s que un 23,6% de los sufragios emitidos, mientras que un sondeo le adjudicaba el 29% de las intenciones de voto cinco semanas antes del escrutinio. En la conquista del aparato del Partido Socialista acababa, por el contrario, de conseguir un notable resultado" reuniendo cerca del 30% de los delegados. Pero luego no ha demostrado tener una capacidad semejante de negociador para impedir que todos sus rivales se coligaran contra ¨¦l.
Adem¨¢s, Fabius favoreci¨® esta formaci¨®n de un frente de rechazo al dar la impresi¨®n de romper con la concepci¨®n tradicional de un partido de militantes para reemplazarla por la de un partido de seguidores. Debilit¨® as¨ª su legitimidad socialista y galvaniz¨® la energ¨ªa del ¨²nico samuray desprovisto de ambici¨®n presidencial: Lionel Jospin, quien fue primer secretario del partido de 1981 a 1988. Este ¨²ltimo ha sido la revelaci¨®n del congreso de Rennes, al que domin¨® mediante una estrategia eficaz y una independencia absoluta, incluso hacia el padre fundador. Rompiendo la famosa mayor¨ªa mitterrandista que marginaba a Michel Rocard, intent¨® formar con este ¨²ltimo una mayor¨ªa anti-Fabius. El primer ministro se neg¨®, por fidelidad al presidente de la Rep¨²blica y por convicci¨®n de la necesidad de restablecer cuanto antes la unidad del partido. Si el conflicto de los fabiusianos y de los antifabiusianos contin¨²a en el seno del aparato enmascarado por la unanimidad de fachada encarnada por Pierre Mauroy, los socialistas perder¨¢n con toda seguridad la batalla de las legislativas de 1993, cuyos resultados se impondr¨¢n en las presidenciales de 1995.
Para conseguir la victoria se hace necesaria una renovaci¨®n de las estructuras del partido. A pesar de las cualidades que ha demostrado en este campo, Laurent Fabius no puede emprenderla sin reabrir las heridas del congreso. El brillante ¨¦xito de Michel Delebarre en las elecciones de Dunkerque permite pensar en el advenimiento futuro de un agrupador que se ha mantenido apartado de la refriega de Rennes y no parece estar vinculado con ninguno de los samur¨¢is. Pero nada hubiera sido posible si no se hubiese puesto fin r¨¢pidamente a la rivalidad por la sucesi¨®n presidencial, que estaba desgarrando totalmente el partido.
?nicamente la investidura de Michel Rocard como delf¨ªn pod¨ªa rehacer alrededor de ¨¦l la unidad de los socialistas, aunque siguiese siendo muy minoritario con el 24% de los delegados: esto se debe a que el mecanismo de la V Rep¨²blica hace del candidato al El¨ªseo el jefe indiscutible de un partido al que s¨®lo ¨¦l puede conducir a la victoria. La juventud de Laurent Fab¨ªus le permite esperar sin demasiada impaciencia las presidenciales del a?o 2002, cuando tendr¨¢ 56 a?os, edad ideal para acceder al El¨ªseo. Tanto m¨¢s cuanto que su presidencia de la Asamblea Nacional hace de ¨¦l el tercer personaje del Estado, en un puesto excepcional de observaci¨®n e influencia.
Era natural que Fran?ois Mitterrand hiciera un tal an¨¢lisis, que su clarividencia pol¨ªtica le permit¨ªa apreciar con toda claridad. Lo era un poco menos que sacrificase tan totalmente sus preferencias personales, aunque sus funciones lo hayan habituado a un comportamiento de este tipo. Lo era todav¨ªa menos que actuase tan r¨¢pidamente, porque de ordinario prefiere "dejar tiempo al tiempo". Este momento del segundo septenato es fundamental. Se adelanta, por otra parte, a una renovaci¨®n del Partido Socialista que retome la obra iniciada en Epinay en 1971. Nunca hasta ahora un primer ministro ha permanecido en ejercicio durante todo un mandato presidenc¨ªal. Al abrir a Michel Rocard una tal perspectiva, el presidente de la Rep¨²blica sugiere claramente que se propone desde este momento distanciarse de los asuntos internos para dedicarse esencialmente a la pol¨ªtica exterior, y en primer lugar a la construcci¨®n de Europa.
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