'Culebr¨®n'
Luis Alfredo: No, yo no puedo desertar, mi amor. Yo tengo que salvar la civilizaci¨®n occidental.
Cristal: S¨ª, t¨² debes desertar, porque esta guerra no es nada superch¨¦vere y nos han metido en ella sin comerlo ni beberlo.
L. A.: Pero voy a luchar por lo que realmente importa, mi amor. Yo voy a arriesgar mi vida para que usted est¨¦ calentita y para que no le falte corriente cuando se ponga los rulos electrizantes que le dejan la cabellera arrebatadora.
C.: Ay, que no, que no, mi amor. Ya usted debe darse cuenta de que todos podemos vivir con menos comodidad para que la gente no muera; debemos acostumbrarnos a renunciar en bien de la humanidad, que est¨¢ siendo masacrada. Al fin y al cabo, ¨¦ste es un pa¨ªs en el que ayer, como quien dice, todos luc¨ªamos saba?ones en las orejas debido a las deficiencias energ¨¦ticas, y ello no nos imped¨ªa, mi amor, empatarnos y reproducirnos con el entusiasmo natural de la especie que hoy est¨¢ en peligro.
L. A.: Pero ?y mi honor? ?Y la confianza que este mi gran pa¨ªs deposit¨® en m¨ª al llamarme obligatoriamente a Filas?
C.: Usted no ha comprendido nada del mensaje de este culebr¨®n, Luis Alfredo. Estamos aqu¨ª para unirnos en cuerpo y alma en un solo destino, el amor, y mal le va a ir al amor si no hay paz entre los hombres.
L. A.: Pero me detendr¨¢n, me juzgar¨¢n, mi amor. Me convertir¨¦ en un proscrito de la sociedad.
C.: Eso no est¨¢ tan claro, Luis Alfredo, pues un letrado me asesor¨® y me dijo que no hay deserci¨®n sin declaraci¨®n de guerra previa.
L. A.: ?Ser¨¢ posible?
C.: Y, adem¨¢s, piense en la madrecita de usted, que no merece pasar por tanta pena, y ya est¨¢ preparando los bocadillos para la marcha del domingo a Torrej¨®n.
Se abrazan y suena S¨®lo pienso en ti, dedicada a N. O'Serrah.
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