El efecto contrario
DIEZ A?OS no es nada, pero parecen una eternidad si recordamos las angustias de aquellas horas de un leja no mes de febrero: un grupo de militares conspiradores pretendi¨® secuestrar a treinta y tantos millones de ciudadanos y devolver a Espa?a a la caverna de la que acababa de salir. Cualquiera que hubiera sido la for ma de la dictadura que los golpistas pretendieran im poner, es seguro que, de haber triunfado, dif¨ªcilmente se habr¨ªa librado este pa¨ªs de una sangr¨ªa. Segura mente tampoco Videla o Pinochet, o el mismo Franco, pretend¨ªan expresamente provocar un masivo de rramamiento de sangre, pero a raudales la hicieron correr para imponer su dominio una vez producidos sus respectivos pronunciamientos. El fracaso de Tejero y de Milans, y el de Armada y los dem¨¢s, nos libr¨® a los espa?oles de meses, a?os o d¨¦cadas, pues eso no podr¨¢ saberse nunca, de miserias y sufrimientos. Porque lo ?nico seguro es que ni uno solo de los problemas que preocupaban a los espa?oles de 1981 hubiera sido resuelto por los golpistas.Sus invocaciones a la patria y al honor fueron falaces. No hay patria digna de aprecio si su nombre ha de prevalecer sobre quienes la integran. Uno de los participantes en la intentona del 23-F, el entonces capit¨¢n de la Guardia Civil Gil S¨¢nchez Valiente, escribi¨® a?os despu¨¦s en el diario El Alc¨¢zar que "la idea que de Espa?a abrigo es m¨¢s cara a mi sentir, y est¨¢ incluso por encima, que mi respeto a los espa?oles mismos". Frente a ese patriotismo zarzuelero se eleva el patriotismo constitucional que proclama la adhesi¨®n racional de los ciudadanos a los valores de la libertad y su lealtad a las instituciones que la encarnan.
La experiencia demuestra, de otro lado, que incluso el m¨¢s fan¨¢tico de los golpistas necesita alguna coartada con la que justificar su deslealtad. Tras el juicio de Campamento y los ensayos publicados durante los ¨²ltimos a?os y d¨ªas, hoy sabemos que los golpistas del 23-F fueron a buscar esa coartada en el terrorismo y en la absurda equiparaci¨®n de la organizaci¨®n auton¨®mica del Estado democr¨¢tico con el separatisrrio. Las 124 v¨ªctimas de esa otra violencia irracional registradas a lo largo de 1980 fueron esgrimidas conio principal bandera por los asaltantes del Congreso. No es seguro que sin ella hubieran desistido de hacerlo, pero pocas dudas hay de que fue un poderorso est¨ªmulo de su af¨¢n. Lo que demuestra una vez m¨¢s la secreta solidaridad que une a quienes desde posiciones sim¨¦tricamente opuestas coinciden en su odio -o, m¨¢s que odio, desprecio- a la democracia, que iguala el valor del voto de todos los ciudadanos. Pruebas de ello fueron los asesinatos, cometidos por ETA, de los generales Quintana y Lago, figuras importantes en la desactivaci¨®n del golpe.
Otra ense?anza de aquella experiencia es que la democracia no debe darse por supuesta, sino ser defendida y reforzada diariamente. Sin las conspiraciones de los barones de UCD que minaron la autoridad de su presidente y la fr¨ªvola deslegitimaci¨®n, desde diversas trincheras, incluida la oposici¨®n socialista, de los sucesivos gobiernos de Adolfo Su¨¢rez, las conjuras que confluyeron el 23-F no hubieran seguramente pasado del papel a los actos. Superado el aislacionismo exterior mediante la integraci¨®n en las estructuras pol¨ªticas, econ¨®micas y de defensa del mundo occidental, consolidado el nuevo dise?o auton¨®mico del Estado, avanzado el proceso de reforma democr¨¢tica de las Fuerzas Armadas, la fortaleza del sistema es hoy mucho mayor que hace una d¨¦cada. El Rey, que el 23-F mantuvo la fidelidad al sistema constitucional, consolid¨® con su actitud la Monarqu¨ªa parlamentaria.
El que, pese a la existencia de algunos s¨ªntomas preocupantes -en terrenos como el de la corrupci¨®n-, las propuestas demag¨®gicas de la extrema derecha no hayan conseguido en Espa?a un eco comparable al alcanzado en otros pa¨ªses es un testimonio de esa fortaleza. Y ello porque uno de los efectos no previstos por los golpistas fue el incremento del aprecio por las libertades que se producir¨ªa como reacci¨®n al riesgo de perderlas.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.