Rumania b¨¦tica
A R. A. M. RamondescuDe Rumania nos sab¨ªamos a Emile Cioran y a Mircea Eliade. El aforista desesperado era amigo del boticario de Santillana del Mar y de Ricardo Gull¨®n; el historiador de las religiones tuvo pronto, con una obra de peso, traducci¨®n atinada al castellano y al cuido de Asunci¨®n Madinaveita, bajo los ojos avezados de Xavier Zubiri. Yo, desde Taurus, fui editor de entrambos y lector, en M¨²nich y de joven, de Panait Istrati y sus Cardos del Barrag¨¢n. No era un mal elenco.
Ahora, cuando los muros se despe?an, echo mano del libro de Ram¨®n de Basterra Trajano y Rumania (19,11), del pr¨®logo de Jos¨¦ Mar¨ªa de Areilza a una antolog¨ªa de poemas del bilba¨ªno compuesta en 1939, de los brillantes art¨ªculos de Agust¨ªn de Fox¨¢.
Estuvimos pronto resabiados. La culpa fue de Francia y sus escritores comunistas. (El enfrentamiento entre Albert Camus y Jean-Paul Sartre nos abr¨ªa los ojos a alternativas humanistas fuera del marxismo; y no le¨ªmos entonces a Raymond Ar¨®n). Panait Istrati fue adoptado literariamente por Romain Rolland (un Teilhard de Chardin, por cierto, de v¨ªa estrecha y lacrim¨®gena y en otras riberas). Pero sus denuncias de la represi¨®n en los Balcanes en 1924, y sobre todo su riguroso informe acerca de la Uni¨®n Sovi¨¦tica en 1929, merecen la retirada de Rolland al silencio desde?osamente operativo y un art¨ªculo calumnioso de Henri Barbusse que, a?os m¨¢s tarde, dejar¨¢ que el jud¨ªo Walter Benjamin pase hambre. Aquella Francia de los comunistas no fije precisamente dulce en su hospitalidad.
Nos hicimos ilusiones en cuanto a que la reina Mar¨ªa de Rumania, nacida princesa de Gran Breta?a, al utilizar para sus productos literarios el seud¨®nimo de Carmen Sylva espa?olizase. S¨ª, pero radicalmente, ya que latinizaba. (Rumaniz¨® la que luego ser¨ªa esposa de Andr¨¦ Maurois, de soltera Caillavet, nombre Simona, en su Oda a Rumania, 1916; se subray¨® que Ronsard tuvo antepasados en aquellas tierras, en las que hiela el Danubio vecino de la Tracia). Paul Morand casar¨¢ con la princesa. Soutzo, rumaria y musa privada de Marcel Proust. Nada m¨¢s proustiano, en estilo de prosa que desvela alma, que la introducci¨®n de Morand a las cartas del buscador del tiempo perdido a esta princesa: El visitante nocturno (1949). (?Qu¨¦ no dar¨ªamos por conocer en lo menudo la conversaci¨®n de Morand y Cambon sobre los Daudet., Alphonse y Lucien, con la emperatriz Eugenia? Ese mismo a?o de 1917, el XVII duque de Alba preside una delegaci¨®n de reales academias espa?olas, que devuelve visita protocolaria a la Academie Fran?aise. Acompa?an a Alba don Ram¨®n Men¨¦ndez Pidal y don Manuel Aza?a). Las frases de Helena Vacaresco, que no quiso ser reina, divert¨ªan al todo Par¨ªs: apocalipsis de sal¨®n. ?Qui¨¦n no quiso ir al baile, para no danzar siquiera un aire, con Proust y la Bibesco? Se enfurru?aba ¨¦sta cuando Mar¨ªa, ya reina viuda, aseguraba el suicidio de la vieja Europa. La autora de El so?ador de sue?os ( 1916), de Mi pa¨ªs (1915), vio claro, a trav¨¦s de la desastrosa aventura de su hijo mayor con Magda Lupescu: abdicaci¨®n forzosa en el actual Miguel de Rumania y Grecia.
"Como una hero¨ªna de Pierre Lot¨ª", cant¨® un poeta a Anita Delgado, convertida en marahan¨ª de Kapumtala. Para Pierre Lot¨ª fue la hero¨ªna Mar¨ªa de Rumania. En la d¨¦cada de aquellos noventa, el acad¨¦mico franc¨¦s redacta un librito, melanc¨®lico e impregnado de a?oranzas, sobre la reina escritora. (La traducci¨®n espa?ola ve la luz bastante pronto). La entrevista que Mar¨ªa concede a Lot¨ª, en habitaciones casi acu¨¢ticas del hotel Danieli, de Venecia, resulta memorable por el entorno plausible de pinceladas tan consabidas como certeras. Lot¨ª prefiere, por encima de las otras producciones, regias, el Libro del alma. ?Por qu¨¦ imagina la belleza de la escritora con fondo de Delacroix, de su Misa en el sepulcro de Cristo? Fondo, claro est¨¢, de Bizancio transverberado. Nunca quiso saber nadie como muri¨® Mar¨ªa: temor ante un misterio claro.
El primer recuerdo eficaz del conde de Fox¨¢ en Rumania es para los sefarditas, para los cigarrales de Toledo. Uno de los jud¨ªos rumanos brinda por S. M. don Alfonso XIII: "Que Dios d¨¦ al rey Alfonso caminos buenos". Los sigui¨® nuestro monarca, batiendo cobre por todos los per seguidos. Reina en Bucarest el desdichado Carol II. Contempla Fox¨¢, embelesado, la ceremonia de la cruz lanzada primero y luego rescatada de entre el fango. Despu¨¦s, los panes de la muerte hechos de almendras dejan sabor amargo por Motza y por Mar¨ªn, "muertos por la grandeza de Espa?a". El diplom¨¢tico ni se?ala siquiera los signos opresores del nazismo. Acaso, s¨ª, seguro, ese brazo en alto ante el autom¨®vil que le lleva a Bulgaria, donde la valent¨ªa capital del zar Boris III apenas si consigue alejar de su patria aquella mancha parda.
Fox¨¢ s¨ª escribe de Trajano. Sin duda hab¨ªa le¨ªdo el espl¨¦ndido estudio, ya citado, del poeta vasco Ram¨®n de Basterra. El gran emperador, nacido en It¨¢lica, junto a Sevilla, practic¨® el coloquio en el romano Foro Nuevo, con Dacia. Ten¨ªa all¨ª que cumplir a Virgilio: "?stas eran sus artes, imponer las costumbres de la paz", doscientos a?os despu¨¦s de que se hubiesen establecido en las Galias y casi cuatrocientos desde que se implantaron en Italia e Hispania. Trajano, el peludo y, al decir de Plinio, tan delicadamente b¨¦tico como el fil¨®sofo S¨¦neca y el poeta Lucano. Malbarat¨® la monarqu¨ªa desordenada de Decebal tan s¨®lo en un a?o. Dante coloca su sombra luminosa en el para¨ªso: "Ahora conoce lo caro que cuesta no seguir a Cristo por experiencia de esta vida tan dulce y de la opuesta". Basterra es recibido por la reina escritora en fragores de guerra de estos Hohenzollern rumanizados ante y contra los primos que invaden desde Prusia. El patriarca le espeta al escritor un ?viva Espa?a!, que transmite Basterra, a trav¨¦s de Alfonso XIII, al b¨¦tico Trajano. Una de sus mejores cabezas consta en los haberes del Museo Arqueol¨®gico Sevillano.
(Rumano era Vintila Horia, y rumana tambi¨¦n su exquisita novela francesa Dios naci¨® en el exilio , que mereci¨® y desmereci¨® muy justamente el Premio Goncourt en 1960). Bucarest, 1990: despe?adero de la peor quimera. La revista, ahora postsartriana, Les Temps Modernes publica un n¨²mero monogr¨¢fico, el de enero, sobre Rumania: "Para servir a la historia de una liberaci¨®n". ?Una cultura del intersticio? ?Ah, que el eco termine por descontrolarse! "T¨² dir¨¢s: es una vida, y yo dir¨¦: no lo es", canta Virgil Mazilescu, cuyos versos beben tambi¨¦n en la guerra de Troya. Un aduanero pinta un viaje: la hoguera, tras la que el rostro de Dios crepita sin quemarse. Y Petre Roman, ministro primero, acude sonriente, un poco catal¨¢n y un mucho c¨¢ntabro, a la tribuna f¨¦rreamente alborotada de la Mil¨¢, do?a Mercedes, un todo catalana, ?tan antigua!, y un poquito andaluza, concreta, re dentoramente sevillana.
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