Moderna Espa?a
Las palabras modernidad, moderno y modernizaci¨®n han adquirido un papel sociol¨®gico privilegiado, pol¨ªticamente manipulado, sublimado est¨¦ticamente y emocionalmente catexizado en la Espa?a de los ¨²ltimos a?os. Moderno no es ya un modo posible de ser, una opci¨®n o un programa: dir¨ªase m¨¢s bien que constituye la condici¨®n por antonomasia de todo ser. Espa?a es moderna, sin m¨¢s. En sus tradiciones y en su memoria hist¨®rica, en sus formas de vida y sus expectativas presentes y futuras, en su fuero interno y en sus valores pol¨ªticos.La modernidad espa?ola es radical e impositiva, heroica y deslumbrante. ?Ser moderno o no ser! -exclama el pol¨ªtico-; ?Espa?a es y est¨¢ en la vanguardia! -pronuncia el conservador de museos-; ?La eterna vocaci¨®n hist¨®rica de Espa?a fue ser moderna! -confirma el fil¨®sofo, el magistrado, el historiador- Porque no hubo ni Espa?a negra, ni hay Espa?a profunda, ni Espa?a esperp¨¦ntica, ni existi¨® la Espa?a de cruzados e inquisiciones, ni la heroica y m¨ªstica, ni la Espa?a de conquistadores, p¨ªcaros y aventureros, ni una Espa?a militar, ni clerical, y jam¨¢s existi¨® la Espa?a fascista.
Algo llama la atenci¨®n en el moderno paisaje de la sociedad espa?ola de hoy: esa identidad sin fisuras de una Espa?a moderna coincide en muchas de sus formas y tambi¨¦n de sus l¨ªmites con los signos de la nueva cultura medi¨¢tica. La modernidad y la modernizaci¨®n se identifican con los epifen¨®menos de la moda, de una vanguardia concebida en los t¨¦rminos de styling (o peor todav¨ªa: en t¨¦rminos de diktat burocr¨¢tico-administrativo), de una intensidad incomparablemente mayor de los sistemas de comunicaci¨®n, de los valores ic¨®nicos de la producci¨®n medi¨¢tica de la realidad. Dir¨ªase que Espa?a ha sido pol¨ªtica y medi¨¢ticamente modernizada en la misma medida en que los conceptos de modernizaci¨®n y modernidad se han vaciado de cualquier otro contenido que no sea el formalismo inherente a los valores de la producci¨®n medi¨¢tica de la realidad.
Una segunda paradoja: es casi imposible Imaginar c¨®mo una realidad pol¨ªtica, cultural e hist¨®rica que ayer se proclamatia baluarte de una entidad e identidad sustanciales, resueltariente cuajadas de hero¨ªsmo y ,trascendencia ¨¦tica o m¨ªstica, inexpugnable e indoblegable baluarte contra cuantas corrientes renovadoras llegaran desde el humanismo renacentista hasta las vanguardias cr¨ªticas de nuestro siglo, se haya convertido, de la noche a la ma?ana, en la reserva de todos los valores ilustrados, progresistas y aun revolucionarios. Conversiones abruptas levantan sospechas, tanto m¨¢s en un pa¨ªs cuya historia siempre fue prolija en dif¨ªciles conversiones milagrosas.
Tercera paradoja: lo moderno ha desviado con sus im¨¢genes los afectos colectivos previamente destinados al proyecto social, intelectualmente nunca formulado en todas sus consecuencias, del cambio. Somos modernos. Y lo somos porque un d¨ªa ya fuimos o debimos de ser lo bastante antifranquistas, luego dem¨®cratas en demas¨ªa, por fin socialistas hasta la saciedad. Somos modernos porque vestimos siempre la ¨²ltima moda. Y nuestros museos estatales pagan los m¨¢s altos precios por los cuadros m¨¢s prestiglosos del mercado internacional. Y leemos al ¨²ltimo genial franc¨¦s. Somos modernos porque hemos superado definitivamente la historia de Espa?a: en la medida en que la hemos suprimido de nuestras modernizadas cabezas.
Vaciado de sus contenidos sociales y arrancado de su con trovertida historia espa?ola, el concepto de modernidad ha podido suplantar emblem¨¢tica y espectacularmente al de ?den tidad sustancial y heroica de Espa?a, tal como lo hab¨ªa defendido el renovado tradicionalismo de un Ganivet o un Unamuno, y, despu¨¦s de ellos, los maravillosos portavoces intelectuales del nacional-socialismo y el nacional-catolicismo espa?oles. Lo moderno ha desplazado asimismo los valores ¨¦ticos y sociales en un principio asociados a la palabra democracia, cuyos cantos intelectualmente nunca demasiado afilados se erosionaron r¨¢pidamente por la fuerza de las cosas, o sea, su uso pol¨ªtico. La modernizaci¨®n ha dejado atr¨¢s un proceso efectivo de democratizaci¨®n que ha asumido dimensiones tanto m¨¢s formalistas cuanto m¨¢s defraudaban socialmente las normas y poderes pol¨ªticos que se arropaban bajo su bandera.
Lo moderno, la Espa?a moderna, se ha convertido, en fin, en un t¨ªtulo folletinesco.
Y, sin embargo, existe otro concepto hist¨®rico y actual de modernidad. Y ser¨ªa posible una diferente actitud intelectual frente a la realidad hist¨®rica de Espa?a. Y ante todo, es posible un nuevo proyecto frente a la desilusionada sociedad espa?ola de hoy. Todo eso va junto.
Lo moderno estuvo asociado a una dimensi¨®n cr¨ªtica del conocimiento; a reiterados proyectos sociales de signo emancipador o revolucionario. Si llamamos modernos al humanismo y la ilustraci¨®n es porque ellos dignificaron la inteligencia y defendieron la libertad contra poderes establecidos, y dogmas, y fuerzas sociales ciegas. No se trata precisamente ahora de elevar el humanismo o la ilustraci¨®n a t¨ªtulo de emblema y restaurar sus respectivas ret¨®ricas. Eso es lo que, por otra parte, siempre ha hecho el casticismo espa?ol: el anarquista, nietzscheano, humanista y cat¨®lico-fascista Maeztu sirva como ejemplo de defensor impenitente de un humanismo eterno.
De lo que se trata hoy con un poquito de urgencia es de replantear sus proyectos culturales e intelectuales concretos, preguntarse sobre su sentido actual, establecer sus necesarios cambios. Los sistemas de educaci¨®n y de comunicaci¨®n, el proyecto social transparente e igualitario, la participaci¨®n colectiva en un proceso cultural, art¨ªstico y comunitario imaginativo y desinteresado, libre en una palabra, y el conocimiento, que no es reductible a las instancias industriales y estatales de saberes econ¨®mica y pol¨ªticamente estrat¨¦gicos, sino que se extiende a todos los ¨¢mbitos de la existencia, tales son algunos de los aspectos concretos, definidos y limitados que han distinguido en la pr¨¢ctica este proyecto hist¨®rico de la modernidad.
Este concepto cr¨ªtico de modernidad posee tambi¨¦n una tradici¨®n en la cultura espa?ola: una tradici¨®n, sin embargo, negativa, la anti-tradici¨®n de luchas desiguales contra una cultura establecida, desde el siglo XVI, bajo los signos de la opacidad, de la intolerancia y la inflexibilidad. Una cultura establecIda que convirti¨® y convierte todos los proyectos de "reforma del entendimiento" en lo permanentemente negado, asfixiado, adulterado. Pero una tradici¨®n cr¨ªtica cuyas propias vicisitudes han vuelto m¨¢s transparente, m¨¢s cristalina: la cr¨ªtica del imperialismo cristiano en Vives, en la era en que los monarcas espa?oles y los papas romanos invad¨ªan, robaban y violaban los pueblos m¨¢s heterog¨¦neos del mundo en nombre de la cruz; la cr¨ªtica de los desafueros de la curia romana, y defensa a ultranza de la autonom¨ªa y la libertad del conocimiento humano en la obra y actividad pol¨ªtica de Juan de Vald¨¦s; la defensa del conocimiento y de la memoria hist¨®rica en la radical posici¨®n humanista de un Luis de Le¨®n; la defensa dr¨¢stica, en la obra de Las Casas, y defensa de un incomparable y ejemplar coraje en una Espa?a dominada por la Intriga y una Am¨¦rica sometida al expolio, de las libertades de los vencidos.
Y un largo etc¨¦tera de intelectuales que forjaron una dimensi¨®n cr¨ªtica en el pasado de nuestra cultura, y cuyo impulso espiritual fue natural y normalmente liquidado: desde los traductores jud¨ªos en la Escuela Toledana, de los que apenas s¨ª se recuerdan sus nombres, hasta los Cabarr¨²s y Cadalsos, y basta ya de nombres y de citas.
Estas tradiciones cr¨ªticas nunca han pasado, ciertamente. En realidad, la otra tradici¨®n, la tradici¨®n que usurp¨® las may¨²sculas o m¨¢s bien la may¨²scula simple y desnuda, la cat¨®lica-dogm¨¢tica, exili¨® a lo largo de siglos el coraz¨®n espiritual que aquellos intelectuales hab¨ªan forjado. El breve periodo de resistencia intelectual contra los valores del tradicionalismo espa?ol (el esp¨ªritu autoritario de intolerancia que entonces se cristaliz¨® en el franquismo) de los a?os sesenta y setenta hizo un leve y t¨ªmido gesto por rescatar esta tradici¨®n cr¨ªtica.
Al coraz¨®n de esta cr¨ªtica hoy habr¨ªa que rescatarlo nuevamente. Habr¨ªa que restaurarlo, reformularlo. Una mujer de delicada talla espiritual, Mar¨ªa Zambrano, todav¨ªa reivindicaba esta recuperaci¨®n bajo el signo de una "reforma del entendimiento" (de una tard¨ªa reforma de todos modos) en La hora de Espa?a, frente al ¨²ltimo rapto de la tradici¨®n reaccionaria espa?ola. La tarea est¨¢ por reempezar.
Y es hoy tanto m¨¢s importante cuanto que en el momento actual toda la energ¨ªa del vanguardismo espectacular y de la trivializaci¨®n de movidas y escenificaciones culturales en masa, que recorrieron la d¨¦cada de los ochenta como la gran panacea espa?ola bajo gritos demasiado gloriosos de la moda Espa?a, esa energ¨ªa se ha evanescido, dejando tras de s¨ª un vac¨ªo sonoro y aburrido. Tanto m¨¢s importante ahora, cuando la nueva y profunda crisis mundial que se est¨¢ configurando en estos momentos plantea y exigir¨¢ necesariamente dr¨¢sticos cambios, posiciones m¨¢s responsables y m¨¢s duras, all¨ª donde hab¨ªa desgobernado la alegr¨ªa especulativa y la desinteligencia de muy floridos genios veniales y blandos.
El pasado concepto de modernidad, d¨¦bil pero espectacular, emblem¨¢tico pero vac¨ªo, fue f¨¢cil, pero entra?a un peque?o peligro. Cuando todos sepan que de todas formas la modernizaci¨®n no proporciona mayores beneficios, entonces se preguntar¨¢n por qu¨¦ no la reacci¨®n, si al fin y al cabo la repetici¨®n de lo mismo es siempre lo m¨¢s seguro.
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