El arca de cristal
Los cuatro hombres y las cuatro mujeres, altos, anglosajones, saludables, vestidos con monos de un rojo brillante, avanzan animosamente en fila por una pasarela en direcci¨®n a un extra?o edificio de cristal que tiene algo de burbuja y de c¨²pula y a la vez de pir¨¢mide, y que se levanta solitario y ex¨®tico en medio de un desierto rojizo cuya violenta claridad relumbra contra las superficies convexas y los ¨¢ngulos de aluminio como sobre una torre hecha de hielo y de espejos. Los entallados uniformes, las sonrisas iguales, el parecido un poco industrial de las ocho figuras le hace a uno acordarse de aquellas rancias pel¨ªculas de ciencia-ficci¨®n que suced¨ªan en un tuturo ya rezagado a espaldas de nosotros, y en las que los personajes se mov¨ªan por los pasadizos con blancura de cl¨ªnica de las naves espaciales menteniendo la cabeza alta y una expresi¨®n de ensimismado automatismo en los ojos, como entumecidos por el silencio y el tedio de un inerte viaje a la velocidad de la luz. Pero estas im¨¢genes no pertenecen a una pel¨ªcula de presupuesto humilde y asepsia en blanco y negro, de menesterosos ar¨¢cnidos venidos de otros mundos y plantas casi dom¨¦sticas aunque devoradoras de hombres; las he visto por casualidad en un noticiarlo de la televisi¨®n, donde he sabido que las cuatro mujeres y los cuatro hombres, solteros, no exageradamente j¨®venes, con esas caras m¨¢s bien temibles de cortes¨ªa y eficacia que suelen repetirse en los vest¨ªbulos y en los ascensores de los edificios financieros, han aceptado recluirse durante dos a?os bajo una especie de c¨²pula de metal y de vidrio erigida en mitad del desierto de Arizona y tan aislada como una campana neum¨¢tica, pero en cuyo vasto interior se ha guardado un resumen exhaustivo del mundo mucho m¨¢s abrumador que el que reuni¨® en las bodegas de su arca el prolijo No¨¦ en v¨ªsperas del Diluvio Universal. Se trata de un proyecto costeado por un impetuoso multimillonario norteamericano -sin duda menos aficionado a la ciencia que a la ciencia-ficci¨®n, como los millonarios exc¨¦ntricos de Julio Verne-, cuyo delirante prop¨®sito es ir preparando la fundaci¨®n de colonias terr¨ªcolas en los planetas de otros sistemas solares cuando el nuestro se haya vuelto derinitivamente inhabitable.El vengativo Jehov¨¢, que hab¨ªa decidido, seg¨²n la traducci¨®n del G¨¦nesis de Casiodoro de Reina, raer y destruir a todas las criaturas vivientes, "desde el hombre hasta la bestia y el reptil y hasta el ave de los cielos", porque los encontraba tan malvados que se arrepent¨ªa de haberlos hecho, dio a su predilecto No¨¦ cuidadosas instrucciones de carpinter¨ªa y de n¨¢utica, y le orden¨® llevar consigo en el arca de cedro no s¨®lo a su mujer, a sus tres hijos y a las mujeres de sus hijos, sino a una pareja de cada uno de los seres vivos sobre la Tierra: "Y de todo lo que vive, de toda carne, dos de cada uno meter¨¢s en el arca para que tengan vida contigo, de las aves seg¨²n su especie y de las bestias seg¨²n su especie, de todo reptil de la Tierra seg¨²n su especie: dos de cada uno entrar¨¢n a ti para que haya vida". En esta arca inm¨®vil de ahora, varada de antemano no en la cumbre del Ararat, sino en la llanura est¨¦ril de Arizona, no est¨¢n s¨®lo las bestias y los reptiles y los p¨¢jaros del mundo exterior, algunos de ellos en variedades enanas producidas por la ingenier¨ªa gen¨¦tica; hay tambi¨¦n, en miniatura, selvas y r¨ªos tropicales, lagunas de agua salada en las que se agitan los peces del mar, desiertos no mayores que un cantero de c¨¦sped, lagos alpinos del tama?o de una ba?era en cuyas aguas quietas se reflejan Himalayas no m¨¢s altos que un hombre, diminutas islas de los mares del sur, tormentas artificiales de arena y de nieve, acantilados de hielo y riscos de coral, fragmentos de todos los paisajes, de todos los climas y cultivos y malezas posibles, ordenados en una copia rigurosa de la creaci¨®n para proveer de alimentos a los futuros viajeros del espacio y prevenir en ellos la segura nostalgia del planeta que dejar¨¢n atr¨¢s a una distancia de galaxias.
De ni?os imagin¨¢bamos el arca de No¨¦ como una cuadra sofocante y ca¨®tica por la que el santo patriarca, con las sandalias manchadas de esti¨¦rcol, se abr¨ªa paso entre los animales hacinados alumbr¨¢ndose con una tea de humo tan espeso como el olor del aire en las zah¨²rdas donde se criaban los cerdos. Nos pregunt¨¢bamos si tambi¨¦n hab¨ªa llevado consigo parejas de moscas verdes, de grillos, de gusanos de seda, de chinches; imagin¨¢bamos los rugidos de las fieras despavoridas en la oscuridad, derribadas sobre el piso de tablones crujientes por los vaivenes de las aguas. En el arca cuyas escotillas se acaban de cerrar impera la sosegada luminosidad de un invernadero que albergara, como en algunos sue?os, inagotables variedades de plantas, el reglamentarlo exotismo de un zool¨®gico finland¨¦s. Ordenadores manejados por los cuatro hombres y las cuatro mujeres regulan con la inmuciosidad implacable de un c¨®digo gen¨¦tico el crecimiento acelerado de cada tallo y cada brizna de hierba, las mareas y las tormentas m¨ªnimas del oc¨¦ano enano, los temporales monz¨®nicos que durante cinco minutos se abatir¨¢n sobre una ci¨¦naga donde dormitan pequenos caimanes y crecen sucintos bosques de bamb¨², las heladas y los anocheceres boreales que suceden en la lejana latitud de unos pasos m¨¢s all¨¢. Hace unos d¨ªas le¨ª que un equipo internacional de cient¨ªficos estaba a punto de emprender la confecci¨®n del cat¨¢logo de todas las plantas de la Tierra; no s¨¦ qu¨¦ n¨²mero exacto de ellas se * contiene bajo esta c¨²pula de cristal del desierto, ni si est¨¢n todas las especies animales, pero es tentador imaginarse que los hombres y las mujeres encerrados all¨ª ir¨¢n sustituyendo gradualmente el mundo fragmentario y borroso que han dejado atr¨¢s por ¨¦ste en el que desde ahora reinan sin disputa, abarcable como una casa o un jard¨ªn, infinito como ese mapa conjeturado por Borges que de tan exacto era ten¨ªa las mismas dimensiones que el espacio que representaba.
Jardineros, domadores, senores de la lluvia y del trueno, hu¨¦spedes de una acristalada Liliput que tiene algo de tubo de ensayo, Adanes y Evas cuadruplicados en un ed¨¦n donde el ¨²nico privilegio del que no disponen es el de dar nombres a los animales, ahora mismo, mientras yo escribo sobre ellos, deambular¨¢n con sus uniformes de funcionarios espaciales por los dominios que ser¨¢n suyos durante los pr¨®ximos dos a?os como virreyes en su primera gira de inspecci¨®n por las colonias de ultramar. Si miran hacia afuera, a trav¨¦s del muro de cristal, no ven nada ni a nadie, tan s¨®lo la horizontalidad del desierto. Los rasgos de la gente que han conocido en el exterior ir¨¢n perdi¨¦ndose en la memoria de cada uno a medida que se afirman los de sus siete compafieros, igual que ocurre en un viaje organizado. Se han recluido junto a los animales, las plantas, los climas y los olores de la Tierra, pero tambi¨¦n junto a la ternura, el odio, la soledad, el entusiasmo, el deseo, la extrafieza que germina en el interior de cada hombre y de cada mujer. Ignoro si se conoc¨ªan de antes, pero calculo que su magn¨¢nimo y extravagante Jehov¨¢ no los habr¨¢ escogido sin apelar a las supersticiones de la psicolog¨ªa y del curr¨ªculo: cuatro hombres y cuatro mujeres vestidos de uniforme, bajo una c¨²pula de cristal, como n¨¢ufragos reci¨¦n llegados a una isla, se miran y todav¨ªa no saben si fundar¨¢n el para¨ªso o el infierno, o tan s¨®lo una irrespirable y acogedora oficina. Pero para esa aventura no hac¨ªa falta levantar una catedral climatizada en el desierto: est¨¢ sucediendo a cada minuto, en todas partes, en una biblioteca, en un bar, en una habitaci¨®n de hotel, en una intensa mirada que contiene de pronto toda una r¨¦plica del mundo.
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