La libertad por la destrucci¨®n
"Mi libertad no es la buena", dice Cal¨ªgula en su discurso final. Puede que haya alguna libertad "buena", o puede que no exista ninguna posible: este era un tema que preocupaba hondamente a los pensadores de antes y despu¨¦s de la guerra mundial. La obra pertenece a los dos tempos: escrita en 1939, estrenada (corregida, retocada, ampliada) en 1945. Hablaba entonces de muchas cosas a sus contempor¨¢neos, incluso de m¨¢s de lo que quer¨ªa el autor. Cal¨ªgula, personaje, no es el criminal de la realidad tal como la describieron sus coet¨¢neos; ni un loco. Aborrece la condici¨®n humana, quiere mostr¨¢rsela a los romanos por medio del miedo, de la desobediencia a todo, del poder sin ning¨²n l¨ªmite que cree que tiene un emperador. Pero no alcanza la luna. No hay absoluto, ni libertad absoluta. Y se lanza al pu?al de la buena gente que le destruye a ¨¦l. El fil¨®sofo, el poeta, perciben esa grandeza: transmitir¨¢n, muerto Cal¨ªgula, su sentido de la vida. Que fuese a anidar ese sentido en Sartre, en Camus y algunos otros del Par¨ªs de la posguerra, ser¨ªa probablemente un misterio si no supi¨¦semos que Cal¨ªgula, en manos de su tragediante, es una met¨¢fora del tiempo del existencialismo. A Espa?a vino, algo tarde, tra¨ªda por Tamayo -a quien se deben muchos primeros pasos-, traducida por Escu¨¦ Porta, retocada por la censura, aligerada por la direcci¨®n de escena. No se si recuerdo mal, pero en la representaci¨®n que v¨ª, hecha por Rodero y bastante tiempo despu¨¦s del estreno, me pareci¨® que insist¨ªa m¨¢s en la locura de Cal¨ªgula que en esa ¨¢spera lucidez del libertarlo Destructor (por oposici¨®n al Creador), del hombre revuelto. Y, a pesar de todo, la lectura quesol¨ªa hacer la gente no era tan profunda: se enzarzaba tambi¨¦n en su actualidad, en la cr¨ªtica al tirano y el elogio al tiranicidio. No debe ser muy exacta esa memoria, porque la direcci¨®n de ahora de Tamayo y la interpretaci¨®n de Imanol Arias van por el camino m¨¢s real de lo que pretendi¨® Camus. Cierto que la ambig¨¹edad que le di¨® en Par¨ªs G¨¦rard Philippe, al mismo tiempo dulce y criminal, no es f¨¢cil de conseguir: estaba en su persona. Imanol Arias, casi debutante tambi¨¦n en el teatro, consigue otra ambig¨¹edad: es simp¨¢tico por la cobard¨ªa de sus opositores, es c¨ªnico, humorista.Para este p¨²blico de verano -una gran abundancia de se?oritas m¨¢s atentas al ¨ªdolo que a su lecci¨®n- no se resaltan facilmente las frases, las palabras, los contenidos de un lenguaje maravilloso que el traductor consigui¨® reflejar, como pudo, en buen castellano. Puede que sean, de todas formas, poco comprensibles, en un tiempo sin pensamiento filos¨®fico, ni siquiera de divulgaci¨®n -los remedos est¨¢n totalmente aislados del teatro- y puede tambi¨¦n que la idea de libertad haya ido perdiendo la ansiedad con la que se persegu¨ªa en tiempos en que era m¨¢s notable por su ausencia; y, por lo tanto, que haya mas resignaci¨®n por la fastidiosa palabra grabada, utilizada, usada para todo, estereotipada y que nadie consigue comprobar en s¨ª mismo. Es dif¨ªcil que una gran parte de los espectadores de esta obra en su estreno en Madrid, percibiesen que aqu¨ª se trataba de libertad. El reparto es convencional, la interpretaci¨®n t¨®pica. Aparte de lo dicho de Imanol Arias, Ana Marzoa tiene un papel por debajo de su mayor calidad, y la direcci¨®n tambi¨¦n t¨®pica no le permite sacarle m¨¢s brillo. Carlos Domingo y Abel Folk dan dignidad y seriedad a los personajes de Escipi¨®n y Quereas, el poeta y el fil¨®sofo. Y los dem¨¢s, hicieron su servicio con la deshumanizaci¨®n que les pide el texto literal y la direcci¨®n.
Cal¨ªgula
Cal¨ªgula, de Camus (1939), versi¨®n de J. Escu¨¦ Porta. Int¨¦rpretes, Imanol Arias, Ana Marzoa, Abel Folk, Carlos Domingo, Alberto Jimenez, Fabio Le¨®n, Francisco Plaza, C¨¦sar Sanchez, Juan Rico, Paco Cambres, Miguel Matelo, Germ¨¢n Algora, Esther Montoro, Bosco Solana, Jes¨²s Garc¨ªa, Sergio Otegui, Tom¨¢s Repila. Ambientaci¨®n y vestuario, Cidr¨®n. Direcci¨®n, Jos¨¦ Tamayo.
El p¨²blico sigui¨® la representaci¨®n con m¨¢s risas que otra cosa, y sin duda inclinado a creer en la monstruosidad de Cal¨ªgula en tanto que loco gracioso (esa raz¨®n, esa l¨®gica de los chistes de demente, que siempre gustan) que como el parad¨®jico que busca la libertad por la opresi¨®n. Es posible, por las reacciones registradas, que cuando esta obra se estrene en el Teatro Bellas Artes, que parece ser su destino pr¨®ximo; tenga gran p¨²blico y larga vida. Ser¨¢ un bien para la idea del buen teatro.
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