Un triunfo de la intransigencia
HAY QUE ser muy h¨¦roe o muy m¨¢rtir para no comprender que Salman Rushdie haya abjurado de las p¨¢ginas de su novela Los versos sat¨¢nicos por las que fue condenado a muerte y que, en leg¨ªtima defensa de su vida, trate de revocar la sentencia de Jomeini, cuyos herederos le han forzado a la reclusi¨®n desde febrero de 1989. El miedo a ser asesinado en cualquier momento justifica la comprensi¨®n, pero obliga tambi¨¦n a evidenciar la alarma por este triunfo de la intransigencia, repetici¨®n mim¨¦tica de tantas infamias hist¨®ricas.Dados los t¨¦rminos de la retractaci¨®n y las reacciones que ha suscitado, no cabe eludir un comentario tanto sobre la utilidad del arrepentimiento como sobre sus ampl¨ªsimas concesiones. Algunos l¨ªderes del integrismo iran¨ª han denunciado el oportunismo de las declaraciones de Rushdie y han reiterado la condena a muerte. El Gobierno brit¨¢nico, que acaba de reanudar las relaciones diplom¨¢ticas con Ir¨¢n, considera ahora un problema personal del amenazado lo que entonces fue pretexto de la ruptura. Confirma la gravedad de la extorsi¨®n la elevada penitencia autoimpuesta, que ha merecido el benepl¨¢cito de las tolerantes personalidades egipcias, entre ellas el ministro de Asuntos Religiosos del Gobierno cairota, ante quienes el escritor, abjurando de su agnosticismo, ha abrazado la fe de Mahoma.
Adem¨¢s de prometer que no autorizar¨¢ la edici¨®n de bolsillo en el Reino Unido de su novela, ni ninguna nueva traducci¨®n, Rushdie ha cantado la palinodia m¨¢s triste que un escritor puede entonar: explicar a los lectores lo que sus personajes quer¨ªan decir. Incluso reconociendo, por respeto a la libertad de conciencia, la veracidad de sus palabras, causa un asombro sonrojante que justifique a un personaje pol¨¦mico de la novela por la locura y el suicidio a que conduce la p¨¦rdida de la fe religiosa. En castellano, a esta obsequiosidad se la denomina el celo del converso.
Se?alemos por ¨²ltimo que tales gestos no han tenido el fin justificativo que anhelaban. El escritor deber¨¢ permanecer recluido, sin saber con precisi¨®n hasta cu¨¢ndo, e inmerso en la sensaci¨®n de que el tiempo difuminar¨¢ el antes n¨ªtido sentimiento de solidaridad, retir¨¢ndole a¨²n m¨¢s si cabe en su soledad. Al lamentable hecho se a?ade ahora la nebulosa impresi¨®n de haber renunciado a una parte de su propia dignidad personal en aras de una inexistente gracia a la que tan poco aficionados son de conceder quienes se saben poseedores de la verdad inmutable.
Galileo se arrodill¨® ante los inquisidores a los 69 a?os de edad y a¨²n vivi¨® hasta los 78. Es de esperar que Salman Rushdie, que a los 43 a?os ha renegado ante las c¨¢maras de la televisi¨®n, viva m¨¢s que el italiano y que quiz¨¢ en el futuro declare que sin embargo, se mueve, empecinada afirmaci¨®n de la verdad que ning¨²n testimonio hist¨®rico avala que Galileo pronunciase.
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