O se la mira, o se la escucha
Les Indes galantes
De Jean Philippc Rameau. Principales int¨¦rpretes: C. McFadde, I. Poulenard, F. le Roux, C. Dubosc, L. Dale, N. Rivenq y J. P. Fouch¨¦court. Producci¨®n: Festival de Aix-en-Provence.
Direcci¨®n esc¨¦nica: Alfredo Arias.
Coreograf¨ªa: Ana Yepes. Compa?¨ªa Ris et Danceries. Orquesta y coro Les Arts Florissants. Direcci¨®n musical: William Christie. Aix-en-Provence. 22 de julio.
Todos aquellos que conozcan La toma del poder de Luis XIV, una de las m¨¢s soberbias pel¨ªculas de Roberto Rosellini, recordar¨¢n el problema: ?era verdaderamente necesario ponerse una peluca de tirabuzones, calzarse unos coturnos con hebilla de a palmo, med¨ªas de seda, calzones repujados, orfebrer¨ªa hasta la nariz y medio kilogramo de encaje sobre el cuerpo para dominar el planeta? La respuesta de Rosellini, como la de Hegel, era un s¨ª rotundo. Sin todo el aparato cortesano, sin la chifladura simb¨®lica, sin la maquinaria de Versalles, los dos Luises no habr¨ªan podido jam¨¢s atornillar a sus levantiscos barones. Y sin un dominio absoluto en Francia, ?c¨®mo dominar el mundo?Jean Philippe Rameau forma parte de la maquinaria que los Borbones franceses emplearon para la construcci¨®n de Europa. Pero ¨¦l no ten¨ªa ninguna culpa. S¨®lo era un m¨²sico de extraordinario talento, dispuesto a incluir m¨¢s lujo, movimiento y suntuosidad en los espect¨¢culos que su antecesor, el severo Lully, montaba para Versalles.
Este a?o, el Festival de Aix-en-Provence presenta un aparatoso montaje de una de las ¨®peras-ballet de Jean Philippe Rameau m¨¢s aparatosas, Les Indes galantes.
Se conservan innumerables testimonios que presentan a Rameau como un hombre grosero, hosco, insociable, avaro y pelmazo. En cuanto a su f¨ªsico, era deplorable, largo, delgado, enjuto, filiforme, "como un tubo de ¨®rgano", comenta uno de sus amigos. Alguna gracia tendr¨ªa, sin embargo, cuando a los cuarenta y bastantes a?os cas¨® con una muchacha de 19, con cuya colaboraci¨®n produjo cuatro hijos. Les Indes galantes se estrenaron tras la paternidad de Rameau, y su contenido, perfectamente insensato como corresponde a toda ¨®pera, es el tema nacional franc¨¦s: l'amour.
Falta de costumbre
La mayor dificultad con que tropieza un espectador actual al asistir a una ¨®pera del barroco franc¨¦s es la ausencia de costumbre. El g¨¦nero qued¨® como un par¨¦ntesis en la historia de la m¨²sica y posee el car¨¢cter inusual e incomprensible de los animales atrapados en una isla por un cataclismo continental. El ornitorrinco, por ejemplo. De hecho, no volvieron a interpretarse ¨®peras del barroco franc¨¦s hasta los a?os cincuenta del presenta siglo; Las Indias galantes se repuso en 1952, tras 200 a?os de olvido.
El montaje que presenta el festival de Aix es muy desconcertante. La orquesta y los coros de Les Arts Florissants son soberbios; la direcci¨®n de William Christie es soberbia; las voces solistas son soberbias. Musicalmente, no puede o¨ªrse mejor interpretaci¨®n. Es deslumbrante. Ahora bien, la puesta en escena de Alfredo Arias s¨®lo tiene por objeto destruir la labor de Christie, de manera que el resultado es incierto.
Para comprender el montaje de Arias es preciso adoptar su punto de vista. Con toda certeza, Arias (?nombre prof¨¦tico!) considera que s¨®lo los necios son capaces de aguantar tres horas de m¨²sica de Rameau. En consecuencia, se dedica a distraer al respetable.
Detalles exquisitos
Elige, claro est¨¢, la farsa, de manera que la obra de Rameau sea algo as¨ª como Monthy Pyton en la corte de Luis XV y va trufando el espect¨¢culo con detalles exquisitos.
He aqu¨ª unos cuantos: el escenario figura una carpa de circo llena de payasos; la juventud europea reunida por la diosa Hebe es un grupito de ba?istas; el representante de la monarqu¨ªa espa?ola baila un zapateado; la diosa Belona es un andr¨®gino de aire japon¨¦s que hace k¨¢rate todo el rato; cuando Venus toma las flechas de Amor, se pincha un dedo y se lo chupa; el capit¨¢n espa?ol de la escena inca va vestido de baturro goyesco y para desenmascarar el truco del volc¨¢n enciende una cerilla; cuando el sacerdote invoca al astro rey, se pone gafas de sol; durante el ballet de las flores pasa un turco con un sulfatador y perfuma al p¨²blico; en la escena de Los salvajes los cantantes, se l¨ªan unos canutos. .. ?Ven el asunto? Todo muy chusco. Todo muy ingenioso y sutil.
La posici¨®n de Alfredo Arias es perfectamente comprensible: ¨¦l cree que esta m¨²sica es un ladrillo, as¨ª que lo mejor es convertirla en un concurso de televisi¨®n.
El talento de Arias es innegable: llenar¨ªa un estadio si le dejan escenificar la Pasi¨®n seg¨²n san Mateo. Su modelo art¨ªstico es Mel Brooks y trata de alcanzar ese paradigma de la sutileza que es El jovencito Frankenstein. El ¨²nico enigma es por qu¨¦ ha mantenido la m¨²sica. Es perfectamente prescindible.
Ya hab¨ªa visto yo un montaje de Alfredo Arias (La marquesa Rosalinda, de Valle Incl¨¢n) en el que la marquesa llevaba bigotes, el marqu¨¦s era una t¨ªa, las due?as se tiraban todo el rato por el suelo para ense?ar las piernas peludas, y as¨ª.
Es, sin duda, un profesional que ha tenido ¨¦xito. Y ser¨ªa de todo punto imposible que no lo tuviera. Pero con Rameau, como con Valle Incl¨¢n, nos obliga a elegirlo bien cerramos los ojos para o¨ªr a Rameau y a Valle Incl¨¢n; o bien nos tapamos los o¨ªdos para poder ver, a gusto, a los Picapiedra.
El d¨ªa de mi representaci¨®n todos nos dedicamos a los Picapiedra. ?Qu¨¦ triunfo!
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