Kuwait, ¨²ltimo d¨ªa de libertad
Una fuga providencial permite a la familia real reorganizar el Gobierno en el extranjero
Enga?o y traici¨®n son las palabras que salpican las conversaciones en los pasillos del hotel Sheraton en Taif, estaci¨®n veraniega de la realeza saud¨ª y ahora refugio del Gobierno kuwait¨ª en el exilio, que huy¨® en brillantes autom¨®viles cuando los carros de combate iraqu¨ªes atravesaron la frontera el 2 de agosto. En una habitaci¨®n del quinto piso hay una mesa oval abarrotada con documentos que contienen las promesas sin valor de los iraqu¨ªes de no atacar jam¨¢s al indefenso reino del desierto, cuya ¨²nica culpa ha sido atraer la codicia del brutal dictador de la orilla del Tigris.
El jeque Sabah al Ahmad al Sabah, ministro de Asuntos Exteriores de Kuwait, declar¨® en la primera entrevista concedida por un miembro de la familia real, una vez abandonado el pa¨ªs: "La providencia o la voluntad de Dios nos ha salvado. A juzgar por su r¨¢pida movilizaci¨®n en direcci¨®n al palacio, los iraqu¨ªes ten¨ªan un solo prop¨®sito: asesinar al emir y al pr¨ªncipe heredero".Al iniciarse la invasi¨®n hubo cierta resistencia en la frontera e intercambios de fuego en las bases de Ahmed al Jabber y Al¨ª al Salem, pero, en su mayor parte, los iraqu¨ªes no encontraron obst¨¢culos para su avance. A la poderosa arma de la sorpresa se a?adi¨® el desequilibrio de fuerzas: 16.000 kuwait¨ªes contra 150.000 iraqu¨ªes.
Sabah, hermano del emir, tercero en la l¨ªnea de sucesi¨®n, est¨¢ orgulloso de la resistencia que ofreci¨® la guardia del palacio contra la lluvia de proyectiles. Su otro hermano, el pr¨ªncipe Fahd, muri¨® como consecuencia de un disparo en la cabeza. Con ¨¦l hab¨ªa dos miembros m¨¢s de la realeza cuya identidad no quiso facilitar.
La resistencia en el cielo y en los alrededores del palacio de Dasman hizo ganar tiempo para que el emir, el pr¨ªncipe heredero, Sabah y otros miembros del Gobierno escaparan. Los acontecimientos empezaron a sucederse r¨¢pidamente: los edificios m¨¢s importantes fueron rodeados y el aeropuerto qued¨® cerrado. Muchos kuwait¨ªes que hu¨ªan hacia la frontera con Arabia Saud¨ª quedaron bloqueados por los controles iraqu¨ªes.
Tel¨¦fonos en la madrugada
Sabah cuenta su historia. Acababa de dar la una de la madrugada del jueves 2 de agosto cuando una llamada del pr¨ªncipe heredero, Saad, despert¨® a Sabah: "Ven inmediatamente al Ministerio de Defensa, lim¨ªtate a venir inmediatamente", le dijo. La invasi¨®n hab¨ªa comenzado, pero fue tan inesperada que hasta el ministro de Defensa y el jefe del Ej¨¦rcito estaban desprevenidos. Ninguno se encontraba en la sala de operaciones cuando Sabah lleg¨®.
Apenas unas horas antes, Sabah y otros miembros del Gabinete hab¨ªan ido al aeropuerto internacional de Kuwait para recibir a Saad, que ven¨ªa de hablar en Yedda con el n¨²mero dos de Sadam, Izzat Ibrahim. Desde entonces ha quedado claro que las conversaciones que siguieron a una serie de acusaciones infundadas de traici¨®n por parte de los iraqu¨ªes eran una cortina de humo para ocultar los preparativos del ataque lanzado contra Kuwait.
"Cuando llegu¨¦ al Ministerio de Defensa en la madrugada del jueves me dijeron que cinco divisiones iraqu¨ªes hab¨ªan cruzado la frontera hacia territorio kuwait¨ª", dice Sabah. "Estaban a 37 millas, y cuando nos movilizamos ya avistaban la ciudad de Al Jahara".
Desde la sala de operaciones del Ministerio de Defensa, Saad pidi¨® a los ministros que llamasen a sus colegas. Muchos hab¨ªan descolgado el tel¨¦fono y no pudieron ser localizados. El ministro de Planificaci¨®n, Suleiman Mutawa, fue localizado poco antes de las tres de la madrugada. Mutawa dice: "O¨ª sonar el tel¨¦fono y pens¨¦ que se hab¨ªan equivocado, pero luego o¨ª decir a mi mujer: '?Pregunta por Suleiman?'. Era el ministro de Justicia, que dec¨ªa: 'El primer ministro quiere que vengas al cuartel general del Ej¨¦rcito".
Entusiasta de la BBC
"Me vest¨ª, cog¨ª la radio -soy un entusiasta de la BBC- y fui all¨ª conduciendo yo mismo el coche. La ciudad estaba tranquila, nada se mov¨ªa. Recuerdo que los trabajadores estaban cambiando de turno. Llegu¨¦ al cuartel general, me anunci¨¦ y entr¨¦. All¨ª estaban el primer ministro y los ministros de Defensa, del Interior y de Justicia. Me miraron y me dijeron al un¨ªsono: 'Han invadido el pa¨ªs". Uno de los ¨²ltimos en llegar fue el secretario general del Consejo de Cooperaci¨®n del Golfo, Abdull¨¢ Bishara. Al dejar su casa, cogi¨® una bolsa de viaje y 8.000 d¨®lares, que dej¨® en la guantera del coche, aparcado frente al Ministerio de Defensa.
Cuando lleg¨® a la sala de operaciones encontr¨® s¨®lo al ministro de Defensa. Un oficial del Ej¨¦rcito se acerc¨® a ellos y les dijo: "Los iraqu¨ªes han entrado en el edificio".
Los dos hombres escaparon escaleras abajo, hacia la puerta trasera del edificio, y huyeron en el coche en direcci¨®n a Arabia Saud¨ª. Eran las cuatro de la madrugada, y Bishara ya no volvi¨® a ver ni su coche ni su ropa ni su dinero. El pr¨ªncipe heredero se hab¨ªa ido media hora antes para recoger al emir. Abandonaron la ciudad de Kuwait en dos Mercedes negros cinco minutos antes de que un helic¨®ptero iraqu¨ª aterrizase en el palacio de Dasman.
El emir no tuvo tiempo de despedirse de sus ayudantes, y el pr¨ªncipe heredero dijo despu¨¦s a unos amigos que los dos autom¨®viles salieron a toda velocidad hacia la frontera porque las ¨²ltimas informaciones se?alaban que las tropas iraqu¨ªes no se deten¨ªan para reagruparse, sino que iban directas hacia el palacio. Sin embargo, llegaron demasiado tarde. En poco m¨¢s de una hora el monarca kuwait¨ª hab¨ªa llegado a Arabia Saud¨ª. Mutawa y Sabah hab¨ªan dejado la sala de operaciones antes, porque pensaban que estorbaban, y se dirigieron a una base de las fuerzas a¨¦reas. Desde all¨ª, Mutawa les llev¨® en coche a la ciudad, al Ministerio de Asuntos Exteriores, cerca de la Embajada brit¨¢nica.
"Est¨¢bamos bebiendo una taza de t¨¦ en el Ministerio de Asuntos Exteriores cuando uno del equipo dijo: 'Est¨¢n en el edificio del Consejo Nacional'. Eso quedaba a poco m¨¢s de tres kil¨®metros, as¨ª que decidimos largarnos". Aconsejaron a Mutawa, que segu¨ªa en su Mercedes 500, que se dirigiera al sur por una de las carreteras que todav¨ªa no hab¨ªa sido ocupada. Tras varias paradas, alcanz¨® la frontera en Khafji alrededor de las ocho de la ma?ana.
Mientras hu¨ªan los ministros, los soldados iraqu¨ªes se desplegaban por toda la ciudad de Kuwait.
Uno de sus primeros objetivos fue el Banco Central, en Corniche. Obligaron a los trabajadores a abrir la caja fuerte y se llevaron 365 millones de dinares kuwait¨ªes, suma equivalente a unos 1.000 millones de d¨®lares.
"Sadam hizo luego algo muy extra?o. Homolog¨® el dinar kuwait¨ª a la moneda iraqu¨ª, con lo cual se devalu¨® en varios cientos por ciento. Los iraqu¨ªes se hicieron tambi¨¦n con los lingotes de oro, valorados en otros 1.000 millones de d¨®lares. 'No les servir¨¢ de nada', dijo Sabah. 'Cada lingote est¨¢ registrado y lleva una marca".
Esto fue el comienzo de la tropel¨ªa. Coches, muebles, frigor¨ªficos y aparatos de televisi¨®n fueron cargados en camiones y enviados a Bagdad.
La televisi¨®n iraqui describi¨® estas propiedades robadas como "la riqueza de los emires de Kuwait". Lo que no pudieron llevarse fue destruido. Las casas de la familia real fueron saqueadas y lo mismo pas¨® con las oficinas de los ministros. Un ministro coleccionaba recortes con noticias del tiempo y los iraqu¨ªes quemaron su colecci¨®n.
Llegaron a robar incluso aviones que pertenec¨ªan a las l¨ªneas a¨¦reas kuwalt¨ªes. Una vez reparada la pista principal, los aviones -entre ellos dos Boeing 767, cinco Airbus 300, dos Gulfstream G3, dos Hawker Siddeley 125 y un Boeing 727- fueron sacados del pa¨ªs. El Gobierno kuwait¨ª alert¨® a la Organizaci¨®n Internacional de Aviaci¨®n Civil, pero las aeronaves no han sido detectadas. Entre los ministros que no pudieron ser encontrados estaba el de Vivienda, Yahid al Sumat.
Sumat relata su historia: "Me despert¨¦ a las cinco menos cuarto de la madrugada. O¨ª el sonido de un avi¨®n que sobrevolaba la casa. Nos hab¨ªan asegurado oficialmente que Irak no invadir¨ªa Kuwait, pero cuando o¨ª el avi¨®n me d¨ª cuenta de que algo hab¨ªa sucedido. Llam¨¦ al Consejo de Ministros. Nadie respondi¨®. Trat¨¦ de localizar a tres o cuatro de mis colegas, pero no hab¨ªa nadie".
"Entonces o¨ª m¨²sica militar en la radio y supe que hab¨ªa sucedido algo terrible. A las seis de la ma?ana se emiti¨® un bolet¨ªn que anunciaba que los iraqu¨ªes hab¨ªan invadido Kuwait".
"A las 6.15, el ministro del Petr¨®leo, doctor Rashid al Amiri, me telefone¨® y dijo: 'Han llegado a los alrededores de Al Aram, cerca del hospital de ortopedia'. Me recogi¨® en su coche y fuimos a la casa que ten¨ªa en la playa. Pero su casa no era muy segura, porque ten¨ªa un gran cartel con el nombre Al Amiri; por ello, fuimos a mi casa. Desde all¨ª telefone¨¦ a mi familia, y, a las doce, un primo m¨ªo recogi¨® a mi esposa y a mis hijos y los trajo adonde est¨¢bamos".
"Amiri envi¨® a su ch¨®fer para que recogiera a su propia esposa e hijos, pero el hombre desapareci¨® y nunca supimos qu¨¦ hab¨ªa sido de ¨¦l". "Dos horas y media despu¨¦s envi¨¦ a mi ayudante a recoger a la familia Amiri. En este intervalo lleg¨® mi mujer y me dijo que el ministro de Sanidad me hab¨ªa llamado y que hab¨ªa dejado un n¨²mero de tel¨¦fono. Era el del hospital Mubarak. Llam¨¦ y le pregunt¨¦: '?Ha visto a alg¨²n iraqu¨ª?". Me respondi¨®: 'S¨ª, a muchos'. Lleg¨® en hora y media.".
Una casa en la playa
Los tres ministros permanecieron en la casa de la playa hasta las 23.30. Desde all¨ª llamaron a la oficina del emir y despu¨¦s al gobernador de Ahmadi, donde se encontraba la todopoderosa compa?¨ªa de petr¨®leo de Kuwait. Les pusieron con el gobernador, coronel Al Yhodr. Uno de los ministros le pregunt¨®: "?Est¨¢n los iraqu¨ªes con usted?". Khodr respondi¨® con un monos¨ªlabo: "S¨ª". El ministro insisti¨®: "No puede hablar, ?verdad?". Nuevamente Khodr dijo: "S¨ª". El ministro colg¨®. A las 23.45 los tres decidieron ir a la frontera, que distaba 27 kil¨®metros. Sumat y Amiri viajaron juntos y llegaron poco despu¨¦s de medianoche a Khafji. El ministro de Sanidad utiliz¨® una ambulancia que le escolt¨® con la sirena puesta.
El Gabinete se reuni¨®. Cuando los ministros llegaron a Khafji se encontraron con el emir, el pr¨ªncipe heredero y muchos de sus colegas que esperaban al otro lado. La primera reuni¨®n del Gabinete hab¨ªa tenido lugar antes, durante el d¨ªa, en una chabola.
El pr¨ªncipe heredero se sent¨® en el suelo y anunci¨® el orden del d¨ªa. Su primer punto era la seguridad de los colegas ausentes y la de sus propias familias, ya que todos las hab¨ªan dejado en el pa¨ªs. La principal prioridad fue establecer un plan para rescatarlas en caso de que fuesen tomadas como rehenes. Finalmente todos se reagruparon en Taif.
The Observer
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