Hacia un 'estado de malestar'
El descalabro de los pa¨ªses comunistas en la Europa del Este ha dotado a las derechas, en todo el mundo, de una soberbia y un engreimiento inusitados. S¨®lo la crisis del golfo P¨¦rsico logr¨® abrir un par¨¦ntesis de preocupada expectativa en la eufor¨ªa de los poderosos y sus alabanceros. No obstante, aun en esa coyuntura, el despliegue militar norteamericano en la zona del conflicto ha asumido un talante fanfarr¨®n y exhibicionista, bastante m¨¢s notorio que el desplegado en la guerra de Vietnam.Desde Margaret Thatcher a Karol Wojtyla, desde Jean Le Pen a Octavio Paz, los conservadores m¨¢s conspicuos y encarnizados han celebrado ese colapso pol¨ªtico e ideol¨®gico como si se hubieran encargado personalmente de desmoronar, ladrillo a ladrillo, el muro berlin¨¦s. Por otra parte, cierta prensa sicofante ha retomado un estilo de agravios y calumnias que parec¨ªa definitivamente sepultado y, como era previsible, la extrema derecha ha usado y abusado de su impunidad posmodernista.
No hace mucho, el fil¨®sofo italiano Norberto Bobbio recordaba que en un escrito juvenil Marx hab¨ªa definido el comunismo como "la soluci¨®n al enigma de la historia". A esta altura ya ha quedado claro que, al menos en la aplicaci¨®n chapucera de los Hoenecker, los Ceausescu y otros profanadores, el comunismo no ha representado esa soluci¨®n. No obstante, cabe preguntarse si, tras el repentino cambio de vida, ser¨¢ por ventura el capitalismo el que habr¨¢ de solucionar el viejo enigma.
Como tambi¨¦n ha se?alado Bobbio, "en un mundo de espantosas injusticias, como en el que est¨¢n condenados a vivir los pobres y marginados junto a los grandes potentados econ¨®micos, de quienes dependen casi siempre los poderes pol¨ªticos, aunque ¨¦stos sean formalmente democr¨¢ticos, el pensar que la esperanza de la revoluci¨®n haya desaparecido s¨®lo porque la utop¨ªa comunista es err¨®nea significa cerrar los ojos para no ver".
No creo que el pensamiento d¨¦bil (as¨ª lo han bautizado sus creadores, o sea, los exponentes del posmodernismo) sea tan inconsistente y mortecino como para no advertir que la actual l¨ªnea divisoria entre las desacordes zonas de la humanidad separa algo m¨¢s que meras corrientes ideol¨®gicas. Hace s¨®lo 10 a?os, el an¨¢lisis del enfrentamiento marxismo / capitalismo era (entre otras razones, por sus infiltraciones mutuas) bastante complejo. Ahora no. Todo es m¨¢s sencillo. El mundo simplemente se divide en pa¨ªses ricos y pa¨ªses pobres, y, como previsible corolario, la humanidad se fracciona en hedonistas del confort y pr¨®jimos miserables.
El gran esc¨¢ndalo de este fin de siglo es la pobreza, esa lacra que invalida todos los adelantos tecnol¨®gicos e inform¨¢ticos, todas las haza?as de comunicaci¨®n y cosmon¨¢utica. Estamos tan adelantados que las memorias electr¨®nicas pueden informarnos al instante de que 40.000 ni?os mueren diariamente de hambre en el mundo (por supuesto, limpiamente clasificados por nacionalidad, raza, color, grupo sangu¨ªneo, etc¨¦tera), pero estamos a la vez tan atrasados que no logramos evitar esa cat¨¢strofe.
Es obvio que el socialismo real fracas¨® en rubros tan decisivos como la libertad o el derecho democr¨¢tico, pero no es l¨ªcito borrar de una historia tan reciente el hecho de que, a pesar de todo, logr¨® solventar necesidades tan elementales del ser humano como la salud, la vivienda, la educaci¨®n, el cuidado de la infancia, la estabilidad laboral (con especial atenci¨®n a la mujer trabajadora). Tal vez como consecuencia de esa actitud en el ¨¢mbito social, fen¨®menos como el narcotr¨¢fico, la desocupaci¨®n o la violencia juvenil tuvieron en los pa¨ªses ahora ex socialistas ¨ªndices considerablemente inferiores a los que memorizan en Occidente las infalibles computadoras.
Sin embargo, a la hora del cambio, la derecha triunfante y altiva s¨®lo contabiliza los aspectos negativos del Este (hoy casi Oeste), y ni siquiera se aviene a mencionar esas innegables conquistas sociales. Por ejemplo, en la anexi¨®n de la RDA por la RFA, como las mujeres de Alemania Occidental no gozan de exenciones laborales en lapsos de embarazo, posparto, etc¨¦tera, tales conquistas les fueron sencillamente arrebatadas a las mujeres orientales. Como las guarder¨ªas en la RFA son privadas y bastante onerosas, los c¨ªrculos infantiles, enteramente gratuitos, de la RDA fueron suprimidos en los convenios unificadores.
Escarnecido y humillado el ingrediente socialista, la propuesta para el siglo XXI es obviamente la capitalista. Sin embargo, hasta ahora (o sea, hasta acceder a la presente hegemon¨ªa), ?qu¨¦ hab¨ªa conseguido para el ciudadano-mundial-promedio? Por lo pronto, una descomunal industria b¨¦lica, cuyo mantenimiento alucinante y obsesivo es, despu¨¦s de todo, una de las razones b¨¢sicas de la indigencia humana en particular y los pa¨ªses pordioseros en general. Ha generado asimismo atroces desigualdades sociales que frecuentemente conducen a la violencia; ha esparcido dondequiera la drogadicci¨®n (su democr¨¢tico incremento arranc¨®, sin duda, de la guerra de Vietman y la necesidad militar de enfervorizar a soldados que ten¨ªan escasos motivos de fervor); ha creado cinturones de penuria en la mayor¨ªa de las grandes capitales; ha destruido, con programada eficacia, los espacios verdes que contribuyen a que la humanidad respire; ha permitido, y hasta auspiciado, que sus naciones b¨¢sicas invadan Estados perif¨¦ricos, sin que a la ONU se le moviera el pelo que reservaba para el golfo P¨¦rsico; ha estimulado la monstruosa deuda externa de los pa¨ªses subdesarrollados y la ha usado luego como chantaje y como cepo; etc¨¦tera. Todo esto forma parte del lujoso cat¨¢logo de ese mismo capitalismo que ahora ejerce la hegemon¨ªa.
Lamentablemente, y como ha se?alado el historiador ingl¨¦s Eric Hobsbawm, "de mo-
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Hacia un 'estado de malestar'
Viene de la p¨¢gina anteriormento no existe parte alguna del mundo que represente con credibilidad un sistema alternativo al capitalismo, a pesar de que deber¨ªa quedar claro que el capitalismo occidental no presenta soluciones a los problemas de la mayor¨ªa del Segundo Mundo, que en gran medida pasar¨¢ a pertenecer a la condici¨®n del Tercer Mundo. O sea, que el puesto del Segundo Mundo quedar¨¢ vacante, ya que s¨®lo habr¨¢ permiso para dos opciones: el aureolado welfare state (o sea, estado de bienestar), cada vez m¨¢s descaecido, y el inexplorado, casi clandestino estado de malestar, al que los polit¨®logos norteamericanos a¨²n no le han colocado etiqueta; deber¨ªan hacerlo a la brevedad (llamarlo, por ejemplo, unrest state), ya que, a falta de KGB, la pobreza ha comenzado a infiltrarse en pleno coraz¨®n imperial.
Comentando un libro de Guy Hermet, dice Rafael Sp¨®sito que "las democracias primigenias no hicieron m¨¢s que articular, bajo el ropaje ideol¨®gico del liberalismo, una prolongada estrategia de exclusi¨®n de las mayor¨ªas". Hoy resulta evidente que el neoliberalismo se ha convertido en el mejor aliado del capitalismo multinacional. De ah¨ª que tambi¨¦n a los neoliberales les molesten las mayor¨ªas. Pero las mayor¨ªas se extienden, procrean, invaden, reclaman. En Sur¨¢frica, la minor¨ªa blanca est¨¢ aprendiendo a tragarse su desprecio, y mientras tanto es atentamente mirada por 20 millones de negros. En todo el mundo, las mayor¨ªas est¨¢n aprendiendo a mirar. Hasta Estados Unidos lleva un Tercer Mundo (negros, chicanos, ricans, latinos) en sus entra?as. Tambi¨¦n lo lleva la autosuficiente Comunidad Europea.
Las mayor¨ªas est¨¢n en ?frica, Asia, Am¨¦rica Latina. Cada vez ser¨¢ m¨¢s dif¨ªcil excluirlas. Sobre todo porque, pese a todos los controles de natalidad, las mayor¨ªas aumentan en tanto que las minor¨ªas disminuyen. Por eso, cuando los nuevos ar¨²spides decretan el fin de las utop¨ªas, es posible que est¨¦n en lo cierto, pero s¨®lo si se refieren al welfare state. El estado de bienestar se ha quedado sin utop¨ªas. Peor para ¨¦l. El estado de malestar, en cambio, las sigue creando, trabaja por ellas. Tiene tan poco que perder y tanto para ganar, que la utop¨ªa se ha convertido en su destino. En un jaikug de Taigui, poeta japon¨¦s del siglo XVIII, se lee: "Yo las barr¨ªa, / y al fin no las barr¨ª: / las hojas secas". ?A qui¨¦n puede caberle dudas de que, tarde o temprano, las grandes mayor¨ªas se negar¨¢n a barrer las hojas secas de la fatuidad minoritaria?
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