Dilemas laboristas
EL PRINCIPAL problema con que se enfrenta el Partido Laborista brit¨¢nico es, sin duda, qu¨¦ hacer para recuperar en las elecciones generales de 1992 el poder que perdi¨® hace 11 a?os a manos de los conservadores. No es tarea f¨¢cil, entre otras cosas porque Margaret Thatcher, la primera ministra que los ha derrotado en las tres ¨²ltimas ocasiones en que se han enfrentado y que pretende hacerlo en una cuarta, ha gozado hasta ahora de un s¨®lido apoyo en el coraz¨®n mismo del electorado laborista tradicional: una clase media y media baja cuyas fortunas mejoraron con la prosperidad conservadora, aunque ahora tambi¨¦n vayan a ser las primeras en sufrir la recesi¨®n. Por otra parte, la reiteraci¨®n en la derrota ha obligado al laborismo a moverse hacia el centro en el espectro ideol¨®gico y ello le ha creado las dificultades propias de la indefinici¨®n, con lo que, lejos de recuperar votos en el centro, ha perdido adeptos en.la izquierda.La conferencia del Partido Laborista que ha tenido lugar en Blackpool la semama pasada se ha ocupado de todos estos problemas y, tras hacer un sensato esfuerzo por cerrar su etapa de trashumancia pol¨ªtica, se dispone a intentar la reconquista del, poder bajo el s¨®lido aunque tal vez excesivamente amable liderazgo de Neil Kinnock. Las grandes opciones que incendiaron los debates en el laborismo al principio de la d¨¦cada de los ochenta -los pros o los contras del poder sindical, el pacifismo, la nacionalizaci¨®n o el europe¨ªsmo- y que les costaron una elecci¨®n tras otra han desaparecido en beneficio de un pragmatismo cuyo mejor exponente se encuentra en la socialdemocracia europea. Y si, por ejemplo, se asegura que los acontecimientos hist¨®ricos del ¨²ltimo a?o en el mundo son el mejor endoso de la pol¨ªtica pacifista de defensa propugnada por los laboristas, de su vocabulario han desaparecido el desarme nuclear unilateral, el desmantelamiento de los misiles Trident o el cierre de las bases norteamericanas. T¨¦rminos que figuraban en la plataforma electoral laborista de 1983, en la que, por cierto, se aseguraba que la adopci¨®n de una verdadera pol¨ªtica socialista forzar¨ªa al Reino Unido a abandonar la CE, mientras que ahora se considera que la pertenencia a Europa es irrenunciable.
Es cierto que los laboristas aventajan al Gobierno en siete puntos en cuanto a las intenciones de voto, pero estas posiciones favorables a la oposici¨®n suelen producirse en el Reino - Unido mediada la legislatura. Todav¨ªa faltan dos a?os para los comicios y no debe descontarse la asombrosa capacidad de Thatcher de recuperar su popularidad. No es desde?able que, a unos d¨ªas de su propio congreso conservador, la primera ministra acabe de robar a los laboristas dos temas centrales de su pol¨ªtica econ¨®mica: la baja de los tipos de inter¨¦s y la incorporaci¨®n de la libra al Sistema Monetario Europeo.
Queda por ver si el nuevo programa laborista, m¨¢s ¨¢gil y m¨¢s moderado, ser¨¢ capaz de dar el triunfo a Kinnock en 1992. Para conseguirlo con mayor facilidad, los laboristas, como otros perdedores antes que ellos, han estudiado en el congreso de Blackpool la conveniencia de negociar el cambio de la legislaci¨®n electoral para que se instaure un sistema de representaci¨®n proporcional, que en este momento les favorecer¨ªa. Se trata de un viejo debate planteado en el Reino U nido en tomo a un cambio cuya ventaja inmediata ser¨ªa reflejar con mayor fidelidad la distribuci¨®n de votos en la composici¨®n de la C¨¢mara. Acabar¨ªa, sin embargo, con el sistema de peque?as circunscripciones en las que el diputado conoce de cerca a los electores y sus problemas, un modelo que ha sido consustancial a la democracia brit¨¢nica durante siglos.
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