Pepsi Avenue en Arabia Saud¨ª
Algunos observadores occidentales ya detectan un t¨ªmido gl¨¢snost ¨¢rabe en la inamovible e impenetrable sociedad saud¨ª. Creen que la influencia norteamericana ir¨¢ abri¨¦ndose camino. En realidad, ya tienen algunas v¨ªas allanadas: la m¨¢s importante arteria de esta ciudad de Dahran se llama Pepsi Avenue.La guerra tal vez se pueda evitar, pero no as¨ª la americanizaci¨®n de la vida saud¨ª, sometida a la omnipresencia de las tropas estadounidenses que con toda seguridad permanecer¨¢n por tiempo indefinido.
En la provincia del Este, donde el p¨¢nico de la poblaci¨®n civil (tres millones y medio de habitantes) dej¨® vac¨ªas muchas viviendas al comenzar la crisis, la demanda inmobiliaria ha cambiado de signo. Los militares estadounidenses disfrutan las villas que antes ocupaban los asustadizos saud¨ªes. Veh¨ªculos del ej¨¦rcito norteamericano animan el tr¨¢fico de la ciudad de Dahran, mortecino a causa del ¨¦xodo masivo. Las pistas del aeropuerto se llenaron de aviones de combate cuando los de las l¨ªneas comerciales comenzaron a reducir la frecuencia de sus servicios.
De los 70.000 kuwait¨ªes que se refugiaron en esta regi¨®n, 4.000 se han instalado en Dahran, donde esperan c¨®modamente la liberaci¨®n de su pa¨ªs. Sin ir m¨¢s lejos, en la planta n¨²mero 12 del hotel Meridien se han alojado el ministro del Interior kuwait¨ª y otros tres compa?eros de Gabinete, ocupando la suite real cuyo precio diario es de 7.000 rials (unas 180.000 pesetas). Otros prefieren abandonar el escenario b¨¦lico y est¨¢n en la costa del mar Rojo, en espera de volar a Europa.Vienen a por 'ellos'
En las peluquer¨ªas y salones de belleza femeninos, que muchos se preguntan por qu¨¦ existe en un lugar donde la mujer vive encapuchada, coinciden ahora las clientas nativas con las clientas militares norteamericanas. Lo que piensan las saud¨ªes de las sajonas apareci¨® escrito recientemente en el Wall Street Journal: muchas creen que han venido m¨¢s que a ganar una guerra a robarles el marido.
Sin bares, discotecas y salas cinematogr¨¢ficas (todo ello terminantemente prohibido por la autoridad) los norteamericanos desv¨ªan la pulsi¨®n consumista hacia el recorrido tedioso de los almacenes, indefectiblemente atendidos por dependencia masculina, ya que la ley del islam no le permite a la mujer trabajar junto al hombre. La monoton¨ªa de este pasatiempo suele amenizarse con la excitaci¨®n de los cierres del comercio impuestos por la llamada a la oraci¨®n. Esto se produce cinco veces al d¨ªa y en los momentos m¨¢s inoportunos. Los potentes altavoces colocados en las calles anuncian los rezos. Por regla general, a los clientes suele sorprenderles esta llamada cuando se encuentran en pa?os menores en los probadores. El rezo no espera y la temida polic¨ªa religiosa -mutawa- patrulla con la vara en alto vigilando el cumplimiento de la ley. Las persianas caen con la fuerza de la guillotina, casi al un¨ªsono.
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