La responsabilidad de Alemania
"As¨ª empez¨® esta negociaci¨®n que tanta alegr¨ªa me produjo, pues, si bien su demanda fue de cinco millones, suma muy considerable y que hab¨ªa que liquidar con prontitud, no quise dejar que el asunto se enfriase, dado que el buen estado en que comenzaban a estar mis finanzas me permit¨ªan, para algo tan importante, no s¨®lo este esfuerzo, sino mayores a¨²n si fuera preciso". As¨ª se expresa Luis XIV en sus Memorias para la instrucci¨®n del Delfin, a prop¨®sito de la compra de Dunkerque, ese "antiguo patrimonio de nuestros mayores que hab¨ªa que reincorporar al cuerpo de la monarqu¨ªa, del que durante tanto tiempo hab¨ªa estado separado", al rey de Inglaterra.Si la reunificaci¨®n alemana se ha convertido hoy en una realidad en un tiempo r¨¦cord para lo que es la escala de la Historia, ha sido gracias a la concurrencia de tres circunstancias: la pol¨ªtica de Mija¨ªl Gorbachov, la buena visi¨®n de Helmut Kohl y la prosperidad econ¨®mica de la R,FA.
"El arte de la pol¨ªtica consiste en saberse servir de las coyunturas", dec¨ªa Luis XIV. Gorbachov y Khol est¨¢n demostrando ser verdaderos maestros en la materia. El primero era consciente de la amplitud del movimiento que desencaden¨® en 1985, y desde entonces hasta la conclusi¨®n del XXVIII Congreso del PCUS ha sabido consolidar sabiamente su poder al tiempo que se reconciliaba con las democracias liberales, dos factores que se necesitan con reciprocidad. Le ha sido necesario reducir el partido, sin dejar por ello de conservar su control, y asegurarse la complicidad de Bonn. En cuanto al canciller Kohl, ha comprendido, con mayor rapidez que la mayor¨ªa de sus compatriotas y de sus aliados exteriores, que se presentaba a los alemanes una coyuntura ¨²nica, y tal vez ef¨ªmera, y que, en consecuencia, hab¨ªa que proceder con rapidez, con mucha rapidez. Supo ganarse la adhesi¨®n del presidente Bush, quien, sin embargo, hab¨ªa declarado en noviembre ¨²ltimo que ¨¦l no ir¨ªa a "bailar sobre el muro de Berl¨ªn". En menos de un mes, tres acontecimientos, arm¨®nicamente encadenados, han venido a disipar las ¨²ltimas dudas: la Alianza Atl¨¢ntica ha enterrado el hacha de guerra y considera ahora a la URS S como un aliado potencial, la cumbre de Houston ha legitimado la idea de que se pod¨ªa acordar una ayuda financiera al antiguo adversario y el presidente sovi¨¦tico, victorioso en su Congreso, ha aprobado la reunificaci¨®n en el seno de la Alianza Atl¨¢ntica.
Nada de todo esto hubiera sido posible sin el enorme talento de los dos h¨¦roes de este ballet, el presidente sovi¨¦tico y el canciller alem¨¢n, pero la tercera circunstancia, la prosperidad econ¨®mica de la Alemania Occidental, ha sido lo que en realidad ha permitido que las otras dos funcionasen. Esta prosperidad, y s¨®lo ella, es la que ha posibilitado dar cuerpo al desafilo de la unificaci¨®n econ¨®mica entre la RFA y la RDA, ella la que ha dado al se?or del Kremlin la esperanza de ayudas materiales suficientes para pasar los a?os dif¨ªciles. De alguna manera, Helmut Kohl ha hecho con la RDA como Luis XIV con Dunkerque, s¨®lo que a una escala mayor.
La perspectiva de un tratado germano-sovi¨¦tico aparece como el desenlace natural de un proceso iniciado con las primeras brechas del muro de Berl¨ªn, el 9 de noviembre de 1989. Hay quien se inquieta al o¨ªrlo. Los polacos, pese a que se les han asegurado sus fronteras, recuerdan que nunca han sido tan desgraciados como cuando los rusos y los alemanes se han entendido demasiado bien. Los brit¨¢nicos, fieles a s¨ª mismos, recelan ante la emergencia de una potencia dominadora al oeste de Europa, y as¨ª acaba de mostrarlo el incidente de Ridley. Los franceses, m¨¢s discretos, pretenden echar toda la carne en el asador con tal de salvar el proyecto comunitario, cuyo futuro depende del t¨¢ndem franco-alem¨¢n.
Ser¨ªa aberrante ver en el tratado germano- sovi¨¦tico que se anuncia el espectro de Rapallo o del pacto Molotov-Ribbentrop. No s¨®lo el contexto presente no se parece en nada al de entreguerras, sino que todo cuanto se ha hecho hasta ahora sigue siendo, en principio, compatible con las estructuras occidentales de posguerra, a las que debemos paz y prosperidad.
Parece ser que ni Gorbachov ni Kohl tienen inter¨¦s en practicar una huida hacia adelante en el plano internacional. El primero porque debe atenerse a la inmensa tarea de estabilizar su imperio interno sobre nuevas' bases. El segundo porque sabe perfectamente que la unificaci¨®n econ¨®mica de Alemania ser¨¢ muy costosa y que suscitar¨¢ descontentos y frustraciones a una y otra parte del Elba. No en vano, en esta marat¨®n, el objetivo de las pr¨®ximas elecciones panalemanas parece esencial. Sabe, adem¨¢s, que los recursos alemanes son, pese a todo, limitados, y por ello pretende que sus colegas del Oeste colaboren en los gastos de la apertura hacia el Este.
Sea como fuere en los detalles, es incuestionable que el destino de Europa, en su m¨¢s amplio sentido, se juega de nuevo desde el acoplamiento germano-sovi¨¦tico. El canciller Kohl no cesa de repetir que quiere hacer la reunificaci¨®n bajo el techo europeo, y nada de lo que ha hecho hasta ahora permite que se dude de su buena fe. Pero sus aliados de Europa del Oeste tienen el derecho de esperar de ¨¦l que muestre ahora, en la prosecuci¨®n de la obra comunitaria, el mismo dinamismo que ha mostrado desde el verano pasado con respecto a la unidad alemana. Si quiere y si puede, el ¨²ltimo canciller de la Rep¨²blica Federal de Alemania tiene posibilidades de pasar a la historia como un gran hombre de Estado.
Thierry de Montbrial es soci¨®logo y escritor franc¨¦s.
Traducci¨®n: Jos¨¦ Manuel Revuelta.
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