Los bomberos pir¨®manos
A los cr¨¢neos privilegiados del Consejo de Universidades no les gusta nada la literatura espa?ola. Est¨¢n en su derecho. La literatura espa?ola tampoco le gusta al Ministerio de Educaci¨®n, que la expulsa gradualmente de sus exiguos reductos en el bachillerato, ni a la mayor¨ªa de los espa?oles,, que en esto, como en tantas otras cosas, secundan la convicci¨®n ejemplar de sus dirigentes pol¨ªticos, herederos de aquella c¨¦lebre consigna lanzada a principios de los setenta por un hombre injustamente postergado hoy d¨ªa de nuestras instituciones educativas. Hablo, claro, de don Jose Sol¨ªs Ruiz, la sonrisa del r¨¦gimen -el otro, el que nunca existi¨®-, y de unas palabras que hoy deber¨ªan estar inscritas en bronce, o en metacrilato, en el frontispicio del gran templo de nuestra ignorancia: "M¨¢s deporte y menos lat¨ªn ". Con el lat¨ªn, y con el griego, ya se ocuparon de acabar los pen¨²ltimos educadores franquistas. La tarea animosamente emprendida por nuestros gobernantes actuales es acabar con el espa?ol. Por el modo en que ellos hablan se dir¨ªa que ya lo han conseguido. Si uno se para a pensarlo, un idioma con tantos miles de palabras es tan arcaico como una f¨¢brica con varios miles de obreros: gastos innecesarios, dificultades de gesti¨®n, falta de eficacia.. As¨ª que del mismo modo que para modernizarnos han cerrado tantas f¨¢bricas y despedido a tal n¨²mero de trabajadores, tambi¨¦n han resuelto clausurar cap¨ªtulos enteros del diccionario y de la historia de la literatura y arrojar al desempleo de la inexistencia la mayor parte de las palabras del idioma. Y dando un ejemplo de austeridad que felizmente cunde entre la poblaci¨®n, ellos han logrado hablar con una soltura y una riqueza de vocabulario dignas de los boxeadores sonados y de los cronistas de f¨²tbol.Al Consejo de Universidades y al Ministerio de Educaci¨®n lo que les gusta es la ling¨¹¨ªstica, que al fin y al cabo es una ciencia, si no tan noble como la inform¨¢tica, la pedagog¨ªa o la animaci¨®n sociocultural, s¨ª mucho m¨¢s respetable que la literatura., que como es sabido trata de gente que no existe y m¨¢s de una vez ha enloquecido a lectores incautos transmiti¨¦ndoles sentimientos de concupiscencia y rebeld¨ªa. Gracias a los nuevos planes de estudio, los alumnos obtendr¨¢n un conocimiento exhaustivo de las leyes del idioma sin el menor peligro de contagio. No sabr¨¢n poner correctamente un acento ni articular una frase de m¨¢s de cinco palabras, ni tendr¨¢n por qu¨¦ haberse molestado en leer una novela, pero el fonema no guardar¨¢ ning¨²n secreto para ellos. Si el ejemplo se extiende, muy pronto la medicina no servir¨¢ para curar, sino para explicarles a los enfermos los pormenores de su dolencia, y la gastronom¨ªa podr¨¢ estudiarse en ayunas, y los capitanes de barco se jubilar¨¢n despu¨¦s de largos a?os de aprenderlo todo sobre la did¨¢ctica de la navegaci¨®n y las mareas sin haber tenido necesidad de embarcarse nunca. La tarea es larga y dificil, pero por lo pronto ya se ha conseguido que un n¨²mero creciente de espa?oles pase por la escuela, el instituto y la universidad como pasaron Daniel y sus amigos por el foso de fuego, milagrosamente indemnes, libres de todo rastro de da?o y de conocimiento, y sobre todo de esa funesta man¨ªa de pensar que tan heroicamente combati¨® otro insigne reformador de nuestro sistema educativo, el rey don Fernando VII, el cual, por carecer en su tiempo de inteligencias pedag¨®gicas como las que actualmente nos rigen, no tuvo m¨¢s remedio que cerrar las universidades y sustituirlas por escuelas de tauromaquia.
Que el Ministerio de Educaci¨®n se ocupe de fomentar la ignorancia y que a los futuros profesores de literatura se les exima de la tediosa obligaci¨®n de conocerla pueden parecer decisiones parad¨®jicas, pero en el fondo obedecen a un cierto modelo de conducta que ha mostrado su indudable eficacia en los ¨²ltimos quince a?os de la vida espa?ola, desde que se comprob¨®, primero con desconcierto, y luego con un poco de babosa gratitud, que los m¨¢s berroque?os franquistas se convert¨ªan en sonrientes dem¨®cratas de traje azul marino, y los republicanos de siempre, en mon¨¢rquicos leales hasta las l¨¢grimas. Inaugurada as¨ª la l¨®gica de los imposibles, el paso de los a?os la ha ido mejorando: una de las tareas de ciertos servicios antiterroristas consist¨ªa en organizar actos terroristas; los mayores beneficiarios del socialismo en el poder son los banqueros y los especuladores; la pol¨ªtica de repoblaci¨®n forestal sirve para extender el desierto; los directivos de la Agencia del Medio Ambiente andaluza dedican sus ocios a cazar ciervas pre?adas; dos hombres que abusan de una muchacha oligofr¨¦nica salen en libertad porque en el fondo se dejaron llevar por una comprensible explosi¨®n amorosa; cuando el tr¨¢fico ha vuelto inevitable una ciudad, se abren zanjas estrat¨¦gicamente calculadas para perfeccionar el desastre; a un pir¨®mano contumaz se le prescribe como terapia que trabaje de bombero, y el hombre, para no ser indigno de la confianza recibida, provoca en cuanto puede un incendio capaz de colmar las m¨¢s ambiciosas expectativas de sus benefactores.
En su trato con la literatura, el poder siempre ha. tenido la tentaci¨®n de la piroman¨ªa, y no lo digo por esa concejala de Cultura que el a?o pasado se hizo moment¨¢neamente c¨¦lebre al quemar algunos libracos de hace dos o tres siglos con objeto de ampliar el espacio de su biblioteca p¨²blica. La literatura es la gran memoria universal de los hombres, el archivo viviente de sus mejores rebeld¨ªas, de su desasosiego, de su instinto de felicidad y de raz¨®n, el testimonio amargo o exaltado pero casi siempre ejemplar de su rabia contra la mansedumbre y de su iron¨ªa frente a lo indiscutible. La existencia de la literatura implica una doble soberan¨ªa de conciencia, la de quien escribe y la de quien lee, la licitud de la imaginaci¨®n y la solidaridad inviolable de
los desconocidos. La literatura nos explica la parte de lucidez que hay en la locura y de compa?¨ªa ¨ªntima en la soledad, y porque nos permite viajar a lugares donde nunca hemos estado y compartir las palabras y las sensaciones de hombres que vivieron mucho antes de que nacieramos nosotros dilata nuestra conciencia m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites obligatorios del espacio y del tiempo. Gracias a la literatura aprendemos a no descartar lo imposible y a desconfiar de lo evidente, a venerar las palabras que pueden contamos la verdad y a saber que con frecuencia son armas de la mentira. Entendiendo a los h¨¦roes de la literatura nos entendemos a nosotros mismos: viajando por su mediaci¨®n al pasado aprendemos a descifrar las ra¨ªces que constituyen el presente.
La literatura, pues, es un saber in¨²til. Tan in¨²til que ni una sola tiran¨ªa se ha olvidado de someterla al tribunal de los inquisidores y al celo de los pir¨®manos. En un entrem¨¦s de Cervantes, un candidato a alcalde protesta airadamente cuando le preguntan si sabe leer. Tan orgulloso de su analfabetismo como de su condici¨®n de cristiano viejo, declara que los libros llevan a los hombres al brasero y a las mujeres a la casa llana. Qui¨¦n sabe si lo que el bombero incendiario se propon¨ªa al prender fuego a un bosque era evitar que la madera de sus ¨¢rboles acabara en el futuro convertida en papel, en hojas olorosas de libros. Qui¨¦n sabe si gracias a las sabias medidas pedag¨®gicas del Ministerio de Educaci¨®n y del Consejo de Universidades los posibles incendiarios del porvenir no lograr¨¢n satisfacer su vocaci¨®n de oscurantismo sin necesidad de prohibir los libros o de condenarlos al fuego. La m¨¢s hermosa y necesaria utop¨ªa de aquella izquierda espa?ola exterminada para siempre en la guerra civil fue la democratizaci¨®n del saber. Pero los tiempos cambian y el viejo sue?o de la Instrucci¨®n P¨²blica, como el de la decencia p¨²blica, se ha vuelto un anacronismo que ya s¨®lo parece conmover a unos pocos sentimentales incurables. Yo no s¨¦ si en el futuro todos los bomberos ser¨¢n incendiarios convictos, y los violadores, rodeados del afecto de sus convecinos, dirigir¨¢n cursillos de convivencia marital. Por lo pronto, la incompetencia, la demagogia, el cinismo, con la ayuda de esas buenas ¨ªntenciones de las que seg¨²n dicen est¨¢ empedrado el infierno, van implantando entre nosotros la obligatoriedad de la ignorancia.
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