Un pacto cultural

EL MINISTRO Jorge Sempr¨²n y el conseller de Cultura de Catalu?a, Joan Guitart, han llegado a un pacto por el que la Generalitat participar¨¢ en el establecimiento de determinadas pol¨ªticas culturales del ministerio que afecten a Catalu?a, y la Administraci¨®n central podr¨¢ patrocinar determinadas iniciativas en esta comunidad sin que ello suponga merma de la competencia exclusiva que el Gobierno aut¨®nomo tiene reconocida en materia cultural. Un acuerdo sencillo y que, sin embargo, hasta que Guitart y Sempr¨²n lo han enhebrado parec¨ªa imposible.Desde algunos sectores nacionalistas ya se ha criticado al conseller porque, dicen, ha renunciado a una supuesta "soberan¨ªa" cultural que Catalu?a tiene atribu¨ªda estatutariamente. En este reproche hay una nostalgia por la p¨¦trea autarqu¨ªa de algunas pol¨ªticas culturales catalanas del pasado que s¨®lo se habr¨ªan justificado si su idea de patrimonio cultural catal¨¢n no hubiera estado repleta de conceptos excluyentes, como no considerar dentro de la cultura de Catalu?a a los literatos catalanes que escriben en castellano. Por otra parte, esta ambici¨®n s¨®lo puede mantenerse si se asume el coste de la exclusividad. No comer ni dejar comer es lo que ha hecho la Generalitat en algunos asuntos significativos como, por ejemplo, el de? Liceo, donde se neg¨® a la contribuci¨®n econ¨®mica del Ministerio de Cultura hasta que el cierre por problemas presupuestarios estaba a la vuelta de la esquina.

La tradici¨®n de este ministerio tambi¨¦n ha avalado en muchas ocasiones estos recelos al reducir su pol¨ªtica de protectorado a uno solo de los componentes de la cultura compartida, el escrito en castellano. Desde este punto de vista, la revisi¨®n hist¨®rica del centralismo que est¨¢ realizando Sempr¨²n, un ministro que ven¨ªa empapado de la tradici¨®n jacobina francesa, resulta m¨¢s meritoria.

Este acuerdo supone un paso concreto en el desarrollo del Estado auton¨®mico. Resulta relativamente ociosa ahora la pol¨¦mica sobre si los asuntos culturales deben ser llevados desde un ministerio o desde una secretar¨ªa de Estado. Lo esencial es que el esp¨ªritu de este nuevo pacto cultural se expanda. Para ello hay que desarrollar una administraci¨®n cultural en las distintas autonom¨ªas que no suponga desprotecci¨®n en aquellas que, por inercia o prioridades, no han renunciado al patrocinio ministerial. Para ello tambi¨¦n hay que definir claramente los intereses culturales comunes a los que todas las autonom¨ªas deben aportar su tutela: ?Es, por ejemplo, leg¨ªtimo que la Generalitat se desentienda de la cultura producida en su territorio en castellano? ?Acaso el Ministerio de Cultura no est¨¢ avanzando, como justamente se le exig¨ªa, en la incorporaci¨®n de todo lo catal¨¢n al patrimonio com¨²n?.

Este acuerdo cultural, que supone un pleno respeto de las competencias de la Generalitat, es, pues, exportable. En otros ¨¢mbitos esta colaboraci¨®n no es in¨¦dita, y a un nivel m¨¢s general, por ejemplo, la experiencia del Gobierno vasco en coalici¨®n no ha implicado ninguna renuncia de nadie a su proyecto pol¨ªtico, como se est¨¢ viendo estos d¨ªas con motivo del asunto de la Foz de Lumbier, pese a todas las dificultades. Y es que el Estado de las autonom¨ªas supone una pol¨ªtica constante de pactos y de colaboraci¨®n.