Europa frente a la guerra
Europa se juega en el Golfo bastante m¨¢s que unos barriles de petr¨®leo. Se juega una forma de hacerse pol¨ªticamente y un estilo, una manera de hacer pol¨ªtica. Dos construcciones que incomodan en algunos ambientes. Desde el otro lado del Atl¨¢ntico, ciertas voces jalean el protagonismo de superpotencia de Estados Unidos al tiempo que, contradictoriamente, lamentan sus costes, cuando no hay en la historia ejemplos de hegemon¨ªa gratuita. As¨ª, un peri¨®dico tan prestigioso como The New York Times se ha dolido de que, de una u otra forma, EE UU "pagar¨¢ la mayor cuota de costes, en sangre y dinero", lo que considera "desleal e inaceptable". Su punto de vista es que sus aliados han contribuido "s¨®lo en la cuota m¨ªnima necesaria para aplacar al Congreso".Esta visi¨®n de las cosas resulta simplista, y no s¨®lo porque al hablar de sangre da por supuesta la contienda. Olvida tambi¨¦n que en el pulso internacional por lograr la retirada iraqu¨ª de Kuwait el embargo es, al menos, tan b¨¢sico como el apoyo defensivo a otros pa¨ªses del entorno. El instrumento de este embargo es la flota de 83 barcos que lo sostiene. De ellos, tres son australianos, y el resto se reparte por mitades exactas entre los pa¨ªses europeos y Estados Unidos. ?Es ¨¦sa una "cuota m¨ªnima"? ?Representa acaso un escaso esfuerzo de los pa¨ªses europeos? Constituye por lo dem¨¢s un futurible nada obvio que el mayor coste de una conflagraci¨®n vaya a recaer inequ¨ªvocamente en Estados Unidos. No parece descabellado pensar que -en seg¨²n qu¨¦ condiciones- una guerra pueda acabar perjudicando a largo plazo, sobre todo, a la seguridad europea, por su cercan¨ªa con el escenario b¨¦lico y por el enajenamiento de buena parte del mundo ¨¢rabe que pudiera producirse.
Pero es que la contribuci¨®n europea a la causa de la paz en el Golfo tiene un alcance mucho mayor. Junto a la Uni¨®n Sovi¨¦tica, aunque por distintos motivos, Europa viene poniendo el ¨¦nfasis en un desenlace no violento de la crisis. Es decir, una soluci¨®n pol¨ªtica, con enraizamiento regional y de car¨¢cter global:
1. Pol¨ªtica, porque mantiene como palanca m¨¢s preciada el consenso internacional a trav¨¦s de la diplomacia y la ONU, y de instrumentos como el embargo.
2. Con ra¨ªces regionales, es decir, con protagonismo ¨¢rabe, para que sea duradera y aleje la apariencia o la perspectiva de un enfrentamiento Norte-Sur.
3. El arreglo debe ser global, aunque se instrumente en un calendario por etapas, y debe constituir el principio del fin de todos los litigios de la regi¨®n, L¨ªbano e Israel incluidos. Porque, como bien ha dicho Andr¨¦ Fontaine, "se burla del mundo quien sostenga que todos estos problemas no est¨¢n ligados". Si bien es cierto que una anexi¨®n como la efectuada por Irak no tiene parang¨®n hist¨®rico desde los a?os treinta -ni siquiera en los territorios ocupados por Israel-, tambi¨¦n lo es que alg¨²n d¨ªa deben cumplirse todas las resoluciones de Naciones Unidas referidas al ¨¢rea.
Con este ¨¦nfasis en la salida pol¨ªtica, Europa no s¨®lo ha aportado mayores dosis de legitimaci¨®n a las actuaciones de los aliados. Ha insistido en la ¨²nica v¨ªa que quiz¨¢ pueda evitar el derramamiento masivo de sangre. Y ha contribuido decisivamente a sujetar, por lo menos hasta ahora, a la pol¨ªtica norteamericana en el campo de la b¨²squeda de un final pac¨ªfico, incluso en la tesitura de la escalada de presi¨®n, de doble filo, que supone el ultim¨¢tum para la devoluci¨®n de Kuwait antes del 15 de enero de 1991. ?Acaso esa labor de sujeci¨®n es una contribuci¨®n desechable?
Otras lamentaciones cr¨ªticas hacia la Europa comunitaria, de signo contrario a las procedentes de Washington pero igualmente inexactas, son las de quienes creen que los Doce han practicado un ovino seguidismo respecto del gran hermano, sin aprovechar la coyuntura para avanzar en el propio proyecto europeo. Como escribi¨® Regis Debray en estas mismas p¨¢ginas defendiendo esa idea, "Europa se ha dormido poco a poco dejando tras la pantalla de la ONU su cerebro y su libertad de decisi¨®n s¨®lo en las manos del tutor norteamericano".
Este tipo de visiones a lo Casandra menudean ante cada avance hist¨®rico de la unidad europea y recortan en filigrana la divina impaciencia tanto de europe¨ªstas maximalistas como de turiferarios del Pent¨¢gono. El coro de lamentadores del pragmatismo olvida algo esencial: que la naci¨®n de los Estados Unidos de Am¨¦rica del Norte cuenta 200 a?os de construcci¨®n efectiva, mientras que la naci¨®n europea apenas lleva un pr¨®logo de 30. Para curar el absceso del pesimismo en los pron¨®sticos bien vale recordar que el gran glosador de la democracia federal americana, Alexis de Tocqueville, tem¨ªa que "precisamente por ser [los norteamericanos] 100 millones y formar 40 naciones distintas y desigualmente poderosas, el mantenimiento del Gobierno federal no ser¨¢ ya m¨¢s que un accidente afortunado", porque "tiende cada d¨ªa m¨¢s a debilitarse". Esa profec¨ªa ha cumplido 155 a?os de desmentidos.
?Pueden los europesimistas ignorar, sin incurrir en el desprecio de los datos, la aceleraci¨®n que en los cuatro ¨²ltimos meses, al comp¨¢s de la crisis del Golfo, ha experimentado el proyecto comunitario? Pese a que este, continente se halla en el cenit de un cambio revolucionario -de revoluci¨®n liberal y democr¨¢tica- y que en el ¨²ltimo a?o ha debido afrontar los sobresaltos de mayor calado del ¨²ltimo rnedio siglo, con la digesti¨®n de la unidad alemana en primer¨ªsimo t¨¦rmino, el proceso de unidad europea no se ha paralizado. Avanza gracias al despliegue aut¨®nomo de una vis federativa a la que tambi¨¦n contribuye la existencia de incertidumbres externas, de adversarios corrierciales y pol¨ªticos, que no necesariamente se transmuta en obsesi¨®n por el enemigo exterior. La aportaci¨®n de Europa a la soluel ¨®n pac¨ªfica del conflicto est¨¢ revirtiendo directamente en una aceleraci¨®n de la construcci¨®n europea. La comunidad se edifica a s¨ª misma al construir una pol¨ªtica de paz y firmeza.
En poco m¨¢s de 100 d¨ªas de conflicto, los avances han sido modestos, pero relativamente espectaculares en asuntos nucleares para la organizaci¨®n de una soberan¨ªa: ej¨¦rcito, pol¨ªtica exterior y moneda. En el plano militar, la Uni¨®n Europea Occidental (UEO) era hasta ahora poco m¨¢s que unas siglas. Francla se escudaba en ellas para aparentar una independencia estrat¨¦gica europea frente a Estados Unidos y realzar la force de frappe aut¨®noma. Las siglas Pasa a la p¨¢gina siguiente Viene de la p¨¢gina anterior han empezado a dotarse de cuerpo, adoptan carta de naturaleza y ya se discute la integraci¨®n de la UEO en la CE. Las unidades navales enviadas por los pa¨ªses comunitarios a la zona del golfo P¨¦rsico llevan, con todas las limitaciones del caso, su impronta coordinadora.
Se han esbozado unos rudimentos de pol¨ªtica exterior com¨²n. Aunque no siempre f¨¢ciles de poner en pr¨¢ctica, en estos meses han surgido ideas sugestivas: en lo institucional, la propuesta de Giulio Andreotti de dotarse de una representaci¨®n com¨²n en el Consejo de Seguridad; en lo estrat¨¦gico, la reclamaci¨®n por el Consejo, la Comisi¨®n y el Parlamento europeos de una soluci¨®n global, aunque no simult¨¢nea, para el conflicto de Oriente Pr¨®ximo, siguiendo la idea lanzada por Fran?ois Miterrand de un plan en cuatro fases.
Y se ha avanzado, con vaivenes, hacia la uni¨®n monetaria. La crisis petrolera ha concitado autom¨¢ticamente el fantasma de la recesi¨®n. Con ella, la probabilidad de que los pa¨ªses menos avanzados puedan crecer menos de lo necesario para recuperar la distancia que les separa de los otros hizo surgir el miedo a la Europa de las dos velocidades. Al final se logr¨®, como siempre, el compromiso, aun a costa de retrasar un a?o el inicio de la segunda fase del Plan Delors. El Reino Unido se ha integrado en el Sistema Monetario Europeo. Definitivamente el aislacionismo thatcheriano se bate en retirada dentro del mismo conservadurismo brit¨¢nico, y eso sucede, lo que es tanto o m¨¢s decisivo, a instancias de la City y sus veh¨ªculos de opini¨®n, el Financial Times y The Economist.
Todo ello, defensa, pol¨ªtica exterior y moneda, desembocar¨¢ este diciembre en las conferencias intergubernamentales para la reforma, compleja, de los Tratados constitutivos de la Comunidad. Ciertamente, estaban previstas desde antes del 2 de agosto, pero a partir de entonces las urgencias han madurado las conciencias.
Para esta construcci¨®n europea, para la causa democr¨¢tica en general y para la econom¨ªa mundial ser¨ªa una mala noticia que el resultado final fuera un enfrentamiento militar en Oriente Pr¨®ximo. Nadie pone seriamente en duda que la guerra ha empezado, la empez¨® el Ej¨¦rcito invasor iraqu¨ª el 2 de agosto. Se trata s¨®lo de dilucidar si la respuesta debe ser tambi¨¦n obligatoriamente b¨¦lica o, por el contrario, se deben agotar los medios pac¨ªficos, el embargo, la unanimidad internacional y la presi¨®n diplom¨¢tica. Quienes discretamente o a voces propugnan utilizar las armas en estos momentos obvian las consecuencias inmediatas de su opci¨®n.
Para la econom¨ªa mundial, la respuesta b¨¦lica ser¨ªa desastrosa porque agravar¨ªa la incipiente recesi¨®n, colocar¨ªa de entrada el barril de petr¨®leo a 100 d¨®lares y disparar¨ªa los tipos de inter¨¦s. Sin que a cambio, a diferencia de lo que sucedi¨® en la II Guerra Mundial, el aumento del gasto militar pudiera tirar, como locomotora, de la demanda: hay grandes existencias de material b¨¦lico acumuladas en los ¨²ltimos a?os, y EE UU y otros pa¨ªses europeos exhiben cuantiosos, d¨¦ficit presupuestarios, que hacen dif¨ªcil esa hip¨®tesis.
Para la causa de la democracia en el mundo el conflicto armado es una nefasta perspectiva. Aunque la guerra fuese r¨¢pida y sencilla (nunca limpia) su desencadenamiento significar¨ªa que ha fracasado el principal instrumento de la democracia, que es la fuerza de la raz¨®n. Pero m¨¢s probablemente la guerra ser¨ªa complicada: eso es lo esperable a estas alturas del desarrollo armament¨ªstico nuclear y qu¨ªmico. Como estas cosas se sabe a lo mejor c¨®mo empiezan pero no c¨®mo y cu¨¢ndo terminan, un episodio particularmente duro -un determinado umbral de muertos por ejemplo- puede provocar un giro espectacular en la opini¨®n internacional, y m¨¢s en la espa?ola, poco informada, fr¨¢gil y heredera de d¨¦cadas de autarqu¨ªa. ?Qui¨¦nes pescar¨ªan en el r¨ªo revuelto? Quiz¨¢s los falsos pacifistas de adscripci¨®n autoritaria. Muy probablemente, en Estados Unidos, la derecha de los republicanos, ese grupo ultra desenga?ado por la timidez del reaganismo, que critica el compromiso de Bush en el escenario del Golfo, bajo el lema impl¨ªcito de all¨¢ se las compongan. O en Francia, el filofascismo de Le Pen, que se ha presentado torticeramente en este asunto como abanderado del pacifismo, usurpando la ret¨®rica gaullista antiamericana y arabista.
Y las consecuencias de una guerra ser¨ªan graves tambi¨¦n para Europa. Probablemente para su seguridad, como se ha apuntado. Pero tambi¨¦n indiscutiblemente para la manera de hacer europea. Frente a quienes no salen del arquetipo seg¨²n el cual la guerra es la inevitable continuaci¨®n de la pol¨ªtica por otros medios, la Europa comunitaria ha defendido en su conjunto que la pol¨ªtica debe ser la respuesta a la incitaci¨®n belicista. Esta estrategia ha permitido a los Doce avanzar en el camino de la uni¨®n. De modo que la guerra ser¨ªa, ahora mismo, la demostraci¨®n m¨¢s palpable del agotamiento o el fracaso de esta idea, de un fracaso tambi¨¦n europeo.
Insistir en la soluci¨®n pol¨ªtica, en agotar las posibilidades del embargo, no equivale a propugnar una estrategia de apaisement, apaciguamiento o amansamiento. La tentaci¨®n de ofrecer compensaciones y perd¨®n antes de la confesi¨®n del pecado y el prop¨®sito de la enmienda ya result¨® funesta en los a?os treinta: a la postre de nada sirve, m¨¢s que para reforzar al agresor. Por eso nadie debiera confundir la posici¨®n centrada en la firmeza pol¨ªtica internacional, m¨¢s ac¨¢ de lo militar, con la de la claudicaci¨®n.
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