La soledad desnuda
Estaban aqu¨ª hace s¨®lo ocho. d¨ªas, tan sanos y alegres, y se han ido. De repente se han ido. Parece mentira, pero es la verdad que se repite todos los veranos. Se van sin decir nada, ni hasta luego, ni te mandar¨¦ una postal, y la urbanizaci¨®n se impregna de soledad como esas casas deshabitadas con los muebles en fundas y un silencio sobre el que se dibuja el crujido de las pisadas. No quedan ni?os, o los que quedan aprenden a cultivar el silencio porque no rebotan en nadie sus gritos. Y los mayores hablan en voz baja y caminan sin apresuramiento.Los bienes escasos aumentan de precio y los vecinos residuales de agosto, tan escasos, parecen sospechar que crece su val¨ªa y act¨²an con forzada discreci¨®n, como si interpretaran un papel por encima de sus propios m¨¦ritos. La urbanizaci¨®n parece responder a la ley del mercado por la cual cuanto menos abunda el ser humano mayor es su valor en la bolsa de la sociolog¨ªa.
Tanta soledad repentina somete a los vecinos de ret¨¦n a una sensaci¨®n de desnudez producida por el hecho de que, en esta circunstancia de agosto, a cada cuerpo le corresponde un mayor n¨²mero de miradas. Sentirse m¨¢s observado que antes o, en alg¨²n caso de insignificancia personal, m¨¢s observado que nunca, equivaldr¨ªa a experimentar el azaramiento de salir a la calle en calzoncillos o en salto de cama.
En estos d¨ªas la gente de la urbanizaci¨®n se controla como si estuviera vigilada minuciosamente por un celador desocupado, y ello estimula una amabilidad colectiva que tiene algo de complicidad solitaria.
Pero el aburrimiento es un dato fijo en esta ¨¦poca. Se sigue jugando al mus a media tarde, tras dos horas de siesta, pero en la partida faltan los jaquetones del invierno, los jugadores que convierten los envites en pasi¨®n y el tapete verde en candilejas de un drama de azar y faroleo. Y el campeonato permanente de domin¨® queda suspendido hasta septiembre.
No se escucha, as¨ª, en el club social el choque rotundo de las fichas de hueso sobre las mesas de m¨¢rmol compradas en un anticuario del Rastro, ya que una asamblea de vecinos decidi¨® eliminar las de teca porque un diario conservador elogiaba la solidez tradicional del m¨¢rmol.
La esperanza blanca
No se habla ya de pol¨ªtica o se habla mucho menos. Don Ezequiel confiesa en alg¨²n momento de sinceridad crepuscular, cuando el sol se oculta tras un pinar vecino, que le ha defraudado Ruiz Mateos, a quien no piensa votar nuevamente. Entre un sector social de la urbanizaci¨®n Ruiz Mateos represent¨® en unas v¨ªsperas electorales la esperanza blanca que podr¨ªa, como el gran empresario que construy¨® un imperio, corporeizar el ectoplasma huidizo de Blas Pi?ar o el pistol¨®n parlamentario de Tejero.
Pero de aquel sue?o no queda nada, y ahora, como siempre, otra vez a empezar. "Este chico, el joven Aznar, les est¨¢ cantando las cuarenta a los suyos", insin¨²a Agapito Zarragato y Contreras, antiguo falangista, iracundo y disp¨¦psico, con un apunte casi marchito de ilusi¨®n. "Si Fraga le apoya contra todos, Aznar ser¨¢ el hombre que esperamos", a?ade don Ezequiel, siempre a la espera.
El encargado del bar sirve una ronda de cerveza, la segunda ronda de la tarde, y mira hacia la caja: "Hoy llevo recaudadas 600 pesetas", se lamenta con compunci¨®n de fraile. "Ya vendr¨¢ septiembre y la normalidad", tranquiliza don Ezequiel al camarero. "Ay, don Ezequiel, ya sabe usted que en septiembre vuelven todos sin un duro y si algo les queda es para libros y matr¨ªculas. Aqu¨ª no gano nada". Don Ezequiel queda un rato pensativo, bebe su cerveza con placer ostensible y sugiere a Zarragato y Contreras, dips¨®mano y a veces iracundo, la organizaci¨®n de uncampeonato de nataci¨®n para los pocos chiquillos que quedan. "Que se ilusionen por algo", argumenta con solidez el patriarca. Y todos llaman a dos chicos que permanecen en la piscina tras haber disputado sin ning¨²n apasionamiento un par de largos. Se acercan los chicos, de 14 y 15 a?os, se enteran del proyecto, lo escuchan con educada suficiencia, se impacientan imperceptiblemente y, con una sinceridad agresiva, como si exigieran el pago a una atenci¨®n correctamente dispensada, piden al mismo tiempo: "Ande, Ezequiel, invite a una cerveza".
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