Exterminador
Lleg¨® felizmente a Nueva York y se instal¨® en un apartamento de Canal Street que le hab¨ªa prestado un amigo. Se encontraba solo, pero esa misma ma?ana ten¨ªa una cita con el mandam¨¢s de su empresa, el m¨¢ximo emperador de pastas para sopa. Su amigo hab¨ªa olvidado restos de pollo en un plato encima del televisor y los tubos oxidados que cruzaban el techo del apartamento vert¨ªan un licor amarillo en varios puntos sobre unos cubos de pl¨¢stico. En el basurero del callej¨®n formado por desperdicios de restaurantes chinos, al pie de la ventana, unas ratas grises compart¨ªan con un grupo de mendigos de la Escuela de Chicago algunos rollos imperiales y otros manjares. No esperaba ninguna visita. Por eso se sorprendi¨® al o¨ªr que alguien llamaba a la puerta con el pu?o muy imperioso. Desnudo como estaba, fue a abrir, y cuando lo hizo, apareci¨® en el rellano un negro inmenso, el cual lanz¨® un gru?ido con ojos desencajados: "I am the exterminator", grit¨®. Y sin m¨¢s, empujando al inquilino a un lado, entr¨® en el apartamento y se puso a fumigarlo con el aparato que llevaba. Una nube de gas letal comenz¨® a inundar la estancia y delante del negro hu¨ªa una legi¨®n de cucarachas buscando todas las rendijas hacia la calle. Tambi¨¦n el inquilino trat¨® de huir, pero el exterminador se interpuso en su camino. Despu¨¦s de derribarlo con una zancadilla, el negro solt¨® una carcajada con su dentadura resplandeciente, y al instante lo sulfat¨® en el suelo con tres descargas. Apenas dur¨® un minuto aquella operaci¨®n, y todav¨ªa dentro de la nube de gas, el inquilino oy¨® c¨®mo el exterminador se alejaba a zancadas por la escalera, no sin antes haber dejado un papel pegado en la puerta donde se dec¨ªa que la orden hab¨ªa sido cumplida. A duras penas se levant¨® el inquilino y, vestido con el traje azul de ejecutivo internacional, acudi¨® tambale¨¢ndose a la cita con el emperador de pastas para sopa, quien le comunic¨® que la empresa hab¨ªa quebrado. Al pasar por el callej¨®n, los mendigos de la Escuela de Chicago lo saludaron esgrimiendo en la mano un rollo imperial.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.