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La verdad es que meterse con el se?or Enrique M¨²gica y criticar sus p¨ªfias es cosa tan f¨¢cil que casi repugna: viene a ser algo as¨ª como pegar a un ni?o. Por eso, cuando el hombre solt¨® hace unas semanas la despampanante necedad de las cocinas, servidora se call¨® muy finamente y no escribi¨® sobre la cuesti¨®n maldad alguna. Luego el se?or ministro quiso pedir perd¨®n en el Congreso, y en vez de disculparse acab¨® arremetiendo contra la diputada del Partido Popular que le critic¨®. Fue entonces cuando se jact¨® de su antiguo paso por la c¨¢rcel, como si ello le concediera un derecho perpetuo para cometer todo tipo de burrer¨ªas y desmanes. Aquello fue tremendo, y aun as¨ª me contuve.Pero es que el hombre insiste en m achacarnos la paciencia. Ahora se trata del Consejo del Poder Judicial, organismo que acaba de repartir sus cargos por el conocido m¨¦todo del pinto, pinto, gorgorito entre partidos. Pues bien, todo aquel que muestre desagrado ante tan peculiar modo de elecci¨®n, brama el ministro, viene a ser algo as¨ª como unfacha, un antidem¨®crata y un asquito.
Usa M¨²gica aqu¨ª la misma t¨¢ctica que cuando alarde¨® de prisiones a?ejas: si alguien le critica, no es que ¨¦l o su partido hayan hecho algo mal, sino que al cr¨ªtico, sea cual sea, le aturde una cerraz¨®n totalitaria. Porque, por lo visto, en este pa¨ªs todos somos totalitarios menos ¨¦l (y dos m¨¢s). Y as¨ª, esa excelsa y maciza luminaria de la escena pol¨ªtica que es Enrique M¨²gica parece empe?ado en impartirnos lecciones de progresismo, cuando de todos es sabido que ¨¦l es, desde hace muchos a?os, el ala m¨¢s derechista, intransigente y conservadora del PSOE, lo cual es decir mucho, cuando acumula, zafiedades reaccionarias a mayor velocidad que ning¨²n otro ministro conocido y cuando parece estar siempre en posesi¨®n de la Verdad Absoluta, una actitud que suena a dogmatismo. Por favor, que no nos d¨¦ m¨¢s clases.
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