China, la larga marcha que condujo a Tiananmen
El an¨¢lisis de los sangrientos acontecimientos a¨²n rodeados de confusi¨®n- acaecidos en Pek¨ªn el 4 de junio de 1989 llevan al autor a pedir a los espa?oles que no castiguen por ellos al pueblo chino. Su apreciaci¨®n personal -¨¦l resid¨ªa entonces en Pek¨ªn- es que el Ej¨¦rcito no dispar¨® indiscriminadamente.
Pek¨ªn era desde hac¨ªa semanas una ciudad absolutamente convulsionada, un caos al que se hab¨ªa llegado tras un complicado proceso que no hab¨ªan sabido o podido detener las dos partes implicadas: Gobierno y autoridades por un lado y manifestantes por otro. La situaci¨®n no parec¨ªa tener salida, al haber fallado no s¨®lo el principal recurso con el que suelen solucionarse estos problemas, el di¨¢logo, sino tambi¨¦n las medidas de fuerza impuestas por los dos bandos: la ley marcial y la huelga de hambre.El Gobierno hab¨ªa fracasado en su intento de dar al mundo una imagen de tolerancia y comprensi¨®n permitiendo la pac¨ªfica ocupaci¨®n de la plaza y aceptando el di¨¢logo con los l¨ªderes estudiantiles, que, empujados por la fuerza que te proporciona la, en este caso, supuesta debilidad del contrario, no ced¨ªan en su postura, no dejando pr¨¢cticamente salida en muchos de los temas. Todas las medidas, las de di¨¢logo y las disuasorias, hab¨ªan fracasado, incluyendo la proclamaci¨®n de la ley marcial, que no pudo llevar a la pr¨¢ctica los diferentes puntos del comunicado emitido el 20 de mayo. Las tropas, venidas de otras regiones, fueron detenidas en los accesos a la capital y confraternizaban con el pueblo, contribuyendo a aumentar el equ¨ªvoco de debilidad mezclado con todo tipo de rumores, que iban desde la muerte de Deng Xiaoping hasta el atentado al primer ministro, Li Peng, pasando por la destituci¨®n y arresto del de Defensa, Qin Jiwei, y la m¨¢s profunda divisi¨®n en Gobierno y Fuerzas Armadas. ?Pero c¨®mo se hab¨ªa llegado a esa situaci¨®n?
Subi¨® el nivel de vida
Durante los ¨²ltimos a?os se hab¨ªa producido una elevaci¨®n evidente del nivel de vida de la poblaci¨®n. Pek¨ªn se llen¨® de hoteles, comercios y restaurantes, que estaban abarrotados de un pueblo ¨¢vido de consumo. En el resto del pa¨ªs, aunque es verdad que segu¨ªan existiendo zonas muy pobres, no se encontraba la miseria de otros muchos pa¨ªses del ¨¢rea, y el pueblo parec¨ªa feliz.?Qu¨¦ pudo ocurrir entonces?. El crecimiento econ¨®mico fue demasiado r¨¢pido. La inversi¨®n extranjera, que se sent¨ªa desde siempre atra¨ªda por ese sin par reclamo de un mercado de m¨¢s de mil millones de consumidores, se encontraba, a la hora de la verdad, envuelta en la m¨¢s monumental y at¨ªpica mara?a burocr¨¢tica que puede existir. A nivel individual, el pueblo, que se hab¨ªa hecho grandes ilusiones y empe?ado sus ahorros en una verdadera fiebre de consumo, vio c¨®mo la inflaci¨®n recortaba su valor adquisitivo. Adem¨¢s, la apertura trajo, entre otras cosas, trav¨¦s de televisi¨®n, im¨¢genes, decenas de millones de hogares, de los conocidos telefilmes norteamericanos, as¨ª como de la vida en Se¨²l, Taipei, Hongkong o Singapur. Que la familia Ewing, de Dallas, viviera mejor que los campesinos chinos no import¨® demasiado, pues ya lo supon¨ªan y adem¨¢s eran de otra raza; pero que ocurriera lo mismo en las poblaciones citadas no se pod¨ªa entender, pues ¨¦sos tambi¨¦n eran chinos. Indudablemente, algo estaba fallando en el sistema.
Pero en el desarrollo de los acontecimientos influy¨® el calendario, que le jug¨® al Gobierno una mal¨ªsima pasada. Cuando el 15 de abril muri¨® Hu Yaobang, el depuesto secretario del PCCh, los estudiantes, que ve¨ªan en ¨¦l a quien les hab¨ªa apoyado en unas protestas en el a?o 1986, le convierten en su l¨ªder. Pero Hu no hab¨ªa sido destituido por eso, sino por no gozar de popularidad entre las Fuerzas Armadas, el colectivo m¨¢s influyente, incluso por encima del partido, que no le perdonaba, junto con algunas desafortunadas actuaciones, su oscuro pasado militar. El Gobierno, que le estaba agradecido por los servicios prestados -no hab¨ªa sido destituido del Politbur¨®-, le organiz¨® un monumental funeral que congreg¨® en la plaza de Tiananmen a un mill¨®n de personas. La menuda y pat¨¦tica imagen de su viuda recibiendo el p¨¦same del hasta entonces respetado Deng Xiaoping, del arrogante Li Peng, del prestigioso Yang Shangkuri o del art¨ªfice de la reforma agr¨ªcola, Zhao Ziyang, parec¨ªa decirle al pueblo que Hu hab¨ªa muerto por culpa de los dem¨¢s, por lo injustos que hab¨ªan sido con ¨¦l.
La protesta de 1919
Lo cierto es que la fecha no hab¨ªa podido ser m¨¢s inoportuna, porque por aquellos d¨ªas se estaban ya preparando las concentraciones anuales que recordaban el levantamiento estudiantil del 4 de mayo de 1919 en protesta por el Tratado de Versalles, que conced¨ªa a Jap¨®n las prerrogativas alemanas en determinadas zonas de la costa y que se puede considerar el arranque del nacionalismo chino. El pueblo continu¨® concentr¨¢ndose en la plaza alrededor de una gran fotografia de Hu Yaobang, al principio no para protestar de nada, sino para continuar rindi¨¦ndole homenaje; pero poco a poco van apareciendo t¨ªmidas protestas exigiendo m¨¢s libertad y democracia. El Gobierno duda entre suprimir en¨¦rgicamente las concentraciones o permitirlas, inclin¨¢ndose por esto ¨²ltimo. Por aquellos d¨ªas se estaban celebrando en Pek¨ªn las reuniones del Banco Asi¨¢tico de Desarrollo, que reun¨ªa a varios ministros de Hacienda, entre ellos, por vez primera, el de Taiwan; y por si fuera poco, estaba encima la visita de Gorbachov, que congregaba en Pek¨ªn a un millar de periodistas extranjeros.La evoluci¨®n de los acontecimientos es de todos conocida: a los estudiantes se les unieron grupos de trabajadores, profesores, m¨¦dicos y gran parte del pueblo de Pek¨ªn, que acud¨ªan a Tiananmen por una mezcla de curiosidad -el chino lo es much¨ªsimo- y reivindicaci¨®n. Los rumores apuntaban a un vac¨ªo de poder que pudiera llevar a un cambio del que mucha gente no quer¨ªa quedar al margen. Y tambi¨¦n -est¨¢ comprobado- agitadores venidos desde el exterior y un oscuro apoyo econ¨®mico que hizo que se encontraran en la plaza maletas llenas de dinero emponzo?aban el ambiente, cerrando cualquier posible salida al conflicto. Adem¨¢s de que, con la irresponsabilidad que s¨®lo se comprende por la extrema juventud de algunos de los l¨ªderes estudiantiles, empujaban, como Wuer Kaixi, a sus compa?eros a una dram¨¢tica huelga de hambre mientras, a pocos participaba, seg¨²n im¨¢genes de la televisi¨®n que no parec¨ªan trucadas, en un op¨ªparo banquete en un reservado del hotel Pek¨ªn, filmadas en golpe maestro por los servicios de espionaje chinos.
Pero los rumores no ten¨ªan consistencia: Deng apareci¨® s¨²bitamente en televisi¨®n, rodeado de toda su plana mayor y con un aspecto altamente saludable. Li Peng no hab¨ªa sufrido ning¨²n atentado, y en su pulso con Zhao Ziyang, Hu Qili y otros innovadores, era el claro vencedor; en cuanto al supuesto arrestado ministro de Defensa, apareci¨® revistando tropas. Y aunque pudiera haber cierta divisi¨®n en el seno del ej¨¦rcito -extremo que nunca se comprob¨®-, la circunstancia de que en las dos grandes unidades empe?adas, la 27 y la 38, fueran destacados jefes el hijo y el yerno del presidente de la Rep¨²blica, Yang Shangkuri, no presagiaba futuras deslealtades. Cuando el 30 de mayo los acampados en Tiananmen hacen p¨²blica su intenci¨®n de no retirarse, como estaba previsto hicieran, y continuar, cuando menos, tres semanas m¨¢s, el Gobierno entiende que hasta ah¨ª se hab¨ªa llegado. Los jefes de los tres principales departamentos militares, los de Estado Mayor, Pol¨ªtico y Log¨ªstico, generales Chi Haotian, Yang Baibing y Zhao Nanqi, publican una proclama que ven¨ªa m¨¢s o menos a decir, parangonando aquella famosa frase, que "China espera que cada uno cumpla con su deber". El mensaje era tan claro que lo consider¨¦ como una premonici¨®n de la intervenci¨®n.
Llev¨¢bamos viviendo cuatro a?os en China y cuando aquel primero de junio nos encamin¨¢bamos a la Plaza de Tiannamen, como tantas veces hic¨ªeramos, se nos acercaron unos j¨®venes que, con pat¨¦tico acento, nos dijeron: "Por favor, ay¨²dennos: esta noche nos van a matar a todos". Se equivocaba en 48 horas. Al atardecer del d¨ªa 3 sal¨ª a las afueras, en donde volv¨ª a tropezarme con las mismas unidades detenidas por la multitud. Pero ahora era diferente: ya no confraternizaban, intercambiando comida o cigarrillos; estaban serios, en el interior de los camiones, con los cascos puestos y el armamento en las manos. De regreso no pude llegar a Tiananmen, como la noche anterior hiciera, pues los controles me lo impidieron. Horas m¨¢s tarde, unos cien mil hombres que desde hac¨ªa semanas acampaban en las cercan¨ªas de la capital, converg¨ªan, utilizando siete ejes distintos, sobre la plaza, produci¨¦ndose lo que en el mundo se ha llamado la matanza de Tiananmen. Bajo mis ventanas pasaron, en pocos minutos, un centenar de carros de combate, otros tantos veh¨ªculos acorazados y un incontable n¨²mero de camiones y ambulancias, sin que las barricadas, justo bajo mi terraza principal, pudieran detenerlos. El mundo entero se horroriz¨®. ?Pero existi¨® de verdad esa matanza indiscriminada? ?Es posible que los soldados chinos, el Ej¨¦rcito Popular de Liberaci¨®n, dispararan contra sus indefensos compatriotas, provocando miles de muertos? ?Es verdad que los carros de combate entraron en la plaza aplastando las tiendas con los estudiantes dentro, reduci¨¦ndoles a pulpa, que eran luego amontonados en una gigantesca pira?, como dijo la prensa de un pa¨ªs del ¨¢rea, citando fuentes de su Embajada en Pek¨ªn.
Menos bajas
Realmente no fue as¨ª. Las bajas que, aunque muy numerosas, en ning¨²n caso se acercaron a las que se barajaron en algunas informaciones, se produjeron en enfrentamientos, pero no porque el ej¨¦rcito disparara indiscriminadamente. De hecho, no existe una sola imagen, a pesar de la extraordinaria cobertura gr¨¢fica que hab¨ªa esos d¨ªas en Pek¨ªn, que recoja la figura de un soldado disparando contra el pueblo, aunque, evidentemente, ante la magnitud y gravedad de los acontecimientos, pudo darse alg¨²n caso aislado. La que dio la vuelta al mundo, la de una persona deteniendo a una columna de tanques que intentan sortearlo, permiti¨¦ndole incluso subirse y golpear la torreta para, finalmente, alejarse libremente, se alinea con esa tesis: la no intencionalidad de provocar una matanza, que es tambi¨¦n la de otros muchos conocedores del tema.Un tema, en realidad, muy complicado, que presenta lagunas e inc¨®gnitas sin resolver, incluso para los que est¨¢bamos all¨ª. La historia y, sobre todo, el tiempo, permitir¨¢n juzgar y delimitar participaci¨®n y responsabilidades de unos y otros. Pero que unos hechos, los de Tiananmen, que no conocemos bien, no contribuyan a alejarnos, como lo hemos estado secularmente, por encima incluso de la distancia geogr¨¢fica, de un pueblo que ha desempe?ado un destacado papel en el mundo, que lo va a seguir desempe?ando en el futuro y, sobre todo y m¨¢s importante, que siente por Espa?a respeto, simpat¨ªa y afecto.
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