Cruzo la frontera por una brecha que los blindados abren entre las minas
Guard¨¦ su bandera blanca como recuerdo. Es un pa?uelo de nariz sujeto a un palo. Triste bot¨ªn de guerra. Algunos llorabari, otros gesticulaban y gritaban en ¨¢rabe. La mayor¨ªa, silenciosos y graves parec¨ªan aceptar resignadamente su derrota. Uno de ellos hasta sonre¨ªa. Acuclillado en el desierto de Kuwait, me pregunt¨® sin dejar de sonre¨ªr: "?Es usted italiano?". Eran 15 soldados iraqu¨ªes capturados en un tiroteo que me sorprendi¨® cuando con un convoy de blindados de suministro ¨¢rabe me encontraba a 70 kil¨®metros de la capital del emirato y a 50 de la frontera saud¨ª. Los carros de combate que rodearon las trincheras de estos soldados y las ametralladoras que dispararon al interior de sus refugios no encontraron resistencia. "Estoy feliz", confes¨® uno de los prisioneros, un sargento de las fuerzas regulares, que repet¨ªa: "Sadam, no; Sadam, no".La entrada en Kuwait se hab¨ªa producido a trav¨¦s de uno de los puntos de la frontera noroccidental de Arabia Saud¨ª con el emirato invadido. Las tropas sirias, saud¨ªes, kuwait¨ªes y egipcias avanzaron con sus blindados y camiones en largas columnas por varias brechas abiertas a unas defensas iraqu¨ªes que apenas resistieron. Todas en direcci¨®n a la capital de Kuwait. El arsenal que d¨ªas antes tom¨® posiciones en la divisoria saud¨ª ha entrado en Kuwalt. Durante 10 kil¨®metros, la marcha de ayer hacia Kuwait fue lenta, interminable. Un comandante saud¨ª hab¨ªa advertido que no sali¨¦ramos de los surcos trazados por los carros y los batallones de zapadores. "Conduzcan con cuidado. Hay minas", dijo el militar a varios periodistas europeos que adelant¨¢bamos a los veh¨ªculos acorazados.
Efectivamente, en el kil¨®metro 10 de Kuwait, los surcos se estrecharon y la v¨ªa de entrada aparec¨ªa protegida con alambre de espino y cintas blancas y naranjas para llamar la atenci¨®n de un peligro inmariente. All¨ª estaban los campos de minas que los zapadores hab¨ªan se?alado. Los explosivos pod¨ªan verse desde las ventanillas de nuestro coche: a dos metros, la primera mina; luego, las restantes, en filas de un kil¨®metro de longitud.
A derecha e izquierda, campos minados con minas redondas perfectamente visibles; minas con la forina de una semicircunferencia coronadas con cinco puntas que activan el explosivo al ser pisadas. Nunca fui tan respetuoso con las se?ales de tr¨¢fico. Pasa a la p¨¢gina 6
"Gracias, se?or, bienvenido a mi pa¨ªs"
Viene de la p¨¢gina 1Las columnas de camiones segu¨ªan su marcha lenta sin que pudiera verse ni su principio ni su final. Se perd¨ªan en el horizonte de un paisaje tomado por miles de veh¨ªculos militares, ambulancias, radares m¨®viles, camionetas artilladas, transportes de tropas. Al este, los campos petrol¨ªferos de Al Manageesh. Una interminable caravana con m¨²ltiples ramificaciones. Los carros de combate circulaban ligeros, con las banderas saud¨ªes o kuwait¨ªes ondeando en su cubierta, con las tripulaciones en constante saludo. Las tropas kuwait¨ªes del batall¨®n Alshied disparaban al aire sus armas, jaleaban todo lo jaleable, profer¨ªan gritos de "Kuwait free" e invitaban a subirse a los blindados. As¨ª lo hice. Fui abrazado por un tripulante con una cinta de ametralladora a modo de foulard, en un rito inevitable y no exento de cierta emoci¨®n. "Gracias, se?or; bienvenido a mi pa¨ªs".
Arena en la cara
El teniente Amer me dec¨ªa que cuando pis¨® su pa¨ªs los pensamientos se agolparon sin orden ni concierto. "Lo primero que hice fue coger un pu?ado de arena y restregarme la cara". El convoy del teniente, como en una verbena, sigui¨® su rumbo hacia la ciudad de Al Jhara, donde pernoct¨® antes de proseguir a Kuwait City.
En el kil¨®metro 15 enfrentamos un nuevo campo minado y la senda volvi¨® a estrecharse para que las columnas de veh¨ªculos enfilasen el embudo y franqueasen el peligro. Algunos cr¨¢teres producidos por las bombas salpican la zona vallada por los zapadores. Todo es desolaci¨®n en las trincheras abandonadas. Curioseo en alguna: cajas de munici¨®n abiertas, cohetes de lanzagranadas y cientos de balas. Paso de largo sobre varias granadas tipo pi?a nuevas y me llevo un jersey verde oliva de mi talla.
Las condiciones de vida tuvieron que ser duras en estas trincheras de metro y medio de profundidad, construidas a ras de suelo, que albergan un camastro destartalado con capacidad para dos o tres personas. Todo est¨¢ revuelto: latas, galletas, mantas, colchonetas. La arena que cubr¨ªa estos refugios los disimulaba y su identificaci¨®n tuvo que ser dificil para la aviaci¨®n. "Viv¨ª 52 d¨ªas oculto ah¨ª", dice el prisionero de la triste sonrisa. "Siempre confi¨¦ en mi Dios para no ser alcanzado por las bombas".
Seguimos avanzando por una de las defensas iraqu¨ªes, una profunda zanja de varios kil¨®metros totalmente calcinada. En alguno de sus tramos todav¨ªa arde el petr¨®leo que los iraqu¨ªes utilizaron para entorpecer la visi¨®n de las tropas del ej¨¦rcito multinacional. M¨¢s adelante, la carretera que enlaza Ruqi con Kuwait aparece cortada cada 100 metros con el asfalto levantado por las explosiones provocadas por el Ej¨¦rcito de Sadam Husein para evitar ser alcanzado.
Al Jhara, a la vista
-Cuando la ciudad de Al Jhara est¨¢ a la vista, mientras coment¨¢bamos con los mandos kuwait¨ªes las rutas para llegar a la capital y las posibilidades de acceso, se escuchan disparos. Inconscientemente sigo a un impresionante carro de combate AMX-30, de fabricaci¨®n francesa, que, girando la torreta y acompa?ado por otros ocho blindados, se dirige con rapidez hacia un punto no definido. Llegamos a un punto situado, a unos 300 metros y me acerco a un grupo de soldados que toman posiciones a la entrada de un refugio subterr¨¢neo. Uno de los soldados se adelanta tras soltar una r¨¢faga de ametralladora contra el interior del refugio. A lo lejos se escuchan m¨¢s detonaciones. A la izquierda, a unos 20 metros, detr¨¢s de un carro, salen 15 iraqu¨ªes con las manos en la cabeza y la bandera blanca. Les ordenan sentarse en la arena y sacar sus cosas de los bolsillos. Al menos 12 cajetillas de tabaco se agrupan en un mont¨®n, que completan varios papeles de identificaci¨®n y galletas.
Los soldados kuwait¨ªes vigilan a los prisioneros. Todos los iraqu¨ªes abren sus uniformes, que no esconden sino cuerpos delgados. Cuando me acerco a uno de ellos, un militar kuwait¨ª me advierte que tenga cuidado. El lunes, mientras era :interrogado un iraqu¨ª, sac¨® una granada y la hizo estallar. Muri¨® ¨¦l y un compa?ero.
No parece, por la expresi¨®n del soldado capturado, que tenga intenciones de inmolarse. Est¨¢ casado, tiene 25 a?os y ganas de vivir. En su bolsillo superior lleva un paquete de galletas y no entiende cuando le pregunto si formaba parte de la Guardia Republicana de Sadam Husein o de las tropas regulares. M¨¢s parece que: hubiera sido reclutado en la parada de un autob¨²s.
Despu¨¦s se los llevan a todos a la retaguardia. Ocupar¨¢n esos autobuses con cristales tintados que cruzan todos los d¨ªas Hafer al Batin hacia los campos de concentraci¨®n saud¨ªes.
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