Rabia de la guerra
Una mujer joven lleva, por la calle de Fuencarral, un carrito en el que duermen dos ni?os iguales. Unos adolescentes corren por el asfalto sobre sus patines sin grasa. Unos j¨®venes se besan frente a la cafeter¨ªa donde Fernando Trueba escribi¨® el gui¨®n de ?pera prima. Todav¨ªa est¨¢ en la cartelera de un cine del barrio Muerte entre las flores."La violencia es un estado mental, ?me oyes? La violencia es un estado mental". Una vieja vende regaliz en la esquina del caf¨¦ Comercial y una mujer de edad rried¨ªana espera ansiosa a alguien que no aparece jam¨¢s mientras acaricia con detenimiento una cajita de n¨¢car que lleva en las manos. Dos estudiantes universitarios leen distra¨ªdamente las portadas de los peri¨®dicos que quedan en el quiosco a mediod¨ªa.La atm¨®sfera es la del centro de una ciudad que parece vivir como todos los d¨ªas, con la ceremonia que le da su propia vejez; una ciudad acostumbrada a la parsimonia con la que se producen las cosas y que las acepta como se aceptan la maldici¨®n y el sue?o. Ha terminado la manifestaci¨®n contra la guerra y todo vuelve a su cauce so?oliento. En las paredes han que dado algunas pintadas. "No a la guerra", ha escrito un joven con aire de haberse despertado entonces, y en el suelo permanecen algunas pegatinas. Un muchacho argentino pregunta por una direcci¨®n y los bares se han poblado de gente que no quiere volver a casa todav¨ªa. Unos estudiantes siguen gritando: "?Pontel¨®, ponsel¨®, en la punta del ca?¨®n!".
S¨ªmbolos paternos
Una pareja silba a¨²n las notas del No nos mover¨¢n y por los altavoces regresa el sonido de Venceremos. Han estado gritando contra Norteam¨¦rica y vuelven a los himnos del a?o 68, que ellos no pudieron escuchar. Reproducen los s¨ªmbolos de los padres, y ¨¦stos creen que la guerra regresa para hacerles m¨¢s j¨®venes. Una chica les reconviene: "No canten eso, que es yanqui". El viejo enemigo regresa a casa. Y la chica les recita: "Lo que hay que cantar ahora es lo de Disc¨¦polo: 'El mundo es y ser¨¢ una porquer¨ªa, ya lo s¨¦...". No sabe c¨®mo seguir, y el argentino que hab¨ªa entrado a pedir una direcci¨®n les ayuda: "... en el 510 y en el 2000 tambi¨¦n".
Luego se hacen amigos, y se ponen a hablar entre ellos. Ya no queda casi nadie en la calle y la gente del bar se ha ido dispersando. En realidad es la hora de comer, y esa urgencia anula las otras. Pero ¨¦stos se han quedado como personajes de La colmena, vigilados de cerca por la vieja que vende regaliz. El argentino trae un chiste que les reconforta: "Son malos los a?os como ¨¦stos porque empiezan con uno y acaban con uno".
"La guerra es monstruosa y lejos", dice uno. "?C¨®mo lejos?", pregunta el argentino. El otro no sabe argumentar y vuelve a insistir en sus pensamientos. "Es que ya no hay nada, se acab¨® todo, y cuando hay una guerra es que los hombres no han sido capaces de ponerse de acuerdo y son completamente in¨²tiles para el fin del mundo".
"No ha habido nada desde los punkis", insiste en su razonamiento. "A ver, ?qu¨¦ ha habido desde los punkis? ?Y qu¨¦ fueron los punkis? Nada, los punkis fueron el final del mundo, el retorno de la palidez".
55 a?os de paz
El joven que hab¨ªa escrito en la esquina el lema de estos d¨ªas trae una servilleta donde ha apuntado sus c¨¢lculos: de la guerra de 1914 a la guerra de 1939 hubo 25 a?os, de la guerra de Vietnam -cuyo final sit¨²a en 1974- a este momento hay 35 a?os y de esta guerra a la que termin¨® en 1945 hay 45 a?os. "La pr¨®xima guerra", le dice una chica, "ser¨¢, pues, dentro de 55 a?os". "M¨¢s o menos", dice el otro, y se guarda la servilleta como si llevara el mc2 de Albert Einstein.
Al final se aburren de estar juntos porque s¨®lo hablan de la guerra. Cada uno se va por su lado, y se queda sola, quieta en el fr¨ªo de la esquina del caf¨¦ Comercial donde desayunaba Tierno y donde ahora toma alguna ca?a Rafael S¨¢nchez Ferlosio, que vive al lado, la vieja del regaliz.
Al d¨ªa siguiente, como ya no es domingo, el bar se llena de otra gente que sigue hablando de la guerra. Uno, en la barra, le dice a otro: "?Y qu¨¦ se puede ha cer?". "Nada, nada", le responde su amigo. "Contra la guerra s¨®lo puede haber rabia".
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