El d¨¦bito
Hace unos pocos a?os hubieran sido personajes de alguna novela rosa subida de tono. Hoy han pasado a la novela negra. Son esos maridos perplejos y estafados que ven c¨®mo sus se?or¨ªas les imponen condenas de tres lustros por un polvo obligado entre s¨¢banas quebradizas. Para esos herederos de la barbarie cavern¨ªcola la sentencia destila la injusticia del propietario expropiado. Para esas mujeres humilladas que sintieron los zarpazos de la bestia humana y la implacable corrosi¨®n de las ilusiones j¨®venes, esas condenas son la exigua victoria moral sobre tantos siglos de d¨¦bito conyugal. El recambio generacional de tantos jueces y el acceso de la mujer a la judicatura est¨¢n convirtiendo a la justicia espa?ola en la aut¨¦ntica protagonista de nuestra democracia mental, que es la que importa. De pronto la Audiencia de Oviedo ha recordado t¨¢citamente que la libertad individual no conoce otro l¨ªmite que el de la libertad ajena, y ha bastado una sentencia para que se empiece a desmoronar la hegemon¨ªa masculina que va desde la estaca prehist¨®rica hasta el matrimonio supuestamente indisoluble.Cesare Pavese, en su Oficio de vivir, recuerda que "es muy dif¨ªcil ser bueno cuando se est¨¢ enamorado". Pero en estos casos el amor es el gran ausente. Demasiadas veces el matrimonio no es otra cosa que la perversi¨®n de? amor, tal vez porque todos los contratos tienden a cosificar los sentimientos y los cuerpos, y entonces se confunde el cari?o con el derecho y el placer negado con el deber incumplido. Cada d¨ªa, infinidad de mujeres militarizadas por sus maridos sienten la lenta destrucci¨®n del amor contra la piel predadora, y uno y otra se envilecen bajo la insensata losa de una firma. En esas brutales violaciones del cuerpo y de? sentimiento los hombres percibimos los chirridos de una educaci¨®n sentimental mal educada. Aquella que da tanta importancia al d¨¦bito y tan poca al cr¨¦dito.
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