Doe rechaza la ayuda de Estados Unidos
El presidente liberiano, Samuel Doc, rechaz¨® ayer nuevamente la ayuda ofrecida por EE UU para abandonar el pa¨ªs y escapar del cerco rebelde tras dos horas de conversaciones con el embajador norteamericano en Liberia, Peter de Vos. Cuatro barcos de guerra norteamericanos se encuentran fondeados frente a las costas liberianas con cerca de 2.000 marines a bordo.Fuentes diplom¨¢ticas en Abiy¨¢n informaron el martes que Doe acept¨® salir del pa¨ªs con la condici¨®n de que le sea garantizada su seguridad y la de los miembros de su tribu, la krahn. El presidente contin¨²a encerrado en su residencia fuertemente custodiado por sus hombres de seguridad.
Mientras, los soldados se dedican a atemorizar a la poblaci¨®n civil. Ante el temor de que de los tiros al aire pasen a la acci¨®n, el cuerpo diplom¨¢tico extranjero en Monrovia, incluida la representaci¨®n espa?ola, hicieron p¨²blica el martes una nota en la que piden protecci¨®n al Gobierno.
El martes, los rumores de que los rebeldes se hacen pasar por locos desencaden¨® una caza por parte de los militares contra los enfermos mentales de la ciudad, que fueron sistem¨¢ticamente asesinados. Algunos de sus cuerpos fueron hallados flotando en las lagunas de los alrededores.
Herido en el est¨®mago
La primera v¨ªctima del toque de queda fue un ni?o de 12 a?os que, en la ma?ana del martes, fue herido en el est¨®mago por los soldados. Su suerte fue el paso de un comando de los escasos uniformados que a¨²n est¨¢n sobrios y que intentan contrarrestar los desmanes de sus compa?eros incontrolados. Bajo su escolta, sus familiares lograron acercarle al hospital de San Juan, dirigido por religiosos espa?oles y el ¨²nico en funcionamiento tras el corte de electricidad.A pesar de las recomendaciones efectuadas por Washington para la salvaguarda de los forasteros, no hay garant¨ªa absoluta ni siquiera para los veh¨ªculos diplom¨¢ticos y las ambulancias.
"Fuera del jodido coche. ?Cruz Roja? Esos son los que llevan alimentos a los rebeldes. Mierda, os vais a enterar", grita un soldado tembloroso y desencajado enca?onando a los ocupantes europeos que salpican la ciudad. A veces basta con un cigarrillo para calmar los ¨¢nimos, otras, una propina. En el mejor de los casos, un miembro de puesto frena al incontrolado y, tras haber restablecido el orden, pide perd¨®n. "Son mis hermanos, pero es dif¨ªcil mantenerlos a raya".
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