Proyectos en ruinas
El pavimento del parque municipal inaugurado hace dos o tres a?os tiene grandes resquuebrajaduras que parecen el testimonio de un desastre s¨ªsmico. Los globos de las farolas, esas farolas como pilares desnudos de cemento por las que tanta predilecci¨®n vienen mostrando los arquitectos y las autoridades, fueron rotos a pedradas a los pocos d¨ªas de instalarse, y el material pl¨¢stico de los que sobrevivieron intactos ha sido velozmente degradado la intemperie y el sol. Los pelda?os de piedra falsa y las placas de m¨¢rmol falso se van clesprendiendo sin que nadie los arranque, y de las pequeilas fuentes de taza no se recuerda que hayan vertido agua nunca. Los modernos dise?adores de parques, que reprueban con indignaci¨®n el verde anacr¨®rlico de los macizos y los setos, apenas consintieron que se plarlaran unos pocos ¨¢rboles, ahora un¨¢nimemente tronchados por los depredadores nocturnos. De una estalua aleg¨®rica hecha de cemento y demolida con perseverancia a martillazo y pedradas solo queda un arniaz¨®n que parece una planta de hierro oxidado crecida sobre, el pedestal vac¨ªo. Los ya citados dise?adores no consideraron necesario dotar al parque de bancos ni de zonas de sombra, evitando as¨ª el peligro de clae grupos de ancianos ocios malograran la perspectiva de su horizontalidad. Lo que m¨¢s desconcierta de este lugar, tan habitable como un aparcamiento subterr¨¢neo o comolos descampados pr¨®ximos a un aeropuerto, es la evidencia s¨ªmult¨¢nea de su extrema actualidad y de su fulminante ruina, el contraste entre una obediencia casi hist¨¦rica a los mandamientos de la moda y las se?ales de una destrucci¨®n que empez¨® a arrasarlo todo desde el mismo d¨ªa de la inauguraci¨®n y los discursos, como si en vez de un parque verdadero se hubiera construido un precario simulacro, un decorado de escayola y cart¨®n piedra para una pel¨ªcula barata, una de aquellas aldeas que seg¨²n dicen levanta el pr¨ªncipe Poteinkin a la orilla de los caminos por donde deb¨ªa pasar la carroza apresurada de la emperatriz Catalina de Rusia.Puede que esta decrepitud de lo reciente sea una de las cosas que la realidad ha imitado del juego de apariencias del cine. Jos¨¦ Luis Borau cuenta que los interiores lujosos que se ven en las pel¨ªculas de Hollywood no eran copias de viviendas reales, sino espacios inventados por los decoradores que posteriormente imitaron los arquitectos de la realidad. En un libro admirable, Juan Antonio Ram¨ªrez explica el destino ir¨®nico de las ciudades colosales edificadas en los grandes estud¨ªos, la Babilonia de Griffith, la Tebas de Cecil B, de Mille, la Roma y la Pompeya de las pel¨ªculas de m¨¢rtires y gladiadores, reconstrucciones insensatas de antiguas ciudades reducidas a escombros que a su vez, en cuanto terminaba el rodaje de la pel¨ªcula, iban siendo abatidas por una ruina mucho m¨¢s veloz, y tambi¨¦n incendiadas, enterradas, olvidadas en muy poco tiempo, exhumadas m¨¢s tarde, como las ruinas de verdad, pero no al cabo de 20 siglos, sino de 10 o 15 a?os, como si tambi¨¦n hubieran sufrido un paso falso del tiempo, una de esas aceleraciones que comprimen vidas enteras en cinco minutos de pel¨ªcula.
El paisaje espa?ol, escrib¨ªa Ortega, est¨¢ poblado de proyectos en ruinas. Audaces arquitecturas de ayer mismo no s¨®lo se vuelven irremediablemente feas, sino que adem¨¢s se resquebrajan y se hunden. Novedades que obtuvieron la satinada celebridad de las revistas en color sucumben a una s¨®rdida devastaci¨®n que ni siquiera merece que se ocupen de ella la arqueolog¨ªa o la a?oranza. La est¨¦tica del envoltorio abrevia hasta la fugacidad el tr¨¢nsito del escaparate al cubo de basura. Andy Warhol augur¨® un porvenir en el que todo el mundo ser¨ªa famoso durante un cuarto de hora: aproximadamente ¨¦sa parece ser tambi¨¦n la pervivencia asegurada a cualquier edificio, libro, m¨²sica o pintura que alcancen entre nosotros el privilegio de la actualidad. Al cabo de 2.000 a?os, las ruinas de It¨¢lica, el Coliseo de Roma, el arco de Trajano, siguen conmovi¨¦ndonos, porque atestiguan con melancol¨ªa y orgullo el prop¨®sito de perennidad con que fueron edificados, y muestran la tarea destructora del infortunio y del tiempo igual que un rostro ennoblecido y no aniquilado por la vejez. En la cara de alguien que intent¨® vivir con honestidad y plenitud hay siempre algo de sagrado, como en esas estatuas rotas y mordidas por el salitre, la arena o la barbarie que tanto am¨® Marguerite Yourcenar: el parque del que estoy hablando, reci¨¦n inaugurado y ya envilecido por el abandono, no induce m¨¢s que al sarcasmo, como tantos cuadros de furibunda vanguardia que hasta hace nada era preceptivo admirar y que no s¨®lo se han vuelto m¨¢s rid¨ªculos que los zapatos con plataforma de los a?os setenta, sino que adem¨¢s se han degradado materialmente hasta desfigurarse, porque quienes los pintaron ignoraban o despreciaban los modestos saberes artesanales que no garantizan la geniafidad, pero s¨ª el brillo y la conservaci¨®n de los colores. En su ¨²ltima novela, que ha tenido la virtud de entusiasmar a los lectores m¨¢s fieles y de ganarse el afectuoso desd¨¦n de casi todas las lumbreras de la cr¨ªtica, Juan Mars¨¦ sit¨²a malvadamente la vivienda de su protagonista en un edificio que fue como una bas¨ªlica y un s¨ªmbolo de modernidad en la Barcelona de los a?os sesenta. Ahora el tiempo ha castigado aquella decorativa impostura someti¨¦ndola al escarnio de una decadencia tan cruel como la de los vacuos sue?os y consignas que la al?mentaban: pasillos inhumanos y l¨®bregos cristales rotos, redes colgadas de los muros para recoger las losetas de cer¨¢mica que se van desprendiendo con la misma fatalidad con que se caen en noviembre las hojasde los ¨¢rboles o se vuelven amarillas y viejas las p¨¢ginas m¨¢s rutilantes del peri¨®dico.
La actualidadg es precaria, dice Bioy Casares. La devoci¨®n inmediata por lo reci¨¦n aparecido oculta la esclerosis del asombro y la magnitud desesperada del tedio. Los edificios, los libros, las pel¨ªculas, hasta los sentimientos que vemos irrumpir con tanta urgencia y degradarse tan r¨¢pidainente a nuestro alrededor no sucumben tan s¨®lo porque est¨¦n hechos de manera apresurada y con materiales falsos, s¨ªno porque tambi¨¦n era falso el tiempo de su concepci¨®n. No han surgido del deseo, sino de la vanidad y tal vez de la codicia, no han ido madurando con esa lentitud que impregna la conciencia sin que ella misma se d¨¦ cuenta y que propicia de pronto unos segundos de revelaci¨®n, no han sido mejorados por la paciente y severa voluntad, por esa intuici¨®n discipilinada y reflexiva que es tan ni,cesaria para vivir con dignidad como para escribir una novela o modelar una vasija de arc¨ªlla, para a?adir al mundo objetos o lugares o solamente ectitudes que surjan en el tiempo y se establezcan en ¨¦l acatando su supremac¨ªa y a la vez rebel¨¢ndose contra ella hasta convertirla en un atributo de la perduraci¨®n. Suele creerse que lo que distingue a las obras maestras de las invenciones de la. moda es una especie de rigidez inmutable, pero la verdad es exactamente la contraria: los libros, las pel¨ªculas, los edificios, no duran fuera del tiempo ni en los almacenes del pasado, con esa perfecci¨®n in¨²til de las estatuas acad¨¦micas. Est¨¢n sucediendo siempre, ahora mismo, infatigablemente modificados y usados, solicit¨¢ndonos con la premura de un presente que no se termina nunca y que nos ofrece la posibilidad continua de volver. Aun desde lejos los vemos alzarse en medio de una desolaci¨®n de novedades en ruinas.
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