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Apareci¨® el premio Nobel en los papeles con la mirada de pensar lanzada hacia la luz y las orejas generosas como tapiadas por el peser de la foto a toda plana. Nuestro Nobel actuaba una vez m¨¢s de hombre anuncio, con esa belleza moral que convierte los mensajes m¨¢s angulosos en parte de su cuerpo sin aristas. Nos gustaba nuestro Nobel cantando las excelencias de la caldereta o del marmitako. En aquellas publicidades de la langosta o el bonito ve¨ªamos en Cela una mezcla de Epicuro sabio y saciado que se mov¨ªa por el mundo como un nuevo lazarillo de la ciega Gu¨ªa Campsa. Nuestro Nobel era un p¨ªcaro al servicio de las multinacionales tambi¨¦n a su servicio, pero sus palabras nos reconciliaban con la tierra y los fogones hasta el punto de que la caldereta sab¨ªa a literatura sin que por ello la literatura oliera a pescado, que es lo peor que le puede suceder a la letra impresa.Pero ah¨ª tenemos a nuestro Nobel escribiendo de pu?o y letra que una compan¨ªa privada de seguridad es la garant¨ªa de la libertad, la paz y el progreso para 1991. El patrimonio de los escritores suele ser ¨²nicamente su propia escritura. Se puede dudar de sus sandeces habladas, e incluso exculparlas. Pero sus frases escritas forman parte ya del mundo de las ideas. Y cuando un Nobel, en un anuncio de pago, da por supuesto que la paz y la libertad dependen de la eficacia de unos pistoleros vigilantes, probablemente ya no estamos hablando de literatura sino de la selva, ya no escuchamos al maestro sino al mercenario. De pronto hemos visto que el premio Nobel s¨®lo es un galard¨®n a la literatura atl¨¦tica, aquella que corre mucho y muy bien, pero sin saber hacia d¨®nde corre. Y nos duele que los maestros identifiquen la libertad con la progresiva militarizaci¨®n de los ¨¢mbitos m¨¢s privados de la vida. La m¨¢s bienintencionada de las pistolas no deber¨ªa ser engrasada por la m¨¢s excelsa -dicen- de las plumas.
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