Identificados
A medida que nos cae encima el velo impenetrable de los secretos oficiales, los ciudadanos nos vamos haciendo transparentes y parece que todo el mundo nos conoce y nos escribe. En los posos de la correspondencia ya no se encuentran restos de caligraf¨ªa en los sobres. Ni siquiera aquellos sellos antiguos matados en lejanas estafetas. Abrimos las cartas y aparecen firmas importantes que nos tratan de t¨² a t¨² para ofrecernos extra?os servicios financieros, para comunicarnos ofertas privilegiadas o para felicitarnos el cumplea?os u otros fastos. Nunca nos los presentaron. Pero la inform¨¢tica les ha ense?ado mucho de nosotros: nuestro nombre, nuestras necesidades y un supuesto nivel de vida que los mailings siempre sobrevaloran, no se sabe si por error en las teclas o por acierto en el halago.Nunca hemos impreso tarjeta, pero por lo visto la tiene todo el mundo. Recordamos de pronto que nos pasamos el d¨ªa con el dene¨ª en la boca y con nuestro nombre impreso en la frente. Nos identificamos ante cualquier portero armado, ofrecemos nuestro NIF a cualquier vendedor de pipas, y por 400 pesetas somos capaces de dejarnos bordar nuestra propia firma en la camisa. En la enorme vulgaridad de los n¨²meros ordinales todav¨ªa nos creemos piezas ¨²nicas por el simple hecho de que los mercaderes y los banqueros nos escriben.
Ahora tambi¨¦n el acto de ir al estadio a vociferar exigir¨¢ nuestra identificaci¨®n estricta. La familia ol¨ªmpica quiere saber a qui¨¦n sienta a la mesa. Somos esa cifra Intransferible y eterna que da raz¨®n de la bondad de nuestros pensamientos. Hubo un tiempo en que la gente se daba la mano y se miraba a los Ojos. Y en los ojos del otro y en la mano desarmada aprendi¨® a ver el mundo. Pero eran tiempos decadentes en los que nadie acababa de ser alguien. No como ahora, donde todos somos serr¨ªn de humanidades y carne de chip en manos de los mayoristas zalameros.
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