Ante una guerra no deseada pero leg¨ªtima
Se?ala Susan Sontag en La enfermedad y sus met¨¢foras que al ser v¨ªctima una persona de un mal cuyo desarrollo se comprende apenas, pero cuyas fatales consecuencias se temen con buenas razones, quienes la rodean tienden a buscar explicaciones irracionales del mal, llegando, parad¨®jicamente, incluso a culpabilizar a la v¨ªctima, buscando en su car¨¢cter neur¨®tico o en sus discutibles h¨¢bitos de vida las razones de lo inaceptable.Ante la guerra, las reacciones sociales han llegado a ser hoy similares. La conciencia occidental ha evolucionado lo bastante como para reconocer el drama irreparable de toda guerra, y no lo suficiente como para admitir que, pese a ser un mal irracional, de hecho puede producirse, y que de nada sirve buscarle culpables imaginarios cuando los tiene muy reales.
Parece absurdo tener que repetir algo tan obvio: el culpable de esta guerra es un dictador que ha invadido y anexionado un pa¨ªs vecino. Resulta penoso que sea preciso recordar que Husein no dio desde el 2 de agosto hasta el 15 de enero la menor se?al de estar dispuesto a reconsiderar su actitud ni a negociar la retirada de sus tropas. Y es necesario afirmar que la posici¨®n supuestamente pacifista de quienes condenan la Resoluci¨®n 678 de las Naciones Unidas, por poner un plazo a la retirada, equivale de hecho a la consagraci¨®n de la ley de la selva en la vida internacional. Si a un agresor no se le fija un plazo para poner fin a su agresi¨®n, y si se rechaza por principios morales el uso de la fuerza para repararla, ello equivaldr¨ªa a instaurar, en virtud de un pacifismo no intervencionista, el principio de que cualquier aventura anexionista o de sojuzgamiento de un pueblo por otro quede impune en el orden internacional.
En Espa?a, las voces contrarias a la guerra no parten s¨®lo de la conciencia moral que rechaza la violencia. Hay una componente muy alta del viejo aislacionismo, de quienes se oponen al conflicto s¨®lo porque sienten que Espa?a ha definido su posici¨®n de acuerdo con las Naciones Unidas, pero que guardaron silencio durante la guerra entre Ir¨¢n e Irak o durante la intervenci¨®n sovi¨¦tica en Adganist¨¢n. Son quienes llegan a a?orar la neutralidad de Espa?a con Franco (como recientemente lo hizo Julio Anguita en un debate televisado), sin advertir que s¨®lo era la m¨¢scara de la total dependencia respecto a EE UU de una dictadura marginada.
Ese aislamiento termin¨®, y hoy los espa?oles son conscientes de las ventajas (econ¨®micas, pol¨ªticas y morales) de pertenecer a Europa y de tener una presencia respetada en la comunidad internacional. No siempre son conscientes, sin embargo, de que eso implica tambi¨¦n responsabilidades, y que una de ellas es aceptar el car¨¢cter vinculante de las resoluciones del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (seg¨²n el art¨ªculo 26 de la Carta) para todos los Estados miembros. Y que, por tanto, m¨¢s all¨¢ de las opiniones personales de ning¨²n ciudadano, Espa?a estaba obligada a contribuir en la medida de sus posibilidades al cumplimiento de la Resoluci¨®n 678.
Y lo est¨¢ haciendo, por cierto, con tanto realismo como prudencia, acogi¨¦ndose al p¨¢rrafo 30 de la Resoluci¨®n 678 para dar apoyo log¨ªstico a las fuerzas de la coalici¨®n que tratan de liberar Kuwait, sin implicamos directamente en el conflicto, pero ofreciendo una colaboraci¨®n imprescindible al esfuerzo aliado. Ahora bien, esto es lo que critican quienes se oponen a la Resoluci¨®n 678, bas¨¢ndose en que esto nos hace c¨®mplices de una agresi¨®n al mundo ¨¢rabe.
Se trata de una afirmaci¨®n insostenible, y que s¨®lo puede calar en quienes a estas alturas siguen pensando que cualquier coincidencia con EE UU corrompe moralmente, un argumento bien extra?o si se piensa en la alianza contra el fascismo en la II Guerra Mundial, en la que, por cierto, tambi¨¦n estuvo la Uni¨®n Sovi¨¦tica. Y una afirmaci¨®n falsa: la pr¨¢ctica totalidad de los pa¨ªses ¨¢rabes conden¨® la anexi¨®n de Kuwait, y muchos de ellos participan en la coalici¨®n (Arabia Saud¨ª, Siria, Kuwait, Marruecos, Egipto, Emiratos ?rabes). Sadam quiere convertir esta guerra en un enfrentamiento entre Occidente y el mundo ¨¢rabe, pero ni lo es ni debemos permitir que se presente as¨ª.
La propaganda de los pacifistas unilaterales olvida que Husein es un d¨¦spota implacable, que sacrifica a su pueblo (y al de Kuwait, que, con petr¨®leo o sin ¨¦l, debe ver reconocidos sus derechos) en aras de su megaloman¨ªa hegem¨®nica. Y olvida que la defensa del mundo ¨¢rabe no puede ser la excusa de una sedicente izquierda para aceptar de hecho los desafueros del dictador, para condenarlos por pasividad.
De hecho, desde una posici¨®n consecuentemente de izquierda s¨®lo cabe apoyar la Resoluci¨®n 678 en el sentido de lograr la liberaci¨®n de Kuwait y buscar despu¨¦s un orden nuevo en la regi¨®n y en el mundo. Eso es lo que pretende Espa?a, y eso es lo que Espa?a cree que se debe proponer la Comunidad Europea. Es cierto que Europa no ha podido desempe?ar un papel preponderante de mediaci¨®n en el conflicto, pero no es menos cierto que Husein ha ignorado todos los intentos de mediaci¨®n, procediesen de donde procedieran, hasta el presente. En cambio, la hora de la Comunidad podr¨ªa sonar tras la retirada iraqu¨ª de Kuwait. La conclusi¨®n es obvia: Europa no debe dejarse marginar ahora, en el restablecimiento de la legalidad en Oriente Pr¨®ximo, ni despu¨¦s, a la hora de la negociaci¨®n.
Espa?a tiene que dejar muy claro como lo est¨¢ haciendo el Gobierno que este conflicto no constituye un enfrentamiento entre Occidente y el mundo ¨¢rabe, como pretende Sadam Husein, y no es casual que ya antes del mismo nuestro pa¨ªs estuviera impulsando una conferencia sobre seguridad y cooperaci¨®n en el Mediterr¨¢neo.
Tambi¨¦n hemos apoyado siempre una conferencia internacional para la paz en Oriente Pr¨®ximo. Pero si Espa?a y Europa quieren tener voz en el intento de crear un Oriente Pr¨®ximo pac¨ªfico y seguro, no podemos ahora pretender que la liberaci¨®n de Kuwait no es asunto nuestro ni permitir que la c¨ªnica demagogia del dictador nos oculte la realidad.
Desde esta perspectiva, la posici¨®n espa?ola es coherente con la finalidad de cooperar con el mundo ¨¢rabe y de contribuir a un orden internacional en el que no reine la raz¨®n de la fuerza. Espa?a ha mantenido una posici¨®n acorde con sus compromisos internacionales y en consecuencia con una resoluci¨®n vinculante del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. No queremos ninguna nueva hegemon¨ªa, sino un reforzamiento de la ONU como ¨¢rbitro y garante del derecho internacional. Y cuando termine este conflicto probablemente ser¨¢n los pa¨ªses ¨¢rabes los que mejor valorar¨¢n nuestra coherencia y nuestra cautela, pues las pasiones desatadas por la guerra les har¨¢n buscar con realismo interlocutores capaces de comprender la complejidad de sus problemas, de apoyar sus esfuerzos para la reconstrucci¨®n y de desempe?ar un papel constructivo en la resoluci¨®n del problema palestino.
Mientras tanto, sin embargo, nuestra comprensi¨®n de los problemas materiales y morales del mundo ¨¢rabe no puede ser la excusa para ignorar nuestra responsabilidad como miembros de la comunidad internacional. Franco quiz¨¢ hubiera podido permit¨ªrselo: la democracia espa?ola, no.
Jos¨¦ Mar¨ªa Benegas es secretario de Organizaci¨®n del PSOE.
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