Invitaci¨®n al mayordomo
A la mayor¨ªa de los pol¨ªticos les gusta la cr¨ªtica constructiva, y, puestos a tener que asignarles una tarea a los llamados intelectuales, les asignan ¨¦sta: criticar, pero constructivamente. De tanto en tanto, ¨¦stos son convocados por alg¨²n portavoz autorizado, que as¨ª, adem¨¢s de demostrar su talante democr¨¢tico, muestra su confianza en la cultura. Seg¨²n he le¨ªdo en los peri¨®dicos, la ¨²ltima voz que se ha sumado a tal petici¨®n ha sido la del vicepresidente del Gobierno, en el transcurso de un homenaje a Juli¨¢n Besteiro celebrado en Carmona. No s¨¦ si fiarme de lo escrito en los peri¨®dicos, los "nuevos inquisidores", seg¨²n la sutil apreciaci¨®n del vicepresidente, pero, de ser cierto lo que he le¨ªdo, el orador hizo "un llamamiento a los intelectuales para que", sin dejar lo que denomin¨® cr¨ªtica constructiva, "den a conocer mensajes pol¨ªticos y te¨®ricos de esperanza que contribuyan a crear un nuevo humanismo".Notable programa que, viniendo de un personaje con tan alta responsabilidad, no puede ser echado en saco roto. Pero, dado el alcance de esta convocatoria, s¨ªntesis de otras convocatorias realizadas por personajes con m¨¢s bajas responsabilidades, es mejor ir por partes Como no s¨¦ exactamente el significado del calificativo intelectual, y menos en boca de ciertos pol¨ªticos, lo m¨¢s conveniente es tratar de averiguar qui¨¦nes, sinti¨¦ndose receptivos, son susceptibles de asumir el ambicioso proyecto. En suma: ?a qui¨¦nes se invita para celebrar el fest¨ªn del nuevo humanismo?
Ah¨ª aparecen las primeras dificultades. Como en todo convite, para conformar el perfil del posible invitado se recurre a preferencias, afinidades y, por lo general, intereses. En este caso, interesa quien haga cr¨ªtica, pero s¨®lo constructiva. Este requisito, me temo, elimina, ya de entrada, a todos los que sienten pavor por la critica constructiva. Se dir¨¢ que ¨¦stos son individuos proclives a la negatividad e, incluso, al nihilismo. No necesariamente. Pueden ser sencillamente gentes reacias a algunos eufemismos que, sin embargo, se manejan con pasmosa naturalidad como integrantes del discurso democr¨¢tico. La utilizaci¨®n de la expresi¨®n critica constructiva recuerda la utilizaci¨®n de otras expresiones que, como bien com¨²n, opini¨®n p¨²blica o libertades, son con frecuencia meras piezas ret¨®ricas para el camuflaje del poder. Los adjetivos de la buena conciencia pol¨ªtica -lo positivo, lo constructivo, lo afirmativo resultan, pese a su prestigio f¨¢cil, sospechosos. ?Desde qu¨¦ mirador se juzga? ?Qui¨¦n otorga el car¨¢cter constructivo de una cr¨ªtica? Por lo dem¨¢s, estos eufemismos integrados en el discurso democr¨¢tico se insertan con la misma fluidez en el discurso totalitario. Ni uno solo de los dictadores ha dejado de utilizarlos. No dignifican en absoluto, por tanto, el sentido de la libertad.
Entrevemos una primera conclusi¨®n: los que aborrecen los eufemismos y, como consecuencia, quieren pensar contra el uso demag¨®gico del lenguaje de la vida p¨²blica, se autoexcluyen del banquete. Conciben la cr¨ªtica a secas, aun a riesgo de ser tachados de negativos e, incluso, de nihilistas. Se niegan a dar, as¨ª por las buenas, mensajes de esperanza.
Tampoco los que creen que la esperanza puede pasar f¨¢cilmente de ser virtud cardinal a ser vicio pol¨ªtico se sentir¨¢n llamados a seguir la invitaci¨®n. ?Por qu¨¦ tendr¨ªan que dar mensajes de esperanza? ?Para qui¨¦n? La palabra, de la manera en que es empleada, tiene un desagradable tufillo filisteo. Suena a justificaci¨®n de lo que espera quien la pronuncia. ?Y cu¨¢les son las expectativas? Aunque resulte sarc¨¢stico: crear un nuevo humanismo.
El objetivo es solemne. La critica constructiva debe conducir a un nuevo humanismo. Ante esta declaraci¨®n pueden vacilar otros hipot¨¦ticos invitados. Los que se contentar¨ªan con que la cr¨ªtica a secas contribuyera a la verdad, por modesta que fuera esta contribuci¨®n, no se sentir¨¢n con fuerzas para responder a semejante reto. A muchos de nuestros pol¨ªticos, al igual que la esperanza, les gusta el humanismo. Probablemente no saben de qu¨¦ se trata, pero encuentran que es una etiqueta vistosa. Yo le preguntar¨ªa al vicepresidente de qu¨¦ habla cuando habla de nuevo humanismo. Tambi¨¦n se lo preguntar¨ªa a otros, de otros bandos, que proclaman el mismo deseo. Supongo que responder¨ªan, si es que est¨¢n en condiciones de responder algo, con una colecci¨®n de valores morales en la que se mezclan confusamente aspiraciones gen¨¦ricas con ocultamientos espec¨ªficos. Pero los que cambiar¨ªan toda esta colecci¨®n de moralidades por una sola obra de autenticidad se sentir¨¢n inclinados a creer que la petici¨®n de un nuevo humanismo es simplemente un farol en labios de un tah¨²r. Es, otra vez, una jugada enga?osa. Como ofrecer mensajes de esperanza o cr¨ªticas constructivas.
Sin embargo, quiz¨¢ hay un equ¨ªvoco en todo esto y, en realidad, no se haya convocado al libre invitado, sino al imprescindible mayordomo. Entonces la convocatoria se entiende mejor. Un buen mayordomo cuida de la casa y cuida de aquellos peque?os detalles que al due?o, demasiado atareado en las grandes decisiones, pasan desapercibidos. El buen mayordomo siempre har¨¢ una cr¨ªtica constructiva, se mostrar¨¢ esperanzado con las expectativas de la casa y, por a?adidura, preparar¨¢ la mesa para las grandes ocasiones, como sin duda lo es la del nuevo humanismo.
?No ser¨¢ que el llamamiento del vicepresidente, y los otros llamamientos, van dirigidos a los mayordomos o, m¨¢s propiamente, a los intelectuales-mayordomos? Es casi seguro. Al fin y al cabo, nuestra mansi¨®n pol¨ªtica, un tanto paup¨¦rrima culturalmente, anda necesitada de cerebros que disimulen las carencias m¨¢s evidentes. El intelectual-mayordomo, adem¨¢s de ser sumiso, tiene la ventaja de que puede entretenerse y entretener con mil variaciones- sobre el tema del nuevo humanismo. La grandilocuencia en torno a la confianza en el hombre y a otras confianzas m¨¢s o menos espectrales, como la que se dedica al pueblo, a la sociedad o a la patria, todav¨ªa permite, al parecer, la proliferaci¨®n del parasitismo mental. Son fuegos fatuos que, bien administrados, ayudan al control y diversi¨®n de la servidumbre.
Puede afirmarse, sin demasiadas contemplaciones, que el humanismo es, a estas alturas, un vocablo est¨¦ril, a no ser que alguien explique descaradamente, con pelos y se?ales, su significado en el seno del orden mundial. Nuestros dirigentes, mayordomos ellos mismos al servicio de este orden, quieren delegar la tarea. ?A qui¨¦nes? A los intelectuales, Grupo cada vez m¨¢s vaporoso pero que, reclamado por algunos que lo reclaman, como el orador de Carmona, uno tiene la tentaci¨®n de identificar con aquel intelectual, definido por Cioran, que "representa la mayor desgracia, el fracaso culminante del homo sapiens". En todo caso, parece evidente que los destinatarios del llamamiento deben ser constructivos, esperanzados y neohumanistas. Quienes est¨¦n dispuestos a pensar por su cuenta pueden ignorar la fiesta con toda tranquilidad.
Rafael Argullol es profesor de Est¨¦tica de la Universidad de Barcelona.
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