Lucro de logreros
A caballo entre otras galas circenses del circuito acad¨¦mico, este verano me ha tocado intervenir en un programa televisivo sobre los yuppies. De acuerdo a la l¨®gica del medio, cuyo desprecio por los contenidos s¨®lo resulta comparable con su aprecio por los continentes, all¨ª s¨®lo pude apuntar sugerencias seudobrillantes. Por tanto, la frustraci¨®n consiguiente aconseja buscar otro medio m¨¢s sesudo donde exponer mis razones, bajo la esperanza de que puedan ser entendidas como argumentos, m¨¢s que atendidas como gestos.Ante todo, conviene separar dos cuestiones relacionadas pero muy diferentes. Por un lado, la cuesti¨®n period¨ªstica: la fascinada atenci¨®n negativa que los medios prestan a un segmento de ostentosos ejecutivos financieros cuyo especulativo oportunismo carente de escr¨²pulos produce m¨¢s envidia que admiraci¨®n. Y, por otro lado, la cuesti¨®n sociol¨®gica: la emergencia, como resultado de la crisis econ¨®mica (que oblig¨® a reconvertir la estructura ocupativa, destruyendo empleo productivo y ampliando el sector de servicios financieros, tanto de intermediaci¨®n como de informaci¨®n y asesoramiento, adem¨¢s de los cl¨¢sicos de gesti¨®n, decisi¨®n y direcci¨®n), de una creciente demanda de profesionales expertos en competencia de mercado. Por eso fueron bautizados como j¨®venes profesionales de la city: pues el m¨¢s r¨¢pido crecimiento de su demanda que de su oferta determin¨® tanto una sustancial elevaci¨®n de sus ingresos como, sobre todo, un extraordinario rejuvenecimiento de la edad con que eran reclutados y ascendidos; dado que con los existentes directivos senior ya no se daba abasto, hubo que recurrir a los novicios junior m¨¢s inexpertos y reci¨¦n escudillados: la era de los logreros novatos hab¨ªa comenzado.
Respecto a la primera cuesti¨®n (la mala prensa de que goza el ostentoso arribismo de estos nuevos logreros), no es que los yuppies sean calculadoramente exhibicionistas como las putas, en abierta oferta prostituida ante toda demanda de cualquier mejor postor; sino, m¨¢s sencillamente, que est¨¢n obligados a comportarse as¨ª por la necesidad de adaptarse a la abierta competencia de mercado. Y para ello, a diferencia de otros profesionales menos obligados a competir (cuyo ejemplo extremo es el de los probos funcionarios, respetables), deben anunciarse publicitariamente a fin de captar la atenci¨®n de sus potenciales demandantes (igual que hacen otros profesionales de servicios no productivos sino comunicativos, igualmente sometidos a la misma competencia de mercado y tambi¨¦n desorbitadamente retribuidos en exceso, muy por encima de su m¨¦rito y valor aut¨¦nticos: m¨²sicos, actores, periodistas, presentadores, artistas, cantantes, intelectuales y dem¨¢s estrellas de los medios). Pero si todos los yuppies necesitan anunciarse, todos resultan as¨ª obligados a competir doblemente: t¨¦cnicamente, como profesionales, y publicitariamente, como autoanunciantes. El resultado es la representaci¨®n melodram¨¢tica de su caricatura escenificada, pues en la lucha por la sobrevivencia en el mercado s¨®lo los candidatos m¨¢s histri¨®nicos, estridentes y clamorosos logran resultar atendidos y seleccionados: la cuesti¨®n es llamar la atenci¨®n, aunque sea ¨¦sta la atenci¨®n negativa que a los yuppies les presta distra¨ªdamente la opini¨®n p¨²blica.
Por lo que hace a la segunda cuesti¨®n (el crecimiento de la demanda de su competencia profesional), es preciso comenzar a evaluar la funcionalidad socioecon¨®mica de los yuppies, y no me refiero a sus consecuencias sociales en t¨¦rminos de solidaridad o altruismo (que no es esa la cuesti¨®n), sino al rendimiento econ¨®mico a largo plazo y en t¨¦rminos socialmente agregados de los servicios profesionales que prestan (con independencia de todo juicio moral). Y es s¨®lo en este sentido en el que mi juicio es negativo: creo que asistimos a una contraproducente inflaci¨®n de yuppies, pues, si bien en lo m¨¢s ¨¢lgido de la crisis resultaron necesarios (para ampliar los mercados e introducirles mayor elasticidad, flexibilizando sus excesivas rigideces), actualmente se trata de un sector sobredimensionado, cuyas externalidades negativas superan con creces a las positivas. Una vez sobrepasado el punto de inflexi¨®n de la reestructuraci¨®n, el exceso de elasticidad y de flexibilidad (es decir, de oportunismo especulativo a corto plazo) resulta ya contraproducente, pues las imprevisibles incertidumbres que introduce amenazan con arruinar la necesaria continuidad estable con respecto a la cual poder programar y calcular a largo plazo: algo sin lo cual no hay ahorro, inversi¨®n productiva ni creaci¨®n de riqueza y empleo. As¨ª, pasado el destructor momento de la reestructuraci¨®n, ya no necesitamos tantos oportunistas aventureros financieros, sino, llegada la hora de la reconstrucci¨®n, m¨¢s emprendedores empresarios schumpeterianos: especie rara y escasa en nuestra cultura heredada, donde sobreabunda la tradicional picaresca del improductivo especulador.
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Por eso podr¨ªa afirmarse que lo malo de los yuppies no es que malgasten lo que ganan (como buenos horteras que precisan llamar la atenci¨®n), sino que ya no se ganan lo que cobran: si resultan inflacionarios es porque cuestan mucho m¨¢s de lo que vale, en t¨¦rminos econ¨®micos, el servicio que prestan. Evaluemos comparativamente los servicios profesionales prestados por los ejecutivos financieros frente a los que prestan otros profesionales no menos necesarios, como los investigadores cient¨ªficos, los ingenieros expertos o los t¨¦cnicos especializados. El valor del capital humano, profesional por profesional, hay que medirlo por tres par¨¢metros. Primero, su coste de producci¨®n: aqu¨ª el yuppy sale perdiendo (aunque cobre mucho m¨¢s), en comparaci¨®n con un cient¨ªfico o un experto en nuevas tecnolog¨ªas, cuyo coste de formaci¨®n (en tiempo y recursos necesarios) es mucho m¨¢s elevado. Segundo, la productividad de su rendimiento: aqu¨ª tambi¨¦n sale el yuppy perdiendo, a largo plazo, sin que decir esto signifique ignorar la fuerza productiva de recursos escasos, como son la b¨²squeda de nuevos mercados, la multiplicaci¨®n de los intercambios, la administraci¨®n eficiente, la gesti¨®n estrat¨¦gica, el c¨¢lculo de futuros, la toma de decisiones, la asunci¨®n de riesgos, etc¨¦tera; pero su productividad no es menor que su destructividad: quiebra de empresas, devaluaci¨®n de activos, infrautilizaci¨®n de recursos cautivos, etc¨¦tera; y aunque tambi¨¦n los t¨¦cnicos o cient¨ªficos puedan fracasar a veces, su contribuci¨®n a la creaci¨®n de riqueza parece superior a la de los ejecutivos financieros, cuya aportaci¨®n a la econom¨ªa puramente nominal, y no a la real, exhibe una tasa de fracasos mucho m¨¢s elevada: v¨¦ase, para el caso, el crash burs¨¢til de octubre de 1987. Y, tercero, su precio de mercado: aqu¨ª est¨¢ el quid de la cuesti¨®n, pues si su demanda supera a su oferta, un servicio, por poco cualificado que est¨¦ o muy improductivo que sea, puede resultar extraordinariamente caro, como demuestra el ejemplo de la m¨²sica pop.
Ahora bien, tambi¨¦n aqu¨ª puede demostrarse que, profesional por profesional, los yuppies valen menos que los ingenieros o los investigadores, en t¨¦rminos de ajuste entre oferta y demanda como fuerzas del mercado; y, sin embargo, cobran m¨¢s, mucho m¨¢s: ?por qu¨¦? Si el mercado de trabajo es Ubre, el precio (el salario) baja si la demanda baja (con oferta igual). Pero si el mercado no es libre, aparecen rigideces a la baja y los precios o salarios no bajan, sino que hasta suben, cuando la demanda baja (o no asciende tanto como la oferta): es lo que sucede con los asalariados sindicados, que pueden impedir el Ubre ajuste de las fuerzas de mercado, imponiendo la rigidez salarial a la baja. T¨¦cnicos o cient¨ªficos, de libre contrataci¨®n, no pueden imponer rigideces a la baja (todo lo m¨¢s aparecer¨¢n rigideces al alza, si est¨¢n suficientemente funcionarizados en mercados internos), por lo que para ellos s¨ª rigen los ajustes oferta /demanda. En cambio, los yuppies, como los asalariados sindicados, logran de hecho imponer rigideces a la baja para sus ingresos. ?Por qu¨¦? Pues porque, mediante pr¨¢cticas colusivas analizadas por Mancur Olson, logran ser juez y parte en su propia contrataci¨®n. La endogamia corporativa, por la que el mismo segmento de yuppies act¨²a simult¨¢neamente de empleadores y de empleados (de oferta contratada y de demanda contratante), es lo que permite una extraordinaria rigidez a la baja de sus retribuciones, anulando las fuerzas de mercado y determinando que sus ingresos puedan superar con creces los de otros profesionales m¨¢s1impia y abiertamente competitivos.
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