El viejo Pegaso y el autom¨®vil Ford
"Los fundamentos de la pr¨¢ctica productivista", escribi¨® Nikolal Tarabuk¨ªn en su manifiesto Del caballete a la m¨¢quina, de 1922, "se encuentran en lo m¨¢s profundo de la vida y no en el Parnaso. El viejo Pegaso ha muerto. El autom¨®vil Ford lo ha reemplazado. No son los Rembrandt los que crean el estilo de nuestra ¨¦poca, sino los ingenieros". Pero los que construyen los barcos transoce¨¢nicos, los aeroplanos y los trenes a¨²n no saben que son los creadores de la nueva est¨¦tica".Dificilmente encontraremos otra s¨ªntesis m¨¢s completa que la de Tarabuk¨ªn para expresar los ideales de los vanguardistas sovi¨¦ticos. La ecuaci¨®n artetrabajo-producci¨®n-vida, por seguir citando f¨®rmulas empleadas no s¨®lo por Tarabukin, sino en realidad por la vanguardia sovi¨¦tica toda, alumbr¨® la noche de verano art¨ªstica de la Revoluci¨®n. Esta noche de verano no dio m¨¢s de s¨ª que el parpadeo luminoso de una luci¨¦rnaga o el de una estrella fugaz ante cuya encantada e instant¨¢nea aparici¨®n se permiten formular los deseos que tienen vedado su cumplimiento.
?Qu¨¦ ha sido de la vanguardia sovi¨¦tica? Tenemos dibujos, planos, maquetas y fotograf¨ªas amarillentas. El exilio de algunos de sus m¨¢s significados protagonistas, el contrabando de obras y, finalmente, los pactos diplom¨¢ticos que desde hace aproximadamente unos 20 a?os permitieron que se viera en Occidente lo que estaba almacenado, bien oculto, en los museos sovi¨¦ticos, nos ha permitido conocer, aunque defectuosamente, tambi¨¦n ciertas obras concretas de algunos de los artistas revolucionarios m¨¢s c¨¦lebres, como Malevitch, Pevsner, Gabo, El Lizzitzky, Tatlin. Pero ni siquiera estas obras que materialmente hemos podido contemplar dejan de poseer el aura de un sue?o, como lo que so?amos que fue el sue?o de la Revoluci¨®n.
El sue?o y la realidad
Nada hay m¨¢s l¨®gico y cre¨ªble que lo so?ado, donde los deseos campan por sus respetos sin m¨¢s estorbo que las angustias del so?ador. El sue?o se enfrenta a la realidad, y por eso el arte tiene que ver m¨¢s con lo so?ado que con las revoluciones que se llevan a la pr¨¢ctica, donde la supervivencia aconseja acabar con sue?os y so?adores. La pintura sovi¨¦tica que triunf¨® fue la de caballete; la industria se esmer¨® en producir viejos pegasos, y el Mosc¨² realizado por Stalin y sus seguidores se acerca m¨¢s a los ideales del zar Pedro que a los audaces dise?os de los constructivistas.
?Qui¨¦n dice que haya habido alg¨²n arte que no se quedara en estado de proyecto? Los trenes de propaganda, el monumento a la III Internacional, las ciudades proyectadas por Iv¨¢n Leonidov, fueran dise?os concebidos como ef¨ªmeros o no, no traspasaron el umbral del cart¨®n-piedra o el papel. No importa: de estos sue?os se siguen alimentando los nuestros, al menos cuando nos sentimos artistas. Tarabukin no pudo sospechar que el autom¨®vil Ford viniera de la mano de Bush como tampoco sospechar¨ªa Malakovski que sus verso "Haremos que arda Siberia con los cien soles de los hornos Martin" se cumplir¨ªan en Chern¨®bil, pero ¨¦sta es la venganza del viejo Pegaso del arte, tan in tempestivo y contrarrevolucionario como un sue?o. Olvidados Lenin y Stalin, seguimos so?ando gracias a Malevitch o Tatlin, Pegasos del futuro.
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