El t¨ªo Larry
El mes de marzo de 1957 -el mismo a?o de Justine-, Lawrence Durrel le escribe, desde Sommi¨¨res, a su amigo Henry Miller: "Finalmente hemos llegado al pa¨ªs de Raimu. Una peque?avilla medieval adormecida; un castillo con una historia olvidada. Est¨¢ ah¨ª, eso es todo. Una peque?a villa construida en la margen derecha de un viejo r¨ªo, el Vidourle, que la inunda de vez en cuando, llev¨¢ndose por delante casas, personas y ganado. A nadie parece preocuparle. La vida es mucho menos cara que en Par¨ªs y las gentes, en mi opini¨®n, mucho m¨¢s agradables".Seg¨²n las noticias de agencia, es en Sommi¨¨res -que el escritor abandon¨® en 1966 por Nimes, para regresar al poco tiempo- donde el t¨ªo Larry ha muerto, "en el pa¨ªs de Raimu" -que algo ten¨ªa, s¨ª, de Buda trip¨®n-, precediendo por escasos d¨ªas la llegada del Beaujolais nouveau, lo que, trat¨¢ndose del t¨ªo Larry, es ya toda una epifan¨ªa.
La ruta Darrell, ?te acuerdas, Terenci? A finales de los sesenta, principios de los setenta, la llam¨¢bamos as¨ª. Era el camino que hab¨ªamos de recorrer hasta llegar a Sommi¨¦res y, de all¨ª, ganar -media hora m¨¢s- el mar, para llevarnos al personaje rumbo a... ?Alejandr¨ªa! Era un secuestro por estrictas razones de amor -pagado, muy bien pagado, por un peri¨®dico complaciente, a cambio de una brillant¨ªsima entrevista, en exclusiva, como Dios manda-; un secuestro sabiamente planeado, y que nunca llegamos a realizar. M¨¢s tarde, en el 79, llegu¨¦ yo solo a Sorrimi¨¦res, pero el personaje se hab¨ªa esfumado. Le dej¨¦ una botella de manzanilla y un clavel en el jard¨ªn de su casa. En mayo de este a?o me lo encontr¨¦, sorprendentemente, en la barra del Granduca, en Taormina. Estaba hecho una pasa, pero conservaba ese aspecto trapu y esa sonrisa de murri que me recuerdan a Juan Mars¨¦. Le mir¨¦ descaradamente, levant¨¦ mi martini, me sonri¨® y me fui. Fue la primera y ¨²ltima vez que le vi.
?El t¨ªo Larry? Lo del t¨ªo Larry era cosa de mi madre. Un buen d¨ªa le regal¨¦ el Cuarteto y mi madre se lo zamp¨®, casi sin masticarlo, un mont¨®n de veces. Luego empez¨® a subrayarlo con el l¨¢piz. Pronto quiso leer todo cuanto Durrell hab¨ªa publicado, quiso saberlo todo sobre ¨¦l. Y le escribi¨®. A Sommi¨¨res. Una carta muy larga. Y el t¨ªo Larry le contest¨®, una carta muy cari?osa, pero no tan larga. Al t¨ªo Larry le hac¨ªa mucha gracia -y le enorgullec¨ªa- saber que mi madre hab¨ªa colocado el Cuarteto junto a Le journal de voyage d'un philosophe, de Keyserling. A Durrell, hijo de Darjeeling, le gustaba Keyserling. Se intercambiaron fotos y se escribieron muchas tonter¨ªas; al t¨ªo Larry le halagaba c¨®mo no, su inesperada "novia" catalana. Tambi¨¦n se escribieron cosas m¨¢s serias. Hablaban, se hablaban, del Mediterr¨¢neo, "la capital, el coraz¨®n, el sexo de Europa", como dec¨ªa el t¨ªo Larry.
Con el tiempo, cuando ya no se lean novelas -si es que todav¨ªa se leen- el t¨ªo Larry quedar¨¢ como el autor de Venus marina o de Limones amargos, ya lo ver¨¢n. Tambi¨¦n quedar¨¢ como el autor de algunas de las p¨¢ginas m¨¢s entra?ablemente picantes sobre las gentes de la Proven?a.
No se de qu¨¦ ha muerto, ni c¨®mo. En 1959, su amigo Henry Miller, desde Big Sur, California, exclamaba: "?Dios m¨ªo, haced que muera riendo!" La risa contagiosa del t¨ªo Larry... En cualquier caso ha muerto un buen hombre y un escritor honesto, todo lo honesto que pueda ser un escritor. Un hombre que nos ha dejado un paisaje y algunos, pocos, personajes... Un hombre que supo mostrarse fiel a las palabras que Miller le escribi¨® desde Par¨ªs, en el verano de 1936: "Escuche, Durrell, no se desespere todav¨ªa" (...) "Si usted puede aguantar, y me imagino que puede, escriba s¨®lo lo que le gusta. No se puede hacer otra cosa, a menos que quiera hacerse famoso. De todos modos, se le cagar¨¢n encima, as¨ª que diga todo lo que tiene que decir" (...) "El compromiso es f¨²til e insatisfactorio. Siempre tendr¨¢ un centenar de lectores y, si estos est¨¢n dotados de gusto y discernimiento, ?qu¨¦ m¨¢s puede pedir? Aun cuando usted elija ser absolutamente honesto, es dif¨ªcil. La expresi¨®n parece una cosa tan natural, un don divino, y sin embargo tampoco es eso. Es una lucha sin tregua por encontrarse a uno mismo. Piense en C¨¦zanne, Van Gogh, Gauguin, Lawrence. Piense en Dostoievski o el Ticiano, si lo prefiere". Pienso en t¨ª, t¨ªo Larry.
Babelia
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