?Por fin Cervantes viaja a la China!
Considera el articulista que el proyecto del Instituto Cervantes del Ministerio de Cultura espa?ol con que va a iniciarse la difusi¨®n planificada internacionalmente de nuestra lengua y cultura ha sido recibido con gran inter¨¦s en toda Am¨¦rica.
El Instituto ha sido una gran sorpresa para los que hemos vivido, por diversas razones, fuera de Espa?a durante la guerra civil y los numerosos a?os posteriores de exilio -el caso de Jorge Sempr¨²n, por ejemplo- En Nueva York, en Estados Unidos, se manten¨ªa una pol¨ªtica, mirando hacia Am¨¦rica Latina, abiertamente antiespa?ola. Para empezar, en Am¨¦rica Latina no entend¨ªan el espa?ol de la madrastra patria: los argentinos hablan argentino; los chilenos, chileno; los mexicanos, mexicano; los paname?os, paname?o... Los pobres colombianos que hab¨ªan sido, desde Bogot¨¢ -la Atenas de Am¨¦rica-, los defensores de la pureza del idioma, los que hablaban -?todav¨ªa!- el espa?ol como en Espa?a -sin zetas, claro: pero hay muchas regiones de Andaluc¨ªa donde dicen coras¨®n como nosotros-, no sab¨ªan c¨®mo ponerse al paso de los nuevos tiempos; pero es que ellos, los colombianos, ten¨ªan el mismo problema dentro de Colombia: los coste?os, al borde del Caribe, no entend¨ªan a los cachacos bogotanos del altiplano andino... "Ave Mar¨ªa, pues", como dicen ellos.Pues hoy, de pronto, no se sabe por qu¨¦ -mejor dicho, s¨ª se sabe por qu¨¦-, lo que interesa es el espa?ol de Espa?a. La abominable madrastra patria ha vuelto a ser considerada como la heroica madre patria. Y s¨ª se sabe por qu¨¦: la paternal tutela norteamericana de Am¨¦rica Latina ha resultado un mal negocio. Espa?a es el pa¨ªs que va para arriba: oc¨²pense ustedes, espa?oles, de ayudar a pagar la deuda de Am¨¦rica Latina. Ustedes que pueden -y deben-. Puerta abierta para la ense?anza de nuestro idioma, para la rehabilitaci¨®n de nuestra cultura: hay que negociar con Espa?a en todos los niveles, en todos los campos; sobre todo en Am¨¦rica Latina: veintitantas rep¨²blicas -nunca est¨¢n, ni estamos, muy seguros de cu¨¢ntas son- que hablan un mismo idioma: ?el espa?ol! La hora en punto para arrancar con el plan Instituto Cervantes. Aunque los espa?oles hayamos mirado con cierta indiferencia -?bah, cultura...!- un plan b¨¢sico para el desarrollo de nuestra pol¨ªtica internacional, de nuestro comercio. Pero parece urgente iniciar labores en este mismo Nueva York, donde los letreros del subway est¨¢n todav¨ªa en ingl¨¦s y puertorrique?o. Despu¨¦s, Europa. Enseguida, China.
Hemos mencionado China. En 1615 -"en Madrid, a 27 de febrero de 1615"- Cervantes echa un cuento prof¨¦tico en su dedicatoria al conde de Lemos de la segunda parte del Quijote: "Enviando a v. excelencia los d¨ªas pasados mis comedias, antes impresas que representadas, si bien me acuerdo, dije que Don Quijote quedaba calzadas las espuelas para ir a besar las manos a v. excelencia; y ahora que se las ha calzado y se ha puesto en camino, y si ¨¦l all¨¢ llega, me parece que habr¨¦ hecho alg¨²n servicio a v. ex., porque es mucha la priesa que de infinitas partes me dan a que le env¨ªe, para quitar el h¨¢mago y la n¨¢usea que ha causado otro Don Quijote, que con nombre de segunda parte se ha disfrazado y corrido por el orbe; y el que m¨¢s ha mostrado desearle ha sido el grande emperador de la China, pues en lengua chinesca habr¨¢ un mes que me escribi¨® una carta con un propio pidi¨¦ndome, o por mejor decir, suplic¨¢ndome, se le enviase, porque quer¨ªa fundar un colegio donde se leyese la lengua castellana, y quer¨ªa que el libro que se leyese fuese el de la historia de Don Quijote. Juntamente con esto me dec¨ªa que fuese yo a ser el rector de tal colegio. Pregunt¨¦le al portador si su majestad le hab¨ªa dado para m¨ª alguna ayuda de costa. Respondi¨®me que ni por pensamiento".
"Pues, hermano', le respond¨ª yo, 'vos os pod¨¦is volver a vuestra China a las diez o a las veinte, o las que ven¨ªs despachado, porque yo no estoy con salud para ponerme en tan largo viaje; adem¨¢s que, sobre estar enfermo, estoy sin dineros, y emperador por emperador y monarca por monarca, en N¨¢poles tengo al grande conde de Lemos, que, sin tantos titulillos de colegios ni rector¨ªas, me sustenta, me ampara y hace m¨¢s merced que la que yo acierto a desear'. Con esto le desped¨ª". No sabemos c¨®mo se port¨® el conde de Lemos. Pero Cervantes confia plenamente en ¨¦l y en el cardenal arzobispo de Toledo, en su pr¨®logo al lector: "Viva el gran conde de Lemos, cuya cristiandad y liberalidad, bien conocida, contra todos los golpes de mi corta fortuna me tiene en pie, y v¨ªvame la suma caridad del ilustr¨ªsimo de Toledo, don Bernardo de Sandoval y Rojas, y siquiera no haya emprentas en el mundo, y siquiera se impriman contra m¨ª m¨¢s libros que tienen letras las coplas de Mingo Revulgo. Con esto le desped¨ª...". ?Se imaginar¨ªa Cervantes que iban a pasar casi cuatro siglos hasta que el Gobierno de su patria reuniera las ayudas de costa" necesarias para mandarle no s¨®lo a China, sino a medio mundo? ?Pensar¨ªa quiz¨¢ que tres d¨ªas despu¨¦s de aparecer su segunda parte iba a tocar a su puerta un don Jorge Sempr¨²n a proponerle la presidencia de los institutos Cervantes en "todo el orbe"?
El se?or don Jorge Sempr¨²n
Imaginemos que as¨ª fue: se abre la puerta de la pieza del despacho de Cervantes -la m¨¢s peque?a, la m¨¢s caliente-, el enorme brasero bajo el escritorio centellea dulcemente a trav¨¦s de la tibia ceniza, la menos ventilada y la m¨¢s silenciosa de toda la casa- y una voz femenina -?su mujer, una de sus hijas, la vieja criada...?- anuncia: "El se?or don Jorge Sempr¨²n quiere hablar con vuestra merced".
?Don Jorge Sempr¨²n? Cervantes no recuerda el nombre, su curiosidad es una raz¨®n m¨¢s para hacerle entrar inmediatamente: pero ?d¨®nde est¨¢n sus anteojos? Porque el joven que avanza resueltamente hacia su mesa parece llevar un ex¨®tico turbante blanco... "?Ah, aqu¨ª est¨¢n!". "?Dadme los brazos, ingenioso hidalgo!". Un saludo cordial, admirativo y conciso: cinco palabras, pero nuevo, personal, evocador de su gloria. Don Jorge Sempr¨²n, piensa Cervantes, es -indudablemente- un escritor.
El torio de su voz, su manera de hablar, son emotivamente cordiales, elegantemente respetuosos. ?ste no es un cualquiera, piensa Cervantes: no es uno de estos hidalgos que "se han puesto un don y se han arremetido a caballeros con cuatro cepas y dos yugadas de tierra, y con un trapo atr¨¢s y otro adelante". No: don Jorge Sempr¨²n es un se?or, caballero y letrado. Cervantes se ajusta los anteojos: un joven vate de nuestro Parnaso madrile?o. Sorpresa: a trav¨¦s de sus anteojos (creo que es Lope el que describe los gruesos antojos de Cervantes como dos huevos fritos), Jorge Sempr¨²n, a pesar de su estilo, a pesar de su voz, no es el loven vate" del Parnaso madrile?o: es un hombre maduro, hecho y derecho, fuertemente vital, coronado de una aureola de pelo blanco como la nieve.
Cervantes acoge a su colega con una sonrisa desdentada y un interrogante tras su par de huevos unos: ?c¨®rno no conoce -¨¦l, que conoce a todo el mundo- a este m¨¢s que: distinguido escritor? Y se ajusta la golilla que tra¨ªa medio ladeada. Uno a cada lado del escritorio, al amor del brasero, los dos escritores inician su charla sobre -naturalmente- lo que ha sido la comidilla literaria del a?o: el falso segundo Don Quijote. Cervantes dice que todos querr¨ªan que a su autor "le di del asno, del mentecato y del atrevido, pero no me pasa por el pensamiento: cast¨ªguele su pecado, con su pan se lo coma y all¨¢ se lo haya". Sempr¨²n est¨¢ de acuerdo, y cita una frase latina de Plauto en ese sentido. Este hombre lee tanto como yo, piensa Cervantes; al rato est¨¢ convencido de que ha le¨ªdo mucho m¨¢s que ¨¦l -?¨¦l, que lee hasta los papeles rotos que encuentra en la calle!-, que es un hombre, como decimos ahora, de una gran cultura. Uno de los m¨¢s cultos con que se puede tropezar en esta villa y corte.
Adem¨¢s, cita al Ariosto con el acento perfecto de un toscano. Debe de haber pasado largos a?os fuera de la patria -conoce Roma, Venecla, Par¨ªs...-. Sempr¨²n debe de haber llevado una vida como la suya. Es cierto que no ha estado en Lepanto, ni cautivo en Argel, pero ha vivido guerras y persecuciones. Siempre con un libro debajo del brazo. En Espa?a ambos pisan un mismo terreno: el de aquellos que, un d¨ªa, han vuelto.
De pronto, Sempr¨²n le propone la fundaci¨®n no de uno, sino de numerosos colegios donde se lea la lengua castellana y que el libro que se lea sea la historia de Don Quijote. No s¨®lo en la China, sino en el mundo entero. Ante el asombro que amplifican los anteojos-huevos fritos, Sempr¨²n, sonriente, asegura a Cervantes que los millones que significa la ejecuci¨®n de su proyecto los tiene en su cartera: "Soy ministro del Gobierno de su majestad, ya no cat¨®lica, sino constitucional...". El asombro de Cervantes es todav¨ªa mayor: ?c¨®mo es posible que hombres como Sempr¨²n, como ¨¦l mismo, se sienten a una mesa de Consejo? El gran Cervantes se echa a re¨ªr alegremente: ?los ministros que gobiernan no salen de la misma turquesa de los hombres que piensan".
En todo caso, ¨¦l, Cervantes, est¨¢ muy viejo y muy enfermo. No se puede ocupar de colegios ni institutos. Tiene que acabar sus Trabajos de Persiles y Sigismunda, si Dios le da vida.
Dios le dio vida: un a?o de trabajo contra reloj -el terrible despertador de la muerte-. La lucha de Proust rastreando "el tiempo perdido". Pero con su Recherche du temps perdu impresa, vendida, traducida y le¨ªda por todo el que sab¨ªa leer en el mundo... Y, sin embargo, Deo volente, quiere seguir escribiendo: tiene en proyecto un libro, Las semanas del jard¨ªn... Jorge Sempr¨²n, la mano en la mejilla, el codo apoyado sobre la mesa de Cervantes, respira el aire fresco que parece venir del libro nunca escrito, piensa, imagina...
Sentado en su escritorio del Ministerio de Cultura, cuando ya no acepta m¨¢s llamadas telef¨®nicas, la mano en la mejilla, el codo apoyado en la mesa, Jorge Sempr¨²n sigue pensando, imaginando... ?Las semanas del jard¨ªn? ?El Instituto Cervantes en la China? Son las horas, tarde en la tarde, en que el se?or ministro trabaja. Porque Cervantes sigue hablando con todo el que abre uno de sus libros. S¨ª: Cervantes cuenta, pero tambi¨¦n escucha.
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