Muerte de un tren
Para los espa?oles de provincias, esto es, los que venimos de alguna de las diversas demarcaciones territoriales que, por no tener aspiraciones auton¨®micas concretas -o aceptadas- ni ostentar capitalidad ninguna, contin¨²an integrando lo que los soci¨®logos llaman la Espa?a profunda y conservando por ello, pese a los siglos pasados, la condici¨®n que provincia tuvo seg¨²n su etimolog¨ªa (pro vinci: para los vencidos); para los espa?oles de provincias, digo, regresar de vacaciones a la nuestra significa volver a enfrentarnos a un mundo marginado y moribundo y descubrir qu¨¦ parte de ¨¦l han borrado del mapa en el ¨²ltimo a?o o, simplemente, ha desaparecido. En concreto, en la m¨ªa, qu¨¦ pueblo o pueblos han sido sepultados por un nuevo pantano o qu¨¦ nueva mina o f¨¢brica ha cerrado condenando a las gentes de su entorno a un ¨¦xodo forzoso y dejando la provincia todav¨ªa m¨¢s sola y empobrecida.Este verano, en la m¨ªa, por primera vez en muchos a?os, no era un embalse ni una f¨¢brica cerrada la causa de los desvelos de mis antiguos paisanos y convecinos. Acostumbrados ya a ver crecer en torno suyo las grises presas de cemento que han ido sepultando, uno tras otro sus mejores valles de monta?a y alguno de sus pueblos m¨¢s antiguos, desmantelada pr¨¢cticamente la pobre trama industrial que la provincia tuvo alg¨²n d¨ªa y resignados a asistir sin remisi¨®n al cierre progresivo y ya anunciado de sus minas, los leoneses, este verano, se vieron sorprendidos de repente por otra triste noticia: el anuncio del cierre del viejo tren hullero o, en el mejor de los casos (depende, claro est¨¢, de los vaivenes pol¨ªticos), su condena a corto o medio plazo tras su reducci¨®n ahora a simple tren de cercan¨ªas.
Siempre que un tren se muere, se muere algo en el paisaje y en la memoria de las gentes que lo habitan. Siempre que un tren se muere, se muere algo en el alma de quienes en los trenes aprendimos lo poco o mucho que sabemos de la vida. Pero, en el caso del hullero, en el caso del viejo tren minero que desde hace m¨¢s de un siglo atraviesa en viaje de ida y vuelta toda la cordillera Cant¨¢brica para llevar hasta los Altos Hornos de Bilbao el carb¨®n de las cuencas leonesa y palentina, no s¨®lo muere un tren, sino que con ¨¦l muere tambi¨¦n de alguna forma una provincia.
El viejo tren hullero, de tantas resonancias literarias y viajeras (baste citar ahora El Transcant¨¢brico, el excelente libro de viaje del leon¨¦s Juan Pedro Aparicio), fue proyectado a finales del pasado siglo por el ingeniero vasco Mariano Zuanzavar con el fin de alimentar, como ya he dicho, la entonces floreciente siderurgia vizca¨ªna. La baja calidad de los carbones asturianos y el alto coste del ingl¨¦s, m¨¢s caro cada vez a causa de las huelgas y los transportes mar¨ªtimos, llevaron a una serie de industriales del sector a volver sus miradas hacia los yacimientos de carb¨®n, entonces infraexplotados, que jalonan de Este a Oeste, y hasta el Sil, las monta?as leonesa y palentina. Fue as¨ª como naci¨® el tren hullero y fue as¨ª como empez¨® su andadura, un d¨ªa de verano de 1894, tras haber dejado atr¨¢s innumerables avatares financieros y pol¨ªticos. No en vano el tren hullero es, con sus m¨¢s de 300 kil¨®metros, el mayor de v¨ªa estrecha en toda Europa y no en vano su trazado constituye, a causa de la zona que atraviesa, una de las m¨¢s fabulosas obras de ingenier¨ªa: a lo largo de cinco provincias (Le¨®n, Palencia, Santander, Burgos y Vizcaya), siempre surcando la cordillera Cant¨¢brica y con desniveles de altitud que van desde los 840 metros de Le¨®n hasta los 6 de Luchana, ya al borde de la r¨ªa bilba¨ªna, pasando por los 1.114 del Cristo del Antiguo, su trazado precis¨® de centenares de puentes, pasos a nivel, terminales de carga, ramales, apeaderos y t¨²neles.
Durante casi un siglo, el que va entre aquel 11 de agosto de 1894 y ahora mismo, el hullero no ha dejado un solo d¨ªa de hacer su recorrido llevando a sus espaldas su carga de carb¨®n y forjando a su paso la historia de un pa¨ªs que sin ¨¦l no ser¨ªa el mismo. Porque, en los mismos trenes que llevaban el carb¨®n hacia Bilbao, se fueron yendo tambi¨¦n, en busca de un trabajo y de otra vida, las gentes que viv¨ªan al borde de la v¨ªa. Eran a?os de posguerra y de miseria, y en Sestao, en Portugalete, en Baracaldo, hab¨ªa trabajo bien pagado y para todos sin tener que andar detr¨¢s de las ovejas o las vacas todo el d¨ªa o tener que bajar a dejarse los pulmones en la mina. Y as¨ª, el mismo tren que un d¨ªa les dio vida, parad¨®jicamente, fue dejando poco a poco despobladas las altas tierras fr¨ªas de Le¨®n, los p¨¢ramos de Palencia, las nevadas monta?as de Santander y de Burgos. Y as¨ª, ahora que las minas ya est¨¢n muertas y en Bilbao ya n o hay hornos que humeen d¨ªa y noche contra el cielo del Nervi¨®n porque la siderurgia se acab¨® y porque, despu¨¦s de un siglo, los tiempos han cambiado, en los pueblos de Le¨®n, de Palencia, de Burgos, de Cantabria, tampoco queda gente que pueda todav¨ªa viajar en el hullero y permitir que su mantenimiento siguiera siendo rentable.
Ignoro qu¨¦ pasar¨¢ con el hullero finalmente. En un mismo verano, y mientras descansaba en mi provincia, he podido leer en los peri¨®dicos locales (el pobre hullero es poca cosa, al parecer, para que se ocupen de ¨¦l los nacionales) cientos de noticias contradictorias y, como suele suceder en estos casos, las m¨¢s diversas afirmaciones pol¨ªticas. Tal vez al pobre hullero lo detengan cualquier d¨ªa y para siempre. Tal vez aguante un tiempo reconvertido en triste tren de cercan¨ªas (ya ves: ¨¦l, que fue el motor de las industrias vascas y el mayor ferrocarril de Europa en v¨ªa estrecha) hasta que la maleza y la carencia de viajeros lo dejen finalmente en v¨ªa muerta. En cualquier caso, y si nadie lo remedia, el hullero est¨¢ ya muerto porque esta tierra est¨¢ muerta y ya apenas queda nada que se pueda llevar de ella: ni carb¨®n, ni mercanc¨ªas, ni madera, ni mujeres y hombres que puedan ser aprovechados como mano de obra barata y bien dispuesta.
Por eso dec¨ªa al principio que, con el tren hullero, al menos para algunos, se muere mucho m¨¢s que un simple tren. Se muere la vieja historia de los mineros, la de los ferroviarios, la de los emigrantes, la de los campesinos de Castilla y de los altos valles santanderinos y leoneses. Se muere la leyenda del paisaje -su paisaje- y se mueren tambi¨¦n un poco m¨¢s unas provincias que, despu¨¦s de darlo todo para que otras crecieran, mientras ¨¦stas circulan en trenes de alta velocidad hacia el futuro, ellas siguen haci¨¦ndolo, como el hullero, en trenes de baja velocidad, o de ninguna.
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