El Mundial
CONCLUIDO AYER el Campeonato Mundial de f¨²tbol, es momento propicio para hacer balance. El sistema por el que se juega el campeonato est¨¢ dise?ado de tal manera que en Italia (dicho sea con las reservas que el entusiasmo del aficionado impone) alcanzaron las semifinales los dos mejores equipos -Italia y Alemania Occidental- y dos mediocres -Argentina e Inglaterra- No es infrecuente que en cualquier deporte equipos o jugadores inesperados derroten a los favoritos. Lo que s¨ª es peculiar del f¨²tbol es que lo hagan quienes, exhibiendo un p¨¦simo y aburrido juego, dejan en la cuneta a adversarios que jugaron mejor que ellos. Posteriormente, s¨®lo en la ¨²ltima fase del campeonato, suelen comportarse con excelencia, orden y garra. Padece con ello el aficionado, sufre el deporte y se perjudica el apasionamiento y la diversi¨®n de los espectadores. Pocos son los que no habr¨ªan querido ver a Camer¨²n o a Brasil en las fases finales de la competici¨®n, pero no por tipismo costumbrista, sino, sencillamente, porque demostraron jugar al f¨²tbol con belleza e imaginaci¨®n.El responsable de todo este desaguisado, un sistema que prima el pase a la ronda siguiente a costa de lo que sea sin que se necesite marcar demasiados goles, no es otro que la FIFA, escler¨®tico organismo rector del deporte del balompi¨¦ que, por razones que se nos escapan, se empe?a en mantener un reglamento poco acorde con el nivel de juego. Los expertos no se ponen de acuerdo en c¨®mo modificar las reglas, pero no por ello se deben mantener contra viento y marea aquellas que han demostrado su capacidad para frenar el espect¨¢culo. Con el replanteamiento de la regla del fuera de juego, por ejemplo, se podr¨ªa impulsar el esparcimiento de los espectadores y las t¨¢cticas podr¨ªan reducir su obsesi¨®n por el mon¨®tono pragmatismo. El f¨²tbol necesita potenciar su cualidad de espect¨¢culo para sobrevivir en un mundo con a?oranza de fiesta sumido en la competitividad desaforada.
Tampoco se entiende el que se desaprovechen sistem¨¢ticamente los avances t¨¦cnicos audiovisuales, mientras que los ¨¢rbitros -cuyas deficiencias y personalismos han quedado escandalosamente de manifiesto en el Italia 90 hasta el punto de haber modificado con sus errores buena parte de la selecci¨®n de finalistas- se ven obligados a depender de la agudeza de su vista, o de la torpeza de sus auxiliares, para enjuiciar situaciones desmentidas una y otra vez por la repetici¨®n videofilmada.
Y si de lo general bajamos a lo particular, habr¨¢ que rese?ar la modestia con que ha pasado por el campeonato la selecci¨®n espa?ola. Se trata de un conjunto que deambula por el mundo sin pena ni gloria, conquistando cotas de excelencia al parecer s¨®lo apreciables en la propia Espa?a y con una remuneraci¨®n econ¨®mica que dista mucho de estar justificada. Con mayor fortuna podr¨ªa haber llegado m¨¢s lejos en este Mundial, pero carec¨ªa del grado de voluntad, fortaleza f¨ªsica y finura necesarios para estar entre los grandes.
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