Los vecinos de El Pardo, indiferentes ante la estancia de Gorbachov en el pueblo

Los bares pr¨®ximos al palacio de El Pardo, que desde la llegada de la democracia alberga a los jefes de Estado extranjeros que llegan a Madrid, son el term¨®metro m¨¢s fiable para averiguar la importancia de la visita. Cuantos m¨¢s conductores, polic¨ªas y periodistas desplaza el mandatario, mayores son las recaudaciones para los establecimientos de este pueblo de 12.000 vecinos. La guardia mora ya no va a caballo por los 25 kil¨®metros que separan el pueblo de Madrid, ahora la seguridad son modernos motoristas uniformados que controlan la situaci¨®n cada pocos metros.

El Pardo fue un palacio de jardines abiertos hasta que la guerra azot¨® al pueblo y al pa¨ªs. Los militares del cuartel de la localidad abandonaron a sus vecinos y se marcharon a unirse con las fuerzas rebeldes de Franco una noche de 1936.Tiempo despu¨¦s de finalizar la guerra, Francisco Franco decidi¨® trasladarse a vivir a un palacio reservado hasta a?os antes para la familia real. El gobernante construy¨® una valla y pobl¨® los jardines con su guardia mora. Cincuenta y un a?os despu¨¦s, la fachada del palacio luc¨ªa una bandera roja y sus habitantes parec¨ªan satisfechos por la presencia del hu¨¦sped.

Por los alrededores de la residencia, que Franco transform¨® en casas de servicio construidas a imagen y semejanza de su vivienda, discurr¨ªan ayer jeeps de la Guardia Civil y caballos de la Guardia Real.

Ayer, algunos habitantes de esta localidad recordaban c¨®mo ten¨ªan vetado el acceso al palacio, excepto cuando le nac¨ªa una nieta al dictador y ¨¦ste abr¨ªa las puertas para que sus vecinos pobres le rindieran pleites¨ªa y recogieran los caramelos que les lanzaban desde el balc¨®n.

Jubilados nost¨¢lgicos

Los jubilados de El Pardo hacen esfuerzos con la memoria para poder nombrar los visitantes extranjeros que atravesaron los muros de la residencia de Franco para visitarle. "Yo recuerdo haber visto llegar al sha de Persia", dice un ama de casa. "Yo, a Eisenhower", le contesta un funcionario jubilado. Otros m¨¢s nost¨¢lgicos, como un maestro de 60 a?os, recuerdan c¨®mo Fernando Fuertes de Villavicencio, intendente general de la Casa Civil de Franco, trajo el cine, que, como no pod¨ªa ser menos, lleva el nombre del palacio. Sin embargo, algunas personas que pasan a diario desde hace 50 a?os por la puerta enrejada de acceso siguen sin sucumbir a su curiosidad. Un auxiliar del mercado de pescados, de 71 a?os, se muestra rotundo en su prop¨®sito: "Por muchos a?os que viva seguir¨¦ sin entrar en un edificio donde se han firmado penas de muerte".

Los vecinos del pueblo, en su mayor¨ªa militares y funcionarios del Patrimonio Nacional lamentan la llegada de los helic¨®pteros que acompa?an a cada ilustre visitante. Las familias del servicio que se ocupa del mantenimiento de este hotel para presidentes y jefes de Estado no se toman con la misma filosof¨ªa la llegada de hu¨¦spedes. "Mi marido lleg¨® el viernes a las cinco de la ma?ana y el s¨¢bado no duerme en casa. Menos mal que tendremos alg¨²n plus por el esfuerzo", dice la mujer de un ordenanza.