Los sin Dios
El Ateneo Libertario de La Coru?a ten¨ªa de hermoso nombre Resplandor en el Abismo. Fue tambi¨¦n, a su pesar, una profec¨ªa. Entre aquella gente libertaria, memoria enterrada bajo monta?as de ceniza y cal, estaba el grupo de Los sin Dios. Creo que ahora hay un grupo de rock (que se llama Os Kinindiola, pero no es lo mismo. Aquellos rom¨¢nticos descre¨ªdos deb¨ªan librar un combate sin tapujos hasta la ¨²ltima posta de la frontera. Cuando alguno agonizaba en el lecho, el cura acud¨ªa presto con los auxilios espirituales, y si era menester, con el auxilio de la fuerza p¨²blica. Un amigo historiador que anduvo hurgando en esa parroquia de sombras luminosas me cuenta el caso l¨ªmite de uno de Los sin Dios que murmur¨® blasfemias y maldiciones hasta el postrero aliento para conjurar a un taimado ministro del Se?or empe?ado en salvarle. No tiene hoy la Iglesia enemigos de este calibre. Y es posible que tampoco hoy los tuvieran, a su altura, Los sin Dios.Que el poder terrenal de la Iglesia espa?ola tenga que ponerse a prueba, desde hace anos, en guerras de naturaleza profil¨¢ctica o soldadas por pupitre no revela fortaleza, sino la imparable decrepitud de los vetustos muros, construidos quiz¨¢ para resistir la acometida a pecho descubierto de los bravos sin Dios pero in¨²tiles, parad¨®jicamente, para sostener la levedad de su universo simb¨®lico cuando en el campo laico nadie hay pele¨®n y los m¨¢s de los mortales pensadores se encogen de hombros y admiten que todo es posible, incluso Dios.
Dir¨ªase que la Iglesia existe gracias a la ministra Matilde y al ronroneo peri¨®dico de empe?os reformistas en la ense?anza. Como en un recurrente experimento conductista, los obispos embisten al anecd¨®tico reclamo, azuzados por un inmisericorde coro de amanuenses, de una y otra cuerda, que aburren hasta a las ovejas. Ora la emisi¨®n televisiva de El ¨²ltimo tango en Par¨ªs, ora un concierto de Madonna, y cuando no son las playas nudistas es la t¨ªmida ley del aborto o la c¨¢ndida campa?a del c¨¢ndido cond¨®n. Han de respirar atentos al ritmo trepidante del inserto, convertidos en porteros de una mon¨®tona liga de las buenas costumbres, para que la afici¨®n, desvanecida en la pura realidad de la telenovela, no jalee a sus espaldas el gol de la temporada.
Se les ve cansinos a los obispos, y no es de extra?ar, pues hasta la factor¨ªa Walt Disney rezuma concupiscencia. Pero tal vez no sea por eso. Quiz¨¢ se pregunten no ya ad¨®nde va el mundo, su mundo, sino ad¨®nde est¨¢ el mundo, su mundo, pues s¨®lo un incr¨¦dulo puede pensar, pese al recio polaco, que el viento va de su lado.
D¨ªas atr¨¢s, a vuelta de Roma, el arzobispo de Compostela convoc¨® a los periodistas para hablarles del ¨²ltimo s¨ªnodo, eclipsado por los sucesos del Golfo. En el palacio arzobispal no se recordaba una conferencia de prensa tan multitudinaria. Los periodistas acudieron por docenas, y monse?or Rouco, listo como el raposo, dispensando, e ir¨®nico como un cosechero de patatas de la Terra Ch¨¢ villalbesa, agradeci¨® tanto s¨²bito inter¨¦s por los asuntos de la Iglesia. Seguida mente, tal era la esperada primera pregunta, se cerr¨® en banda a hablar de los condones Pero, erre que erre, fieles a su misi¨®n, los periodistas acabaron ara?ando unas palabras d condena. No deb¨ªa quejarse, monse?or. ?Qu¨¦ otra cosa Pod¨ªa esperar la gente, fiel o infiel As¨ª, como el buen caf¨¦, son la leyes del espect¨¢culo, dulces como los ¨¢ngeles y calientes como el infierno.
Todav¨ªa m¨¢s significativo fue lo que sucedi¨® d¨ªas despu¨¦s Como buenos militantes, los obispos pueden crecerse en la adversidad, pero se resienten ante la indiferencia. Y no debe existir peor indiferencia que la que se presenta con los ropajes nada piadosos del inter¨¦s. La patronal gallega, por boca de presidente de la Confederaci¨®n de Empresarios de Galicia, solicit¨® del arzobispado que adelantara a 1992 las indulgencias del A?o Santo, que cuadra en el 1993. La l¨®gica empresarial resultaba aplastante. Se tratar¨ªa de aprovechar la esperada afluencia de visitantes a la Barcelona de las Olimp¨ªadas y a la Sevilla de la Expo, celebraciones profanas, para que se llevaran un plus espiritual de Compostela. Argumentaba el empresariado que ser¨ªa muy dificil recuperar ese p¨²blico, pues retomar un a?o despu¨¦s "le supondr¨ªa nuevos desplazamientos y gastos". La sugerencia no le hizo ni pizca de gracia al arzobispo, que mostr¨® p¨²blicamente su perplejidad ante propuesta tan "poco seria" ?Hasta ah¨ª pod¨ªamos llegar, a estirar a conveniencia, como goma de mascar, las indulgencias jacobeas! ?C¨®mo no estar de su parte? ?Pero qu¨¦ tiempos son ¨¦stos en que obispos y pudorosos volterianos debemos alzar nos, codo con codo, para salvar las tradiciones?
Cualquiera puede decir, y con raz¨®n, que se lo tienen bien merecido. En realidad, la Iglesia que yo conozco ha hecho muy poco por ciertas tradiciones -por ejemplo, el respeto sagrado a las cosas creadas- y ha consentido como ra¨ªces d identidad algunos impresentables vicios nacionales. La gente puede no sentir noci¨®n de pecado ante un bosque en llamas o abrir los grandes almacenes en domingo. Como Fausto, los ¨¢rboles centenarios han de recurrir al demonio para conservarse longevos. Cerca de donde vivo hay un hermoso roble que ya nadie osa talar. El ¨²ltimo que lo intent¨® cay¨® s¨²bitamente enfermo y muri¨® a los dos d¨ªas Frente al t¨®pico, y al igual que sucede con las expresiones pol¨ªticas m¨¢s o menos confesionales, dir¨ªase que la Iglesia no es conservadora en absoluto a no ser que se tenga por tal bendecir las espingardas y medir la talla del corpi?o. Desde esa perspectiva la Iglesia no tiene realmente incidencia moral en la sociedad espa?ola contempor¨¢nea no por conservadora, que lo es fingidamente, sino por no ser verdaderamente conservadora. Los ¨²nicos conservadores quintaesencia del cristianismo vendr¨ªan a ser los seguidores d la teolog¨ªa de la liberaci¨®n, pero de ellos se ha desentendido la Iglesia como de los legos con borrico y capazo. Figura se?era en esa Iglesia ser¨ªa el cura rectoral que met¨ªa las manos en la tierra -como todav¨ªa hacen los buenos monjes que renuncian al prosel¨ªtismo- y cuya decadencia retrata de forma memorable Josep Pla en El pay¨¦s y su mundo. Entre esas p¨¢ginas, el escritor desliza, al modo paisano, una observaci¨®n que condensa un tratado sociol¨®gico: "Los milagros se han desplazado ligeramente: ya no se dan en el campo de la pobreza, sino m¨¢s bien en el de la riqueza". No es casual que en las parroquias rurales, asoladas como en los tiempos de Sinuh¨¦ el Egipcio por los ladrones de templos, los labradores se turnen para proteger en domicilio los santos m¨¢s venerados y milagreros.
En ese mundo rural muchos curas, mayoritariamente sexagenarios, pleitean con los vecinos por la propiedad y las tarifas del camposanto. Es ¨¦ste quiz¨¢ el signo m¨¢s dram¨¢tico del derrumbamiento de las mejores tradiciones, aquellas que elevaron lo conservador a categor¨ªa de est¨¦tica. Hay magn¨ªficos parajes donde los nichos se yerguen como colmenas urbanas, semejantes en altura, precio V fealdad. Escasea la tierra para los muertos casi tanto como los entierros a pie, y el ¨²ltimo viaje, en atropellada caravana automovil¨ªstica, suele coincidir con el ¨²ltimo atasco. Ya no es envidiable el papel de difunto, ni si. quiera en los hermosos parajes
No se espera que los obispos hablen de santos ni de difuntos Son asuntos para conservado res, para gentes que todav¨ªa cultivan la tierra mientras se cierne sobre ellos lo que John Berger llama ir¨®nicamente la "prosperidad europea". Tampoco se espera que hablen demasiado de Dios, el mito conservador por excelencia. Ant¨®n Mari?o, el m¨¢s audaz periodista que conozco, tan audaz que dej¨® el periodismo para seguir la peripecia vital de Corto Malt¨¦s, tuvo un d¨ªa un serio disgusto profesional por preguntarle a un misionero que cumpl¨ªa 50 a?os de servicio en Africa si todav¨ªa cre¨ªa en Dios. Quiz¨¢ hoy enredados en el espect¨¢culo, como jocoso e inevitable ap¨¦ndice gratuito de tina campana profil¨¢ctica, los obispos agradecer¨ªan que a micr¨®fono abierto alguien les preguntase si todav¨ªa cre¨ªan en Dios.
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