Nuevas visiones de Am¨¦rica
Ciertamente, 1492 es la real fecha para un fabuloso comienzo: a?o de magnificentes victorias pol¨ªticas y militares, principio imponente de un seguro imperio, a?o del maravilloso descubrimiento, s¨ªmbolo de una identidad nacional que se dilat¨® hasta los confines de lo imaginario para imponer los signos de su poder. El a?o 1492 es un gran hito, un espl¨¦ndido s¨ªmbolo.Pero desde que, en 1892, se celebr¨® el cuarto centenario del descubrimiento de Am¨¦rica, entonces con el tambi¨¦n problem¨¢tico tel¨®n de fondo de una Am¨¦rica agitada por su independencia, la inteligencia espa?ola ha reaccionado a la gran efem¨¦ride con gestos ambiguos. A finales del siglo pasado, la grandilocuencia del s¨ªmbolo se volvi¨® contra la insensibilidad intelectual de quienes lo inflaron. Am¨¦rica se convirti¨® en la imagen de una derrota pol¨ªtica, cultural y moral de la conciencia nacional espa?ola. Todo el ensayo espa?ol moderno, desde Ganivet y Maeztu y Unamuno, y tantos otros, hasta llegar a Am¨¦rico Castro, que dio un giro decisivo al dilema, constituye una reacci¨®n tr¨¢gica, heroica o trascendente a la conciencia y la realidad de un fracaso, de una identidad rota que ten¨ªa a Am¨¦rica por testigo (y a la incompetencia frente a los pa¨ªses industrializados de Europa por amenaza).
Quiz¨¢ deba recordarse al ensayista Maeztu. Cuando el desastre de Cuba, es decir, cuando la revuelta de negros, como la bautiz¨® la no muy elegante inteligencia espa?ola, se convirti¨® en el tend¨®n de Aquiles del celebrado orgullo nacional, este intelectual escribi¨® unos pocos pero denodados art¨ªculos acusando la incompetencia administrativa espa?ola, atacando la apat¨ªa de intelectuales y ciudadanos en general. A?os m¨¢s tarde, cuando los dorados sue?os del imperio de ultramar ya se hab¨ªan convertido en una expl¨ªcita pesadilla, el mismo escritor recomend¨®: "Ya no tenemos imperio ni hacienda, pero debemos mantener con orgullo nuestro prestigio moral sobre nuestra Am¨¦rica: la honra de Espa?a". Hasta la ret¨®rica de la Hispanidad de anteayer este principio arcaico de casta y honra ha definido la conciencia nacional espa?ola respecto de las civil?zaciones y culturas de Am¨¦rica.
Hoy las cosas han cambiado bastante. Nadie quiere recordar el hero¨ªsmo nacional de misiones y cruzadas americanas, porque nadie quiere saber de su contraparte: la violencia, la destrucci¨®n y el genocidio. Una nueva actitud de di¨¢logo y reconocimiento se ha abierto paso en Espa?a. Al comienzo, con pasos equ¨ªvocos: se quiso calificar y especificar el quinto centenario como encuentro de dos mundos. El concepto encuentro apuntaba al reconocimiento y al di¨¢logo. La idea, sin embargo, fracas¨® por otro motivo: hist¨®ricamente hablando, el dicho concepto de encuentro comprend¨ªa el genocidio y la destrucci¨®n de las Indias.
El eufem¨ªstico sustantivo fue sustituido m¨¢s tarde por el de descubrimiento. Pero tambi¨¦n a este respecto el nombre resultaba problem¨¢tico: prueba de que la cosa relativa a la relaci¨®n de Europa y Am¨¦rica no est¨¢ muy clara. En fin, la palabra descubrimiento ya la hab¨ªa prohibido, en el siglo XVI, el padre Vitoria: puesto que las tierras encontradas pose¨ªan por derecho natural sus propios y leg¨ªtimos dueflos, no pod¨ªa decirse en rigor que hab¨ªan sido descubiertas.
Se sali¨® del apuro con un alegre paso de torero: celebrando el descubrimiento no como concepto territorial y jur¨ªdico, sino como categor¨ªa cient¨ªficot¨¦cnica. En los pliegos de objetivos de la pr¨®xima feria de Sevilla ya no se habla, por consiguiente, ni de conquista, ni de h¨¦roes, ni de misiones redentoras, sino de tecno-ciencia y progreso tecno-econ¨®mico y, parad¨®jicamente, se ensalza aquel mismo entusiasmo renacentista por el conocimiento, la extensi¨®n de las artes del hombre y la libertad, que la ideolog¨ªa heroico-cristiana de casta y de cruzada hab¨ªa desterrado de Espa?a a partir de esta fecha simb¨®lica de 1492. La nueva propaganda fide eleva la tecno7ciencia como bandera de la reconquista esp¨ªritual de una Am¨¦rica en llamas, tan esclavizada hoy por su pobreza como ayer por sus idolatr¨ªas, y tan dispuesta a abrazar las promesas de redenci¨®n pol¨ªtico-econ¨®mica como ayer las de una salvaci¨®n, siempre dilatada, por la gracia de la cruz.
He ah¨ª la encrucijada, si se quiere la paradoja, y tambi¨¦n el gran cambio de valoraciones y conceptos del mundo que la gran fiesta del quinto centenario articula y pretende celebrar. Pero eso no es todo lo que aprendi¨® la conciencia nacional espa?ola (s¨ª se me permite emplear un concepto completamente pasado de moda, pero significativo, y distinto de una conciencia cr¨ªtica y reflexiva), aunque s¨®lo fuera a trav¨¦s de una muda guerra de esl¨®ganes medi¨¢ticos. Hay todav¨ªa m¨¢s.
El motivo o tema principal del nuevo centenario era Am¨¦rica, pero alguien record¨® Granada, la destrucci¨®n de la cultura ¨¢rabe, el esp¨ªritu de cruzada, la expulsi¨®n de los jud¨ªos de Sefarad, la constituci¨®n de una unidad nacional, administrativa y pol¨ªtica, bajo el signo de la intolerancia y las persecuciones religiosas, y la subyugaci¨®n de culturas regionales. De monol¨ªtica, la celebraci¨®n monumental se ha vuelto polivalente, ambigua y pol¨¦mica. ?Qu¨¦ vamos a celebrar, la extensi¨®n de la cruzada espa?ola en ultramar, el origen de la ideolog¨ªa heroica y de casta, la destrucci¨®n integral de las culturas americanas o la liquidaci¨®n de la cultura jud¨ªa en Espa?a?
As¨ª como la transici¨®n democr¨¢tica ha confrontado abrupta y hasta violentamente a la cultura espa?ola con valores y formas de vida que hab¨ªa rechazado secularmente, la gran fiesta del 92 le pondr¨¢ cara a cara, acaso tambi¨¦n brutalmente, con un pasado y, por tanto, con una realidad hist¨®rica propia, que hasta ayer crey¨® poder ignorar en nombre de la gloria, del honor o del sentimiento tr¨¢gico de la vida.
Todav¨ªa recientemente un pol¨ªtico espa?ol escrib¨ªa: "No podemos permitir que la culpa hist¨®rica nos inhiba frente al futuro: no ha habido genocidio, no hubo destrucci¨®n, ni persecuci¨®n, ni cruzada". Es una cita que pertenece, hist¨®ricamentehablando, a una Espa?a que se est¨¢ enterrando. Las generaciones m¨¢s j¨®venes ya no necesitan confesonarlos para desplazar lnstitucionalmente las culpas de su propia conciencia. Existe culpa porque existe una mayor conciencia, y ¨¦sta no puede forjarse sin pasar por aquella puerta. Quer¨ªa citar eso: la culpa, la conciencia hist¨®rica, la nueva actitud necesaria frente al pasado, m¨¢s reflexiva, menos preocupada por la legitimaci¨®n de una identidad nacional que siempre ha pagado demasiado caro la grandilocuencia de sus gestas heroicas, en Fin, m¨¢s creativa, m¨¢s concreta y, por tanto, m¨¢s ligera y desencorsetada. ?ste deber¨ªa ser, en rigor, el ¨²ltimo acto de tal centenario. Algunos signos apuntan en esta direcci¨®n: comienza a discutirse la realidad americana, antropol¨®gica, econ¨®mica, cultural. Eso es bastante nuevo para la cultura espa?ola.
A espaldas de la gran fiesta del 92, pero no lejos de ella, Latinoam¨¦rica est¨¢ afrontando una crisis y una devastaci¨®n social y cultural que en muchos aspectos recuerda su antecesora, la primera destrucci¨®n de las Indias. A espaldas de la efem¨¦ride, la antropolog¨ªa, la historiografia y la cr¨ªtica reconstruyen desde hace a?os la visi¨®n de los vencidos, las m¨²ltiples ra¨ªces de las culturas de Am¨¦rica restauran sus fragmentos, toman contacto con su n¨²cleo hist¨®rico m¨¢s creador. Son ¨¦sos precisamente los factores interesantes del asunto, los centros de atenci¨®n para una nueva sensibilidad social y tambi¨¦n cultural, tanto en Am¨¦rica como en Espa?a. En cuanto a la fiesta, es o ser¨¢ un gran espect¨¢culo. O m¨¢s bien la s¨ªntesis del circo, el mercado y la cultura bajo el signo de la escenificaci¨®n multimedi¨¢tica de la historia como espect¨¢culo. Pero ¨¦se es asunto para otra p¨¢gina.
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