Vencer¨¦is, pero no convencer¨¦is
La opci¨®n de atacar Irak y entrar en guerra, es decir, la opci¨®n escogida por Estados Unidos ante las varias v¨ªas posibles para resolver la crisis del Golfo, es, a mi modo de ver, la peor de todas: la que m¨¢s da?o y destrucci¨®n f¨ªsica y moral causar¨¢ en aquella zona, la que m¨¢s pone en evidencia el grado de deterioro y degradaci¨®n de los valores que Occidente dice poseer y proteger y la que m¨¢s dificultar¨¢ las futuras relaciones de las dos grandes civilizaciones mediterr¨¢neas.No es preciso hablar, ya que lo tenemos suficientemente a la vista, de la terrible prueba por la que est¨¢n pasando los seres humanos -sean de uno u otro bando- que viven y mueren en el ¨¢rea del conflicto. Se habla menos, en cambio, de la actitud de aquellos que en la c¨®moda Europa o en la euf¨®rica Norteam¨¦rica contemplan, a prudente distancia, la gran batalla. Deber¨ªamos evitar que la brutal violencia que genera el escenario de la guerra, seguido tan en directo a trav¨¦s de la radio y la televisi¨®n, contagiara la mentalidad -ya de por s¨ª belicista- de la sociedad que est¨¢ en la retaguardia. Ciertas situaciones propias de los ¨²ltimos d¨ªas no dejan de ser preocupantes.
As¨ª, por ejemplo, un racismo latente, bien enraizado en nuestro subconsciente cultural, se pone de manifiesto en la gran preocupaci¨®n por el peligro de las vidas de los miembros de las tropas occidentales junto al ol¨ªmpico desinter¨¦s respecto a los muertos iraqu¨ªes tras serles arrojadas miles de toneladas de bombas. Hemos pasado los ¨²ltimos meses acusando, con raz¨®n, de genocida a Sadam Husein por haber empleado armas qu¨ªmicas contra la guerrilla y la poblaci¨®n civil kurda, y ahora permanecemos insensibles -?o quiz¨¢ decimos que son cosas de la guerra?- cuando est¨¢n masacrando a los ciudadanos de Bagdad. ?No utilizamos un rasero moral para juzgar la responsabilidad del enemigo y otro muy distinto para los que, en el colmo del cinismo, dicen querer restablecer el derecho internacional?
Asimismo, la argumentaci¨®n de muchos comentaristas pol¨ªticos no deja de reflejar una parcialidad que pretende ocultar las aut¨¦nticas y m¨¢s siniestras razones del conflicto. As¨ª, por ejemplo, numerosos comentaristas repiten machaconamente que la guerra no empez¨® el jueves pasado, sino el 2 de agosto, en lo cual tienen sin duda parte de raz¨®n, pero lo dicen con la deliberada intenci¨®n de echar todas las culpas al r¨¦gimen iraqu¨ª y as¨ª exculpar a Estados Unidos. Ciertamente, el dictador iraqu¨ª tom¨® una medida que no pod¨ªa ser tolerada. La sociedad internacional deb¨ªa reaccionar a trav¨¦s de la ONU, el principal instrumento de cooperaci¨®n para la paz. Pero de nuevo nos encontramos ante la utilizaci¨®n de un doble rasero, en este caso no moral, sino jur¨ªdico y pol¨ªtico.
En efecto, las resoluciones de este alto organismo, incumplidas sistem¨¢ticamente en Oriente Pr¨®ximo ante la complicidad general y el amparo de Estados Unidos, no s¨®lo se han aplicado en esta ocasi¨®n de forma estricta, lo cual es en s¨ª mismo perfectamente correcto, sino que, en el caso de la decisiva Resoluci¨®n 678, se han interpretado -en contra del esp¨ªritu y la letra de la carta fundacional de las Naciones Unidas- como un cheque en blanco para que cualquier Estado, sin el control ni las condiciones establecidas en el texto de la ONU, pueda utilizar la fuerza b¨¦lica para restablecer la soberan¨ªa de Kuwait. Esta interpretaci¨®n claramente antijur¨ªdica conduce al absurdo de pretender legitimar la guerra potencialmente m¨¢s mort¨ªfera de la historia humana mediante un derecho internacional creado por una instituci¨®n que tiene como principal cometido mantener la paz.
No quiero, al decir todo esto, que se me entienda mal. Antes he dicho que era en parte cierto que la guerra la hab¨ªa empezado Sadam Husein el 2 de agosto. Pero es m¨¢s cierto, sin duda, que la brutal contienda que ahora contemplamos at¨®nitos la han empezado los norteamericanos el 17 de enero atacando Bagdad. Y con ello no quiero eximir al dictador iraqu¨ª de la gran responsabilidad que tiene en el conflicto. ?l lo provoc¨® por m¨¦todos il¨ªcitos y condenables. ?l pod¨ªa evitar esta guerra, antes del 15 de enero, mostr¨¢ndose m¨¢s flexible, y tambi¨¦n, como en otras ocasiones, m¨¢s realista y pragm¨¢tico. No lo hizo, y su culpa es evidente. Pero, como dicen los brit¨¢nicos, lo malo no hace bueno lo peor. Y lo malo -la ocupaci¨®n de Kuwait por un Irak con Sadam Husein al frente- no justifica una guerra, que es sin duda lo peor. Y la responsabilidad de esta guerra -sin eximir a Sadam de la parte que le corresponde-, repito, recae en lo fundamental sobre los anchos y fuertes hombros de Estados Unidos y en la actitud ambigua, d¨¦bil y vacilante de Europa.
En primer lugar, porque es Estados Unidos -con la anuencia europea- el que ha atacado a Irak por voluntad propia, y no, como err¨®nea o malintencionadamente se dice, en cumplimiento de la resoluci¨®n de la ONU. En segundo lugar, porque los hechos suceden en un contexto geogr¨¢fico, econ¨®mico, social y pol¨ªtico que, como es bien sabido por todos, constituye un polvor¨ªn que cualquier mecha puede encender.
Y en esta zona, las potencias occidentales tienen una grave responsabilidad hist¨®rica: primero, el Reino Unido y Francia, que la colonizaron desde 1918; despu¨¦s, las compa?¨ªas petroleras, que tan grandes beneficios econ¨®micos han realizado en la zona trazando fronteras y convirtiendo a jefes de tribu en triviales reyezuelos, y por ¨²ltimo, el Gobierno de Estados Unidos, el cual, con m¨¦todos neocoloniales, interviene en la zona decisivamente desde la crisis de Suez en 1956 y transforma en una fortaleza militar el Estado de Israel.
Todos ellos han controlado e intervenido en la zona a su antojo. Y este control e intervenci¨®n lo han utilizado no para crear unas sociedades estables y pr¨®speras, lo cual era posible combinando su potencial energ¨¦tico y su tradici¨®n agr¨ªcola o comercial, sino para dejar enriquecer a las compa?¨ªas petroleras, suministrar a Occidente energ¨ªa barata, vender armas a las dictaduras que fomentaban -con la colaboraci¨®n inapreciable de la URSS-, negar a los palestinos su derecho a una patria y, en consecuencia, condenar a los pueblos de estos pa ¨ªses a la m¨¢s pura de las miserias econ¨®micas, pol¨ªticas y sociales, situaci¨®n que es el detonantp real de una guerra de la que se quiere, c¨ªnicamente, responsabilizar en exclusiva a Sadam Husein.
La brutalidad y el horror de lo que est¨¢ sucediendo, y la responsabilidad en los hechos de europeos y norteamericanos, hace que nuestra civilizaci¨®n, la que tiene su origen en Grecia, Roma y el cristianismo, est¨¦ pasando por uno de sus momentos m¨¢s vergonzosos. Precisamente porque creo que los valores que m¨¢s caracterizan a la cultura occidental -la tolerancia, la libertad, la igualdad, el respeto al individuo, la paz entre los pueblos- han sido puestos en cuesti¨®n por la decisi¨®n terrible de iniciar la guerra es por lo que considero que deben surgir voces institucionales y representativas de nuestro mundo pol¨ªtico, social y cultural que intenten poner fin a la misma y restablezcan cuanto antes no s¨®lo la credibilidad, seriamente da?ada, de nuestros valores ¨¦ticos, sino que tomen iniciativas para tender en el futuro los imprescindibles puentes de di¨¢logo necesarios para la decisiva convivencia pac¨ªfica entre ¨¢rabes y europeos, cristianos e isl¨¢micos.
Si esta guerra termina con la victoria militar de lo que se denominan fuerzas multinacionales, victoria previsible debido a la superior capacidad tecnol¨®gica -que no moral- de determinados pa¨ªses occidentales, sepan los militarmente derrotados que en Europa y Norteam¨¦rica somos muchos los que creemos que las victorias militares nunca conducen a la aut¨¦ntica paz y que para llegar a ella son precisas medidas de naturaleza totalmente distinta. Y que somos muchos tambi¨¦n los que en Occidente repetir¨ªamos a los que han declarado esta brutal guerra aquello que dijera Miguel de Unamuno a unos militares franquistas sublevados cuyo lema era ?Muera la inteligencia y viva la muerte!.- "Vencer¨¦is, pero no convencer¨¦is".
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