El reto de la epidemia del sida
Diez millones de personas son portadoras del virus del sida en todo el mundo, seg¨²n un comunicado reciente de la Organizaci¨®n Mundial de la Salud. Se estima que unos 250.000 infectados por este mortal virus viven actualmente en la ciudad de Nueva York, foco de la epidemia en el mundo occidental, donde m¨¢s de 500 nuevos casos son diagnosticados cada mes. En esta gran urbe, de 7,5 millones de habitantes, el sida es ya la causa m¨¢s frecuente de muerte en adultos de 24 a 35 a?os de edad, as¨ª como en ni?os de uno a cuatro a?os, que fueron infectados por sus. madres durante el parto.El virus humano de inmunodeficiencia supone un desaf¨ªo formidable para la tecnolog¨ªa m¨¦dica de hoy, pues permanece silencioso, en el cuerpo humano durante a?os, mientras su portador, aparentemente sano, propaga la infecci¨®n. ?sta es la raz¨®n por la que la mayor¨ªa de los infectados por el virus desconoce su situaci¨®n, aunque muchos tampoco ven ventaja alguna en hacerse la prueba para detectarlo y enterarse de la mala noticia, ya que tarde o temprano los infectados desarrollan el sida y mueren. La infecci¨®n es especialmente peligrosa, porque invade las c¨¦lulas responsables de las defensas inmunol¨®gicas del cuerpo. Por ello, la tarea de encontrar un tratamiento que sea a la vez eficaz y seguro es extremadamente dif¨ªcil, ya que cualquier remedio tendr¨ªa que destruir el virus sin da?ar paralelamente c¨¦lulas que ion indispensables para la defensa de un organismo ya amenazado por infecciones o el c¨¢ncer.
El sida tambi¨¦n desaf¨ªa nuestros principios m¨¢s b¨¢sicos de convivencia. En Estados Unidos y en Europa fue diagnosticado primero en homosexuales, un grupo que suele evocar fuertes sentimientos negativos en una sociedad mayormente heterosexual. Este primer rechazo se intensific¨® cuando la siguiente oleada de la epidemia afect¨® a drogadictos por v¨ªa intravenosa, otro grupo tradicionalmente marginado. Y mientras algunas personas hostilmente exig¨ªan la segregaci¨®n, la cuarentena o incluso que se tatuara a los infectados para su f¨¢cil identificaci¨®n, otras empleaban referencias b¨ªblicas tales como castigo de Dios para mostrar su repulsa. El terror a contraer la enfermedad lleg¨® hasta el punto de que ni?os sospechosos de estar infectados fueron exiliados d¨¦ los colegios. ¨²nicamente a quienes secontagiaban accidentalmente a trav¨¦s de transfusiones de sangre contaminadas, como los hemof¨ªlicos, se les consideraba V¨ªctimas inocentes, dignas de compasi¨®n. Sin embargo, conscientes de la impopularidad del tema y del coste astron¨®mico que supon¨ªa hacer frente a esta devastadora enfermedad, ni los medios de comunicaci¨®n ni los pol¨ªticos intentaron durante los primeros a?os atajar el rechazo p¨²blico.
A medida que el sida se extend¨ªa y los casos se multiplicaban, ante el asombro del mundo, estrellas de cine, prestigiosos escritores y famosos del arte ca¨ªan bajas del virus mortal ante la curiosidad sensacionalista de ciertos medios de comunicaci¨®n. Poco despu¨¦s, las revistas cient¨ªficas empezaron a dar cuenta de un aumento dram¨¢tico en la prevalencia del sida incluso entre personas fuera de los grupos de riesgo conocidos.Finalmente, las autoridades sanitarias no tuvieron m¨¢s remedio que aceptar la existencia de una epidemia.
As¨ª pues, como sucedi¨® con la peste, el c¨®lera y la fiebre amarilla, fue necesario que se acumularan los cad¨¢veres y que el sufrimiento humano llegase a niveles insostenibles para que la sociedad reconociera abiertamente lo que no se pod¨ªa ignorar m¨¢s y buscase dar una explicaci¨®n colectiva sobre la terrible enfermedad. Por lo general, esta explicaci¨®n no s¨®lo inclu¨ªa observaciones epidemiol¨®gicas, sino tambi¨¦n argumentos sociales, morales y religiosos. En el proceso de explicar, algunos vieron la oportunidad de reafirmar ciertos valores morales de la mayor¨ªa y, de paso, culpar a las v¨ªctimas.
Hoy en Nueva York vivimos con el sida. Ciertamente son ya pocos los que no han visto a un familiar, a un amigo o a un colega desaparecer prematuramente v¨ªctimas de la enfermedad. Basta con echar una ojeada a las esquelas de cualquier diario para ver lo que est¨¢ pasando. De hecho, los expertos advierten que el impacto del sida en el mundo de las artes est¨¢ siendo devastadores y es ya probablemente irreversible.
La epidemia tambi¨¦n ha alterado costumbres y pautas de comportamiento en esta sociedad. No s¨®lo ha cambiado la vida del mundo gay de forma que ahora se prefiere la relaci¨®n de pareja, sino que tambi¨¦n ha influido el estilo de vida de hombres y mujeres heterosexuales al hacerles temer pr¨¢cticas antes m¨¢s toleradas, como encuentros sexuales furtivos u ocasionales, mientras se ha producido un aumento espectacular de la popularidad del sexo seguro, como la monogamia, o como la excitaci¨®n por medio de llamadas telef¨®nicas que ofrecen en la prensa los profesionales del sexo.
De momento, la evoluci¨®n del sida depende ¨²nicamente de nuestra capacidad de controlar su transmisi¨®n. La prevenci¨®n, sin embargo, desaf¨ªa a valores morales profundamente arraigados en la sociedad, ya que la enfermedad se transmite por lo general a trav¨¦s de la pr¨¢ctica del sexo o del uso de drogas por v¨ªa intravenosa. Para grupos conservadores y religiosos, la ¨²nica respuesta adecuada a la epidemia es un no al sexo y a las drogas. Por tanto, estos sectores rechazan con fervor moral cualquier estrategia que trate de hacer estas conductas inmorales m¨¢s seguras mediante la distribuci¨®n de preservativos o de jeringuillas esterilizadas. Como contraste, para los grupos liberales, las propuestas que intentan hacer obligatoria la prueba del virus o detectar el contagio de los compa?eros sexuales se ven como una violaci¨®n de los derechos civiles. Entre los grupos minoritarios como los negros y los hispanos, que cada d¨ªa, constituyen un sector mayor de la poblaci¨®n de portadores del virus, cualquier intervenci¨®n oficial de prevenci¨®n choca con su miedo a la discriminaci¨®n y su desconfianza hist¨®rica hacia la mayor¨ªa blanca. Un ejemplo es la fuerte reacci¨®n que ha desatado el plan municipal de distribuci¨®n de jeringuillas entre drogadictos, que los l¨ªderes de las minor¨ªas han denunciado como una "campa?a de genocidio" que intenta estimular el consumo de drogas entre los sectores minoritarios y de paso, su autodestrucci¨®n.
Si los dilemas que suscita esta epidemia son ciertamente abrumadores, el grado de sufrimiento que causa la enfermedad es a¨²n m¨¢s devastador Pues el sida marca a la persona enferma con el terror a una muerte prematura, el p¨¢nico , contagiar a otros y la culpabilidad de una enfermedad que s( considera autoprovocada. E sufrimiento se extiende desde los afligidos a sus familiares pasando por sus parejas y amigos, hasta los profesionales quo los atienden y los sectores de la poblaci¨®n que se sienten estigmatizados y segregados por ser percibidos como fuentes de contagio.
El sida no s¨®lo ha asestado un duro golpe devastador , nuestra ilusi¨®n de prepotencia y ha hecho a?icos la creencia de que las epidemias no volver¨ªan a azotar el mundo desarrollado, sino que adem¨¢s nos enfrenta con la irrevocable realidad de que la muerte forma parte inseparable de nuestro cuerpo y de nuestra ecolog¨ªa Esta plaga tambi¨¦n fuerza a la sociedad a establecer sus prioridades y nos desafia a equilibrar valores morales, ¨¦ticos , sociales divergentes y conflictivos. En definitiva, el sida es un reto porque pone a prueba nuestra tolerancia hacia el sufrimiento humano y nos pone en contacto con nuestros prejuicios y fobias sociales.
es psiquiatra. Dirige el Sistema Hospitalario Municipal de Salud Mental de la ciudad , Nueva York.
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