?De nuevo el mito Ferrer?
Se habla estos d¨ªas en Barcelona de erigir una estatua a Francisco Ferrer i Guardia. La historia contempor¨¢nea suele ser tan escasamente conocida que para nuestro ciudadano medio: el proyecto -cristalice o no- apenas suscitar¨¢ otra cosa que un encogimiento de hombros: ?qui¨¦n fue ese Ferrer... ?Y sin embargo, la verdad es que si ha habido, en lo que va de siglo, un nombre capaz de dividir desgarradoramente a Espa?a -y aun a Europa frente a Espa?a- con pasi¨®n s¨®lo superada por la guerra civil, ese nombre es el de Francisco Ferrer. Hagamos un poco de memoria para el que se haya encogido de hombros.
"Un intelectual de estrechas miras y con pocas cualidades atractivas", seg¨²n la definici¨®n de Brenan, Ferrer fue el fundador de la Escuela Moderna, el pedagogo de la anarqu¨ªa y del ate¨ªsmo en la compleja realidad de la Barcelona modernista. Su idea?o era de un simplismo sobrecogedor; se resum¨ªa en la frase "queremos destruirlo todo". Sin vuelo intelectual alguno, se aten¨ªa a una rencorosa negaci¨®n del orden vigente -en todos los sentidos-.
Parece l¨®gico que ese af¨¢n iconoclasta apuntara en primer lugar contra el rey, encarnaci¨®n del r¨¦gimen: el famoso atentado de la calle Mayor de Madrid (1906) fue obra de uno de los disc¨ªpulos de Ferrer, el pobre Mateo Morral. Tres a?os despu¨¦s, en la tristemente c¨¦lebre Semana Tr¨¢gica barcelonesa -mezcla explosiva de protesta social, antimilitarismo, fermento republicano y fobia anticlerical- no desempe?¨® Ferrer, ciertamente, el papel de promotor o de caudillo; pero apareci¨® como el s¨ªmbolo de todas las negaciones all¨ª conjuntadas. La represi¨®n subsiguiente le convirti¨® en cabeza de turco: su ejecuci¨®n, seg¨²n procedimiento sumar¨ªsimo aplicado por un tribunal militar, result¨®, adem¨¢s de injusta, contraproducente: vino a a?adir le?a al fuego cuando ¨¦ste parec¨ªa ya apagado. Porque era, de una parte, consecuencia de una pol¨¦mica ley anterior -la ley de jurisdicciones-, que hab¨ªa venido a romper la tradici¨®n civilista inaugurada por C¨¢novas; y supon¨ªa, por otra, el intento de fulminar a un s¨ªmbolo, y un s¨ªmbolo no puede ser eliminado con una descarga de fusiler¨ªa.
Al desatarse luego, en el ¨¢mbito parlamentario, la violenta ofensiva de la-izquierda contra los procedimientos de Maura -jefe del Gobierno- y de La Cierva -ministro de la Gobernaci¨®n-, aqu¨¦lla cont¨®, incluso, con el apoyo de la oposici¨®n din¨¢stica -el partido liberal, encabezado por Moret- Quedaba as¨ª roto el famoso Pacto de El Pardo, que implicaba una solidaridad m¨ªnima entre los dos partidos mon¨¢rquicos turnantes frente a los posibles asaltos de la extrema derecha o de la extrema izquierda marginales al r¨¦gimen, La ferrerada cre¨® una tensi¨®n ins¨®lita en toda Espa?a y apasiono a una Europa para la cual Ferrer se aparec¨ªa como la libertad de pensamiento ahogada por las "hogueras de la Inquisici¨®n" reavivadas por Maura, el nuevo Torquemada.
Con prudencia laudable, Alfonso XIII propici¨® la crisis de Gobierno: acept¨® la renuncia de Maura incluso antes de que ¨¦ste la presentara (aunque la llevaba en el bolsillo). Pero a partir de entonces, el pol¨ªtico dimitido se convirti¨® a su vez en una herida nunca cerrada. Ante la Espa?a bienpensante, ¨¦l era la v¨ªctima de un sucio contubernio de ambiciones mezquinas y de bajas pa siones; y encarnaba la justicia y la honradez afrentadas. Cuando Maura declar¨® -como r¨¦plica a la gran marea de la izquierda- "implacable hostilidad" contra Moret y su partido, por su traici¨®n al Pacto de El Pardo, hizo imposible el funcionamiento del ya deteriorado turno pac¨ªfico en el poder. Cierta historiografia ha venido al confundir esa "digna actitud" del jefe conservador con una ¨²ltima consecuencia de su proclamada "revoluci¨®n desde arriba": seg¨²n estos mauristas a posteriori, lo que Maura pretend¨ªa era, precisamente, la ruptura del sistema, la sustituci¨®n del turnismo olig¨¢rquico por una pluralidad democr¨¢tica "aut¨¦ntica" y "sincera". Pero lo cierto es que las fulminaciones y desplantes de don Antonio contra la pol¨ªtica vigente no pasaron de reiterar su propia incompatibilidad con el partido que, desde la legitimidad del r¨¦gimen, hab¨ªa avalado al ferrerismo, pero no con el turnismo en s¨ª. Ahora bien, su intransigencia acabar¨ªa por determinar la apancion de un conservadurismo id¨®neo -el de Eduardo Dato-, m¨¢s atento a sus deberes para con la Corona que a una ciega fidelidad a Maura. Y de esta doble ruptura -la del Pacto de El Pardo (1909) y la del bipartidismo ortodoxo (1913)- surgir¨ªa la gran crisis de la Restauraci¨®n. La ferrerada y su r¨¦plica maurista -por igual- actuaron, pues, como corrosivos del sistema.
En cuanto a la pugna ideol¨®gica que fue clave de esa crisis, m¨¢s que en el "?Viva Ferrer!" radic¨® en el "?Maura no!". Para Melqu¨ªades Alvarez, uno de los grandes responsables de la movida ferrerista, la exaltaci¨®n del fundador de la Escuela Moderna, "transformado, para desgracia nuestra, por la fantas¨ªa ultrapirenaica en un representante excelso de la intelectualidad espa?ola", respond¨ªa a "la convicci¨®n profunda que hab¨ªa en el extranjero de que Ferrer hab¨ªa sido aqu¨ª, en Espa?a, una v¨ªctima de los odios pol¨ªticos y del fanatismo religioso...". ?lvarez esperaba que el tiempo ir¨ªa destruyendo f¨¢cilmente "el pedestal sobre el que se yergue una fama usurpada", "pero a m¨ª", advert¨ªa, "espa?ol, amante de mi patria..., me preocupa su inocencia, porque la inocencia es un hecho que no se desvanece ni con el silencio ni con los a?os...". Unamuno, el inconformista por excelencia -alejad¨ªsimo de cuanto Maura significaba-, se sublev¨® contra la mitificaci¨®n de Ferrer. Su desahogo epistolar con Jim¨¦nez llundain es de una contundencia extrema: "Se fusil¨® con perfecta justicia al mamarracho de Ferrer, mezcla de loco, tonto y criminal cobarde, a aquel monomaniaco con delirios de grandeza y erostratismo, y se arm¨® una campa?a indecente de mentiras, embustes y calumnias... Y dale con la canci¨®n de que se fusil¨® por racionalista al anarquista Ferrer... Levanta el est¨®mago...". Una vez m¨¢s jugaba en la actitud de Unamuno -todo hay que decirlo- la paradoja o la contradicci¨®n flagrante con los propios criterios: porque no muchos a?os antes el pensador vasco hab¨ªa definido
Pasa a la p¨¢gina siguiente
?De nuevo el mito Ferrer?
Viene de la p¨¢gina anterior el affaire Dreyfus como un s¨ªntoma de vitalidad, de sana compulsi¨®n de las ideas en guerra civil moral; y en cierto modo, la versi¨®n espa?ola de aquella coyuntura ideol¨®gico-pol¨ªtica francesa era la ferrerada. Tan evidente resultaba el paralelismo que Ortega, atenido a ese aspecto moral de la crisis de 1909 -el inaceptable proceso Ferrer-, se enfrent¨® por primera vez en franca divergencia -con el pensador vasco.
En general, la intelligentsia espa?ola lament¨® la condena de 1909, y en ese sentido se aline¨® junto a Ferrer; pero sin conftindir las cosas. A todos los intelectuales espa?oles de la ¨¦poca-de derecha o de izquierda les afrent¨® la erecci¨®n de una estatua al anarquista espa?ol en Bruselas (para B¨¦lgica, Ferrer ven¨ªa a reencarnar el esp¨ªritu de Egmont y de Horn, "esp¨ªritus libres del siglo XVI ejecutados por el fanatismo espa?ol que simbolizaba el gran duque de Alba). Aquella estatua fue derribada por los obuses alemanes durante la Gran Guerra. Pero con m¨¢s eficacia que los ca?ones, en orden a eliminar el encono antiespa?ol que el monumento traduc¨ªa, se despleg¨® por esa misma ¨¦poca la actuaci¨®n humanitaria emprendida en todos los frentes, desde el Madr¨ªd neutral, por el monarca Alfonso XIII: su labor callada, pero eficaz y benem¨¦rita, devolvi¨® a nuestro pa¨ªs la reputaci¨®n de hidalga generosidad, en contraste con la sombr¨ªa proyecci¨®n del viejo "fanatisino" de Felipe II y el duque de Alba; y lo puso de relieve la clamorosa acogida a don Alfonso y do?a Victoria dispensada por el pueblo de Bruselas durante la visita de los reyes espa?oles all¨¢ en el a?o crucial de 1923: nadie hubiera podido pronosticar ese triunfo en 1909.
Pas¨® el tiempo, surgieron nuevas invocaciones al integrismo de una parte y a la "libertad de pensamiento" de otra, desde una Espa?a divorciada del esp¨ªritu democr¨¢tico de Occidente, y sumida en el horror de la guerra civil. Pero la guerra civil -y sus secuencias- quedaron ya olvidadas en la realidad de una democracia recuperada: una democracia por fin aut¨¦ntica -basada en la reconciliaci¨®n-. El monumento de Bruselas, aunque restaurado, hace mucho tiempo que no dice nada. Su reproducci¨®n en la Barcelona de 1990 significar¨ªa una inoportuna invocaci¨®n a la discordia; s¨®lo podr¨ªa ser entendido como homenaje a la libertad del pensamiento, olvidando la inmensa negaci¨®n de cualquier libertad que implicaba aquella declaraci¨®n de guerra de Ferrer a todo cuanto se interpusiera a su propio fanatismo; el "queremos destruirlo todo".
En ¨²ltimo t¨¦nnino, creo que esta tard¨ªa apelaci¨®n al s¨ªmbolo que una parte de Europa crey¨® ver encarnado en Ferrer -a costa de desconocer al personaje real- no encender¨¢, 80 a?os m¨¢s tarde, llama alguna, anulado aqu¨¦l por el juicio inapelable de la historia. Se trata, en nuestros d¨ªas, de un s¨ªmbolo obsoleto. Hubiera merecido la pena buscar otros puntos de referencia.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.