La barbarie nacionalista
Las postrimer¨ªas de nuestro segundo milenio parecen sobrecogidas por un repentino v¨¦rtigo inducido por el colapso del imperio sovi¨¦tico. El imprevisto acontecimiento tiene tal trascendencia que ha dado lugar a un debate intelectual sobre si implica o, no el final de la historia en su sentido hegeliano. La crisis del Golfo es la pronta demostraci¨®n que entierra la tesis de Fukuyama, tan provocadora como inconsistente. Mientras la libertad y el bienestar econ¨®mico sigan constituyendo una inalcanzable utop¨ªa para la inmensa mayor¨ªa de la humanidad, las alas del conflicto y de la dial¨¦ctica de sus distintas soluciones batir¨¢n con fuerza para que la historia contin¨²e su progreso en b¨²squeda de mejores y m¨¢s justos horizontes.En el Golfo no se est¨¢ jugando solamente el dominio sobre las principales reservas energ¨¦ticas de la tierra. Demagogias aparte, tampoco puede interpretarse seriamente como un acto m¨¢s del pretendido esp¨ªritu colonialista norteamericano. La naturaleza del conflicto es mucho m¨¢s relevante. Se enfrentan dos concepciones irreconciliables sobre c¨®mo debe ser el nuevo orden internacional, tras el agotamiento del sistema bipolar que estuvo basado en la pugna hegem¨®nica entre el capitalismo occidental y el comunismo sovi¨¦tico. En el fondo de la cuenca del Mediterr¨¢neo, en la m¨¢s fecunda cuna de culturas y civilizaciones, el nacionalismo iraqu¨ª ha hecho que la comunidad internacional se sienta amenazada, provocando una respuesta unitaria y eficaz que es en s¨ª misma un importante acontecimiento hist¨®rico y quiz¨¢ la piedra fundacional de una nueva era en el discurrir de la humanidad. A quienes propugnan un orden basado en la ley de la naci¨®n m¨¢s poderosa militarmente, sin m¨¢s l¨ªmite inicial que el de no traspasar en sus operaciones el marco regional que le corresponda, se les han opuesto los que sostienen una concepci¨®n m¨¢s internacional y solidaria de las relaciones entre los pueblos, otorgando creciente protagonismo a las entidades supranacionales y a las alianzas interregionales. Nacionalismo o internacionalismo, el imperio del m¨¢s fuerte o el del derecho internacional, he ah¨ª el origen del fuego que hoy nos conmueve con su implacable l¨®gica de la guerra.
Los datos de lo sucedido son inequ¨ªvocos. Irak ha invadido un Estado reconocido por la comunidad internacional y por el propio invasor, pretextando inicialmente acudir en apoyo de una inexistente revuelta interior y apelando finalmente a sus supuestos derechos hist¨®ricos sobre el territorio conquistado. Con la arabizaci¨®n posterior del conflicto, ha pretendido deslegitimar las resoluciones de las Naciones Unidas, ejecutadas por algunos de sus principales miembros, as¨ª como invalidar las alianzas entre estos ¨²ltimos -Estados Unidos sobre todo- y otros pa¨ªses ¨¢rabes. Al detener su avance conquistador y exigir la restituci¨®n de Kuwait, la comunidad internacional se ha declarado un¨¢nimemente beligerante contra la barbarie nacionalista en el primer conflicto grave que surge en el, escenario mundial tras la desaparici¨®n del sistema bipolar. La invasi¨®n iraqu¨ª probablemente no hubiera podido realizarse en la situaci¨®n anterior, en la que el riesgo de un conflicto mayor entre rusos y americanos garantizaba el mantenimiento de un cierto statu quo. De ah¨ª que resulte necesario que este decisivo pulso se sustancie en contra de Sadam Husein, para recomponer el orden roto, enfriar las tentaciones agresoras de otros nacionalismos emergentes -dotados tambi¨¦n de bombas qu¨ªmicas y at¨®micas- y empezar a constituir un nuevo modelo de equilibrio mundial de car¨¢cter internacionalista.
La libertad, personal o colectiva, es el resultado de unos valores y unos comportamientos que conforman un largo proceso hist¨®rico, lleno de sacrificios y hero¨ªsmos y tambi¨¦n de claudicaciones e insolidaridades. Hace tan s¨®lo 50 a?os, otro nacionalismo inici¨® su protagonismo internacional con un anschlus parecido. Quienes hoy, en posiciones afortunadamente marginales, denuncian las actuaciones militares emprendidas por Estados Unidos y 22 pa¨ªses m¨¢s -entre ellos Egipto, Siria y Marruecos-, con el respal , do un¨¢nime del Consejo,de Seguridad de las Naciones Unidas -de China y de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, entre otros-, ?qu¨¦ posici¨®n hubieran adoptado en la Europa amenazada por el nazismo?.
La paz es siempre preferible a la guerra, pero ¨¦sa no es la cuesti¨®n. Se trata de aclarar hasta d¨®nde y c¨®mo queremos defender la libertad. Por respeto hacia el aut¨¦ntico y valeroso movimiento pacifista, el de los Ghandis y los Lutheros King, es preciso dejar en evidencia a quienes agitando torpemente esta bandera esconden su complicidad, con lo que la barbarie nacionalista significa, o tapan la verg¨¹enza de sumiedo o de su insolidaridad. El que Mu?oz Molina y otros cinco intelectuales utilicen el argumento de que en los Pirineos no hay iraqu¨ªes para atacar el m¨ªnimo gesto de solidaridad que Espa?a ha realizado produce sonrojo, por todo cuanto implica. As¨ª como resulta coherente que en Fran cia haya sido s¨®lo Le Pen quien haya defendido la tesis de la no I)articipaci¨®n en el conflicto.
La reacci¨®n ant¨ªamericana tiene un car¨¢cter m¨¢s emocional que objetivo. Ninguno de los que citan la invasi¨®n de Granada recuerdan la decisiva ayuda que Estados Unidos- prest¨® al mundo en la lucha contra el ,nazismo y, por supuesto, ninguno reconoce que el apoyo americano ha sido decisivo para que los tanques del totalitarismo comunista no hayan traspasado las fronteras de la Europa libre. Sin su decidida intervenci¨®n en esta crisis, Irak podr¨ªa haber continuado su expansi¨®n, anexion¨¢ndose igualmente los emiratos y el reino saud¨ª. Convertida en una primera potencia econ¨®mica mundial, habr¨ªa dominado f¨¢cilmente a los restantes pa¨ªses ¨¢rabes y el norte de ?frica, exportando revoluciones pretendidamente panarabistas, bien acompa?adas por las botas de su cada vez m¨¢s poderoso ej¨¦rcito. Las sucesivas conquistas llevar¨ªan consigo el integrismo religioso, de pretensiones universales; el exterminio de las etnias diferentes; el aniquilam¨ªento flisico de sus opositores. Sadam Husein y su r¨¦gimen se han distinguido por las m¨¢s terribles violaciones dp los derechos humanos, ejecutando a ni?os y asesinando a miles de ciudadanos; por el genocidio kurdo, y por provocar una guerra con Ir¨¢n, de la que han resultado m¨¢s de un mill¨®n de muertos y centenares de miles de mutilados y desfigurados por armas qu¨ªmicas. Estos hechos sirven como heraldos de la Arabia feliz que preconizan.
Pero Estados Unidos tampoco podr¨¢ indefinidamente jugar el papel que ahora le ha correspondido sin grave quebranto de su econom¨ªa y sacrificio de sus ciudadanos. La constituci¨®n de otro orden mundial requerir¨¢ dotar tambi¨¦n a las Naciones Unidas y a las entidades supranacionales -como la Comunidad Europea- de medios militares propios. De esta crisis se derivan otras reflexiones inevitables en el campo de la defensa que debemos abordar con premura. Las Poblaciones que disfrutan de libertad y bienestar econ¨®mico -los espa?oles, entre otros- no s¨®lo han de incrementar su cooperaci¨®n para extender estos bienes solidariamente a los dem¨¢s pueblos, sino que tambi¨¦n deben aprestarse a poder defenderse de posibles agresiones en el nuevo escenario mundial. Ello exige no s¨®lo una adecuada pol¨ªtica material de defensa, sino tambi¨¦n una nueva moral colectiva.
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