Castigo
Si se mira bien, esa marea negra que nos invade, esa alquitranada mugre de los pol¨ªticos corruptos y ladrones, supone en realidad una saludable crisis de crecimiento. As¨ª como en el proceso por la desaparici¨®n de El Nani ayud¨® a consolidar, a m¨ª en tender, los perfiles de un Estado de derecho, as¨ª estos esc¨¢ndalos de ahora sirven para clarificar los l¨ªmites del juego democr¨¢tico, cubrir huecos legales y remachar las reglas. Tras esta primavera tan ardiente, no habr¨¢ pol¨ªtico, por mangante que sea, capaz de trapacear con la facilidad y el entusiasmo con que han podido hacerlo hasta ahora desde el comienzo de la historia de Espa?a. Y una cosa m¨¢s: ni todo los polic¨ªas se dedicaban a trajinear tan siniestros como los del caso El Nani ni todos los pol¨ªticos tienen el alma negra.Pero los que s¨ª la tienen son tremendos. Obnubilada estoy ante esta caterva de reyes del mambo de cuya andanzas nos dan cumplida cuenta los peri¨®dicos. Se me abren las carnes al leer la transcripci¨®n de esa conversaciones, al observar el cinismo y la groser¨ªa con que roban. Lo malo es que estos delitos resulta siempre dif¨ªciles de probar, y lo peligroso es que la memoria humana es corta y d¨¦bil. Por eso propongo castigos ejemplares para estos muchachos. No la c¨¢rcel y tampoco una multa sino el peso mismo de sus muchas culpas. Que se empapele el pa¨ªs de sus fotos y sus nombres. Que se les obligue a llevar durante cierto tiempo un sambenito, cucurucho picudo y bonito cartel explicativo en la pechera. Y que todas las semanas acudan a contar su turbia historia a lugares escogidos. Al colegio de sus hijos, por ejemplo. O a ese club privado y exquisito en el que antes alardeaban de purismo, quiz¨¢ de cristianos, sin duda de hombres de orden principios, y en donde, a lo mejor clamaron justicieramente por reimplantaci¨®n de la pena de muerte para acabar con tanto delincuente com¨²n como anda suelto.
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