Independencia y control de la inflaci¨®n
La Comunidad Econ¨®mica Europea quiere acelerar la marcha en el recorrido hacia la uni¨®n monetaria europea. Para el 1 de enero de 1994 empezar¨¢ la segunda etapa con la creaci¨®n del llamado Sistema Europeo de Bancos Centrales como banco central ¨²nico, para tres a?os despu¨¦s entrar en la etapa final del proceso, en la que se fijar¨¢n irrevocablemente los tipos de cambio entre las monedas nacionales, se decidir¨¢ la moneda ¨²nica y los pa¨ªses miembros de la CE ceder¨¢n definitivamente la soberan¨ªa en materia de pol¨ªtica monetaria al futuro banco central europeo.Si queremos que el proceso de unificaci¨®n monetaria constituya un ¨¦xito -voluntarismos pol¨ªticos no lo garantizan-, es importante que se cumplan dos condiciones esenciales antes de poner en marcha la segunda etapa. La primera condici¨®n es que los 12 pa¨ªses comunitarios acrediten su disposici¨®n a la construcci¨®n de un banco central europeo que sea verdaderamente independiente de los Gobiernos, la Comisi¨®n Europa y el Consejo de Ministros de Finanzas de los Doce. Esta autonom¨ªa, contemplada demasiado vacilantemente en el Plan Delors, se requiere como defensa frente al riesgo de intromisiones pol¨ªticas en el disefio y la ejecuci¨®n de la pol¨ªtica monetaria, incluido el riesgo de monetizar d¨¦ficit p¨²blicos o de ampliar por otra raz¨®n excesivamente la cantidad de dinero en circulaci¨®n, provocando as¨ª inflaci¨®n. La forma m¨¢s convincente de prometer la total independencia del futuro banco central europeo ser¨ªa que aquellos pa¨ªses cuyos bancos emisores no son independientes de los poderes pol¨ªticos otorguen inmediatamente esa independencia.
En Espa?a, por ejemplo, el Banco de Espa?a se convertir¨ªa en un ente independiente de las directrices del Ministerio de Econom¨ªa y Hacienda, su tarea primordial ser¨ªa la defensa del poder adquisitivo de la peseta y estar¨ªa obligado a cooperar con el Gobierno s¨®lo en cuanto la pol¨ªtica econ¨®mica de ¨¦ste fuese compatible con el objetivo de estabilidad monetaria. Si, por el contrario, Espa?a y otros pa¨ªses comunitarios mantienen la dependencia pol¨ªtica de sus respectivos bancos nacionales, las proclamaciones sobre la independencia del futuro banco central europeo no infundir¨¢n demasiada confianza. Los estatutos de este banco que recientemente elaboraron los gobernadores de los 12 bancos centrales nacionales ponen ¨¦nfasis en el criterio de independencia. No obstante, cabe el escepticismo sobre la promesa de que un Gobierno renunciar¨¢ a su soberan¨ªa en materia de pol¨ªtica econ¨®mica en nombre de Europa y a favor de una instituci¨®n europea cuando no lo hace en su propia casa.Adecuar pol¨ªticas
Pero supongamos que todos y cada uno de los pa¨ªses miembros respondieran positivamente al requisito se?alado. Entonces, debemos ser conscientes de que la independencia de los bancos centrales nacionales, en principio, s¨®lo proporciona una facilidad institucional para perseguir una pol¨ªtica de estabilidad de precios, pero no constituye una garant¨ªa de que las autoridades monetarias actuar¨¢n de este modo. Por ello ha de cumplirse una segunda condici¨®n, que es la de reducir al m¨ªnimo las diferencias entre las tasas de inflaci¨®n, antes de entrar en la segunda etapa de la unificaci¨®n monetaria. Bien es cierto que el objetivo de mantener inalterados los tipos de cambio, salvo en situaciones de desequilibrio excepcionales, llevar¨¢ a una armonizaci¨®n de los ritmos de inflaci¨®n. ?Pero a qu¨¦ nivel?Hasta ahora fue el Bundesbank alem¨¢n quien marc¨® la pauta. Los dem¨¢s pa¨ªses han adaptado sus pol¨ªticas monetarias a esta pauta y de esta forma se ha logrado reducir diferenciales inflacionarios entre los socios comunitarios y al mismo tiempo aumentar el grado de estabilidad del nivel de precios en la Comunidad tomada en su conjunto. Si se quiere, un banco nacional ha impuesto su criterio a los dem¨¢s. Esto cambiar¨¢, claro est¨¢. En el futuro banco central europeo los conceptos alemanes sobre una pol¨ªtica monetaria escrupulosamente orientada en el objetivo de estabilidad de precios concurrir¨¢n con otros conceptos, reflejo de la actitud de la sociedad de otros pa¨ªses frente a la inflaci¨®n. Habr¨¢, por consiguiente, m¨¢s discusi¨®n sobre el rumbo de la pol¨ªtica monetaria europea, y el riesgo de que ante la disparidad de criterios se hagan compromisos a costa de la estabilidad monetaria es grande. La uni¨®n monetaria europea se convertir¨ªa en una uni¨®n inflacionaria, lo que ser¨ªa nefasto bajo todos los aspectos, tanto econ¨®micos como sociales y pol¨ªticos.
Este riesgo ser¨ªa mucho menor si los pa¨ªses comunitarios aplicaran decididamente una pol¨ªtica antiinflacionista basada, por un lado, en la adecuaci¨®n de la oferta de dinero con el crecimiento del potencial productivo de la econom¨ªa, y apoyada, por otro lado, por una pol¨ªtica fiscal encaminada a reducir, si no eliminar, los d¨¦ficit presupuestarios de tipo no coyuntural y por pol¨ªticas microecon¨®micas de liberalizaci¨®n, desregulaci¨®n y privatizaci¨®n que hagan m¨¢s flexibles los mercados. En el caso espa?ol, por ejemplo, se tratar¨ªa de conseguir una mayor coherencia entre las pol¨ªticas monetaria y presupuestaria y entre ¨¦stas y las pol¨ªticas estructurales; el no haberlo logrado hasta ahora es una de las causas del rebrote inflacionista y uno de los factores fundamentales en la resistencia a la baja de,los elevados tipos de inter¨¦s, lo que pone en peligro la continuidad del proceso inversor y desestimula, v¨ªa apreciaci¨®n de la peseta, la exportaci¨®n y el turismo extranjero.La esperanza que se deriva de esta segunda condici¨®n es que un pa¨ªs, en cuanto se haya acostumbrado a tener ritmos de inflaci¨®n bajos y haya visto que esto fomenta el crecimiento econ¨®mico y bienestar social, mantendr¨¢ este comportamiento en cuanto la pol¨ªtica monetaria se dise?e y aplique a nivel europeo. Es una esperanza, pero parece m¨¢s justificada que aquella otra seg¨²n la cual la fijaci¨®n irrevocable de los tipos de cambio ya impondr¨¢ a los pa¨ªses hasta ahora demasiado inflacionarios la disciplina monetaria requerida.Las ayudas
La experiencia demuestra que es muy dificil cambiar comportamientos inflacionarios arraigados en la sociedad y que la tentaci¨®n de los pol¨ªticos de utilizar la inflaci¨®n, seg¨²n el caso, para financiar el presupuesto progresividad en fr¨ªo del impuesto sobre la renta), estimular la producci¨®n y el empleo (creyendo que hay suficiente ilusi¨®n monetaria por parte de los agentes econ¨®micos) o calmar conflictos distributivos subidas desmesuradas de los salarios) puede ser irresistible. Si entr¨¢ramos en la segunda etapa sin haber doblegado antes las expectativas inflacionarias, veremos c¨®mo en los pa¨ªses en cuesti¨®n un gran n¨²mero de empresas no ser¨ªan competitivas, aumentar¨ªa el paro, proseguir¨ªa la pauperizaci¨®n de regiones estructuralmente atrasadas, disminuir¨ªa la afluencia de inversiones extranjeras y aumentar¨ªa la emigraci¨®n. Estos pa¨ªses presionar¨ªan a la Comunidad a que les preste mayores ayudas lo que no resolver¨ªa el problema de fondo, pero gravar¨ªa el proceso de la integraci¨®n con serias hipotecas.Bajo el supuesto de que se cumplir¨¢n las dos condiciones previas al inicio de la segunda etapa -la independencia de la autoridad monetaria y el control de la inflaci¨®n- queda por decidir si es o no necesario establecer l¨ªmites hasta los que pueden llegar eventualmente los d¨¦ficit de los presupuestos estatales de un pa¨ªs comunitario y l¨ªmites al endeudamiento p¨²blico. En principio, no parece ser necesario crear estos dispositivos. Si un Gobierno no sabe controlar el gasto y optimizar el rendimiento del sistema de impuestos, tendr¨¢ que endeudarse en los mercados de capital y pagar los intereses correspondientes. Cuanto menos disciplina fiscal manifieste, tanto mayor ser¨¢ el precio, siendo incluso cada vez m¨¢s dificil encontrar prestamistas. Este mecanismo ya por s¨ª debiera constituir un freno potente ante la eventualidad de excesos fiscales.
Pero hay dos razones por las cuales s¨ª ser¨ªa recomendable establecer esos l¨ªmites. Una es que el endeudamiento p¨²blico en uno o varios pa¨ªses miembros puede presionar sensiblemente al alza los tipos de inter¨¦s a nivel comunitario. Esto debilitar¨ªa la actividad inversora en aquellos pa¨ªses que persiguen una pol¨ªtica fiscal s¨®lida y responsable. Obviamente, tal efecto no ser¨ªa deseable, como tampoco lo ser¨ªa, por ineficiente, que los ahorros privados de un pa¨ªs fueran absorbidos para financiar indiscriminadamente un d¨¦ficit p¨²blico en otro pa¨ªs. La segunda raz¨®n para pactar una regla fiscal es que no se cumpliera la condici¨®n de otorgar independencia total a cada uno de los bancos nacionales. Entonces tampoco ser¨¢ verdaderamente independiente el futuro banco central europeo. Y ante el riesgo de que se moneticen d¨¦ricit p¨²blicos, tal y como se ha venido haciendo en diversos pa¨ªses, m¨¢s vale prevenir que curar. En este caso, los pa¨ªses comunitarios tendr¨ªan que acordar, antes de poner en marcha la segunda etapa, claras reglas fiscales. Estas incluir¨ªan la prohibici¨®n absoluta de financiar d¨¦ficit presupuestario a trav¨¦s del banco emisor y unos l¨ªmites superiores al d¨¦ficit y al endeudamiento en relaci¨®n, por ejemplo, al gasto p¨²blico de inversi¨®n o al producto interior bruto.
En suma, el camino hacia la uni¨®n monetaria europea a¨²n est¨¢ lleno de obst¨¢culos. No creo que todos los pa¨ªses est¨¦n ya en condiciones de asimilar sin reparos las reglas de juego que dicha uni¨®n requiere. A¨²n son demasiado grandes las diferencias en los niveles de productividad y ritmos de inflaci¨®n como para poder prescindir del mecanismo de reajustes cambiarios. Hay que generar confianza en la sostenibilidad de este proyecto, y la creaci¨®n de dicha confianza empieza con poner orden en la propia casa.
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