Partidos y democracia
Analiza el autor del texto el proceso interno del PSOE para concluir que "resulta grave el hecho de que en una sociedad democr¨¢tica cuyo desarrollo se organiza naturalmente a trav¨¦s de la existencia de partidos pol¨ªticos, ¨¦stos no tengan un funcionamiento democr¨¢tico o sus militantes disfruten de menos derechos que los que otorga la Constituci¨®n a cualquier ciudadano".
En las ¨²ltimas semanas, un determinado n¨²mero de militantes adscritos a la corriente Democracia Socialista (DS) hemos abandonado el PSOE. Es evidente que entre las causas que animaban el desarrollo de la corriente DS estaban las relacionadas con el disentimiento de la Pol¨ªtica del Gobierno. As¨ª, el hecho de que bajo el poder socialista un crecimiento econ¨®mico sostenido no s¨®lo no ha amortiguado las desigualdades sociales, sino que las ha agravado; que la brecha abierta entre el pa¨ªs real y el pa¨ªs oficial no deje de agrandarse; que el alejamiento de los sindicatos (base de toda pol¨ªtica socialdem¨®crata) y de los movimientos sociales haya ido en aumento, y, en suma, que la reciprocidad de entusiasmos y de intereses entre el partido y los 10 millones de ciudadanos que le entregaron sus votos en 1982 se ha ido deteriorando de a?o en a?o, por m¨¢s que no se quiera reconocer p¨²blicamente.Abrir un debate
Siendo ¨¦stas algunas de las importantes razones que impulsaron a un grupo de militantes a intentar -a trav¨¦s de una corriente de opini¨®n, de acuerdo a lo que contemplan los art¨ªculos 3 y 4 de los estatutos del partido- abrir un debate dentro de la organizaci¨®n que permitiera corregir este estado de cosas, no fueron, sin embargo, decisivas a la hora de elegir esa opci¨®n. El ¨²nico hecho determinante para arriesgarse a organizar la discrepancia, a¨²n supuestamente dentro de los cauces establecidos, fue la falta de democracia interna dentro del partido.
Resulta parad¨®jico que el PSOE haya fundamentado durante lustros el discurso anticomunista en la cr¨ªtica a las estructuras antidemocr¨¢ticas que conformaban la organizaci¨®n de los partidos comunistas, y que hoy sea precisamente ¨¦sa la acusaci¨®n m¨¢s grave que se puede dirigir al partido de Felipe G¨®nz¨¢lez. No creemos pecar de exageraci¨®n si afirmamos que -en pura apreciaci¨®n sociol¨®gica, lejos de todo subjetivismo- la estructura organizativa del PSOE responde al modelo de partido leninista (aunque pensado e instrumentado para fines muy distintos): imposici¨®n en la pr¨¢ctica del llamado en los partidos comunistas centralismo democr¨¢tico, concentraci¨®n de poder en pocas manos y obsesi¨®n por controlarlo todo (dentro y fuera del partido). ?ste es el modelo que en el PSOE ha conseguido entronizar Alfonso Guerra con la plena aceptaci¨®n de Felipe Gonz¨¢lez, y en ¨¦l descansa la concepci¨®n pol¨ªtica que hoy tiene la mayor¨ªa de los cuadros responsables del PSOE. Una concepci¨®n que entiende la pol¨ªtica como la existencia separada de dos culturas (la de los dirigentes y la de los dirigidos) y que intelectualmente enlaza la tradici¨®n pol¨ªtica de Maquiavelo con la de Lenin en la formalizaci¨®n org¨¢nica de una voluntad colectiva que es el partido hegem¨®nico.
Relaciones de poder
En un partido de estas caracter¨ªsticas, si hay un tipo de desigualdad manifiesta, es la desigualdad en las relaciones de poder. Asumir como inevitable esta situaci¨®n crea en los dirigentes de cualquier nivel del partido un tipo de personalidad bastante peculiar: tener un comportamiento acr¨ªtico y obsequioso con los superiores y marcadamente distante con los inferiores. Cuando esta impronta se traslada a los aparatos del Estado, el comportamiento es el mismo, pero con repercusiones socialmente m¨¢s indeseables (en esto consiste el mal estilo del que se suele acusar a nuestros gobernantes). En esta circunstancia, toda cr¨ªtica se entiende mal intencionada, y permanecer en el poder se considera un m¨¦rito que muy pocos saben alcanzar.
Con estos antecedentes, e instalado en el poder, el partido ha desaparecido como asociaci¨®n civil. Se ha convertido en un partido de notables y de cargos p¨²blicos que manejan una m¨¢quina que tiene que estar siempre a punto para ganar elecciones. Este fin la justifica a s¨ª misma. El conjunto de los militantes s¨®lo es tenido en cuenta en periodos electorales. Al margen de esta coyuntura, las agrupaciones son un desierto que, adem¨¢s, no tiene ninguna importancia para el partido, y, por supuesto, tienen muy poco que ver en la elaboraci¨®n de las listas electorales. Al militante s¨®lo le cabe una actividad pasiva, en la que tiene que sentirse obligado a recibir consignas y mostrarse predispuesto a exhibir fidelidades. La famosa ley de la ineluctable oligarquizaci¨®n de los partidos, profetizada por Robert Michels hace casi 80 a?os, se cumple de forma inexorable en el PSOE. Lo grave de esta situaci¨®n no es que su resultado est¨¦ impl¨ªcito en la l¨®gica de las actuaciones de los dirigentes del partido, sino que ha sido de tal manera asumida e internalizada por los militantes (tanto da que sean cuadros o de base) que la autocensura ha llegado a convertirse en un ejercicio natural en la expresi¨®n hablada o escrita (tan natural como llegar a convencerse de que fuera del partido no hay salvaci¨®n). As¨ª las cosas, quienes conservan todav¨ªa un esp¨ªritu cr¨ªtico y pretenden desarrollar un tipo de pensamiento que se salga de la l¨ªnea oficial tienen que ser conscientes de que tal aspiraci¨®n no ser¨¢ posible ejercerla de una manera normalizada, porque, en un partido donde la disciplina que se ha impuesto no es la m¨¢s propia de una asociaci¨®n civil, s¨®lo son posibles dos actitudes: o la sumisi¨®n absoluta o la confrontaci¨®n sin retorno. La primera puede tener distintos tipos de compensaciones personales, excepto la de conciliar la disciplina con la l¨ªbertad interior; la segunda s¨®lo lleva a la penitencia o a la salida hacia lo desconocido. La realidad, por duro que sea constatarlo, es quela discrepancia no es viable en el PSOE, digan lo que digan los estatutos, o se paga a un precio muy alto.
Renovaci¨®n
Recientemente, Felipe Gonz¨¢lez ha lanzado a los medios de comunicaci¨®n la idea de la necesidad de renovar el partido. Suponiendo que este tipo de declaraciones no responda a la estrategia de doble mensaje -decir una cosa a la sociedad (y a los militantes del partido) y practicar otra muy distinta- y en el caso de que el deseo vaya m¨¢s all¨¢ de las buenas intenciones, es verdaderamente dif¨ªcil que las promesas superen la realidad. En nuestra opini¨®n, el entramado de intereses que se ha ido tejiendo entre el aparato del partido y el aparato del Estado es de tal envergadura que hace muy dif¨ªcil creer que la anunciada renovaci¨®n pueda ser un hecho en tanto en cuanto el PSOE siga conservando el poder.
Las consecuencias que se desprenden de las reflexiones que hasta aqu¨ª venimos exponiendo las podemos calificar de graves. O as¨ª nos lo parece el hecho de que en una sociedad democr¨¢tica cuyo desarrollo se organiza naturalmente a trav¨¦s de la existencia de partidos pol¨ªticos, ¨¦stos no tengan un funcionamiento democr¨¢tico, o sus militantes disfruten de menos derechos que los que otorga la Constituci¨®n a cualquier ciudadano. De no ser as¨ª, quienes quisimos ejercer esos derechos a trav¨¦s de unas reglas de juego que, sobre el papel, nos parec¨ªan v¨¢lidas nunca hubi¨¦ramos abandonado el PSOE. Pero cuando la concepci¨®n del partido-organizaci¨®n se corporativiza interesadamente, y sus dirigentes entienden el mismo como una cuesti¨®n de patrimonio personal que les impulsa a poner en la pr¨¢ctica unas reglas de juego que no son las mismas para todos, los que toman conciencia de este hecho y, adem¨¢s, se encuentran en desventaja, no tienen m¨¢s salida que marcharse.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.