Modernismo y casticismo
Es posible que la exposici¨®n que sobre el modernismo se inaugur¨® en Barcelona, en el Museu d'Art Modern del Pare de la Ciutadella, el pasado d¨ªa 10 de octubre sea una de las exposiciones m¨¢s; bellas que hayan podido verse ¨²ltimamente en Espa?a. Es seguro adem¨¢s que es, desde muchos puntos de vista, la m¨¢s interesante. Lo es incluso para entender aspectos de algo tan alejado del tema de la exposici¨®n como es ese problema hist¨®rico esencial que es la organizaci¨®n territorial del Estado espa?ol.La exposici¨®n de Barcelona tiene un fundamento hist¨®rico indiscutible. El modernismo, que surgi¨® a principios de la d¨¦cada de 1890, que triunf¨® de forma indiscutible en torno a 1900-1910, para prolongarse despu¨¦s de esa ¨²ltima fecha en otros estilos y movimientos, como el noucentismo, fue un movimiento que renov¨® de ra¨ªz la vida cultural catalana. Fue adem¨¢s un movimiento integral que abarc¨® no s¨®lo la arquitectura, la pintura, la literatura y la escultura, sino tambi¨¦n, y destacadamente, las artes decorativas y las artes industriales (el mueble, las vidrieras, la cer¨¢mica, la joyer¨ªa, la forja, el cartelismo ... ); un movimiento que naci¨® con un grado de articulaci¨®n sorprendente y que alcanz¨® un ¨¦xito social excepcional. Por todo ello dej¨®, claro est¨¢, un legado ¨²nico: la pintura de Casas y Rusi?ol -y poco despu¨¦s, la de Mir, Nonell y Sunyer-; la escultura de Llimona, Clar¨¢ y Hugu¨¦; las joyas de Masriera; la obra de Maragall, y, por encima de todo, los casi 150 edificios que se integran en el quadrat d'or del Ensanche central de Barcelona -debidos a Dom¨¦nech i Montaner, Sagnier, Gaud¨ª, Puig i Cadafalch, Granell i Manresa, etc¨¦tera-, que forman uno de los conjuntos arquitect¨®nicos m¨¢s bellos de Europa y que son, sin duda, una de las grandes manifestaciones de toda la arquitectura modernista. Tomado en su conjunto, ello subraya lo que ya se sab¨ªa: que la Barcelona de finales del siglo XIX y principios del XX gener¨® una verdadera cultura creadora, como pudieron hacerlo Viena y Par¨ªs; como no lo hizo, y es lo que importa, Madrid.
Como ciudad, Madrid naci¨® con mal pie. A principios del siglo XIX, y a pesar de la labor de embellecimiento realizada a lo largo del siglo XVIII, Madrid era una poblaci¨®n fea, pobre y sucia, que distaba mucho de ser una verdadera corte. Hasta que la desamortizaci¨®n permiti¨® la venta de fincas del clero, su fisonom¨ªa urbana no empez¨® a mejorar. Con todo, hasta los ¨²ltimos 20 a?os del pasado siglo, Madrid sigui¨® teniendo muy poco de todo aquello que ya entonces defin¨ªa a la gran ciudad moderna: grandes avenidas, bulevares, monumentos, plazas ajardinadas, estaciones, hoteles, edificios civiles y bancarios, teatros, ¨®pera, iluminaci¨®n, transportes. El Madrid de 1860 era todav¨ªa una capital pequefia, de calles estrechas, mal empedradas y peor Iluminadas, encerrada en un casco urbano de edificios pobres, plazuelas min¨²sculas y viviendas oscuras y mal acondicionadas, con una sola avenida de importancia, la calle de Alcal¨¢, y una sola zona urbana distinguida, el Sal¨®n del Prado.
Madrid cambi¨® entre 1880 y 1930. Se hicieron los barrios de Salamanca, Chamber¨ª, Moncloa, Retiro-Recoletos y Almagro-Castellana. Se construyeron edificios como el Banco de Espa?a, la Biblioteca Nacional, la Bolsa, el Banco Espa?ol de Cr¨¦dito, el Ministerio de Fomento (hoy Agricultura), las estaciones de Atocha, Pr¨ªncipe P¨ªo y Delicias -todos a¨²n en el siglo XIX-, y ya en el siglo XX, los bancos Hispano Americano, Central, Bilbao y Vizcaya; el hospital de Maudes, el Palacio de Comunicaciones -en 1918-, los hoteles Ritz y Palace y el C¨ªrculo de Bellas Artes. En 1919 se inaugur¨® el Metro, y a partir de 1910 comenz¨® a abrirse la Gran V¨ªa, en la que se levantar¨ªa en pocos a?os un muy amplio conjunto de edificios, como los anteriores, de apariencia aparatosa y decidida vocaci¨®n ornamental (lo que no quiere decir que no tuviesen inter¨¦s, y en alg¨²n caso, mucho). El esfuerzo fue ciertamente extraordinario, y los resultados, determinantes: Madrid adquiri¨® la prestancia urbana que no hab¨ªa tenido en su historia. En la nueva ciudad cupieron todos los estilos (aunque el modernismo fue escas¨ªsimo), pero un evidente monumentalismo colosalista impregn¨® la gran mayor¨ªa de los edificios oficiales y bancarios.
Y ah¨ª viene lo aparentemente extra?o. Pese a su transformaci¨®n, Madrid no tuvo, tal como observ¨® Ortega y Gasset en La redenci¨®n de las provincias, una cultura creadora. Peor a¨²n: el mismo Ortega dej¨® dicho en ese mismo libro que en el siglo XIX se produjo en Madrid precisamente lo contrario: el triunfo de la chuler¨ªa. Por decirlo m¨¢s amablemente: la cultura que Madrid gener¨® justo cuando adoptaba ya la arquitectura de una gran ciudad fue el casticismo popular, que no fue sino una forma de subcultura de barriada y convertida en estereotipo de la capital merced al ¨¦xito del g¨¦nero chico y de la zarzuela. La diferencia con Barcelona parece, pues, palmaria. E incluso hiriente: el modernismo barcelon¨¦s era un movimiento cosinopolita y europeo; el madrile?ismo, una reacci¨®n local y populista.
El hecho tiene mucha m¨¢s enjundia que la superioridad urban¨ªstica de una ciudad sobre otra (que adem¨¢s se borrar¨ªa con el tiempo, al punto de que hoy Madrid es la ciudad m¨¢s claramente moderna de Espa?a). Madrid era la capital que correspond¨ªa a un Estado d¨¦bil, pobre e ineficiente, como fue el Estado espa?ol del siglo XIX y aun de las primeras d¨¦cadas del XX. Mucho de lo que se dice sobre el centralismo del Estado espa?ol moderno -el Es¨ªado borb¨®nico creado a principios del siglo XVIII- es en gran medida enga?oso, aunque no sea falso. El Estado espa?ol no tuvo ni prestigio ni poder¨ªo para imponer desde el centro una pol¨ªtica asimilista y unitaria. El localismo domin¨® la vida social y pol¨ªtica del pa¨ªs pr¨¢cticamente hasta la d¨¦cada de 1920 (y aun despu¨¦s). El nacionalismo espa?ol result¨® demasiado d¨¦bil como instrumento de cohesi¨®n social del territorio peninsular. Este se defini¨®, hasta bien entrado nuestro siglo, por una fuerte fragmentaci¨®n social y econ¨®mica que hizo que Espa?a tardase, comparativamente, en transformarse en una verdadera realidad nacional.
Madrid vivi¨® encerrado en su propio localismo. Su influenela cultural terminaba a las puertas de la ciudad. El madrile?ismo achulapado y castizo no fue, gracias a Dios, una cultura nacional espa?ola (como lo fue, en cambio, el andalucismo). Barcelona tuvo as¨ª su propla cultura privativa: su expresi¨®n urban¨ªstica, art¨ªstica y literarla fue precisamente el modernismo.
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